Es tan viejo como el mundo, diría Hegel. Cuando tú tienes miedo a morir y yo no lo tengo, lo normal es que yo pueda ejercer determinada fuerza sobre ti, y tú tengas que aceptarla. El grado de esa fuerza, por supuesto, la determinaré yo, que soy el amo. Tú has preferido ser esclavo porque, de alguna manera, te compensa, es un mal menor. Podrías rebelarte y luchar, pero entiendes que hay más que perder ahí: no sólo la vida sino el dolor, la vergüenza, las consecuencias sobre los tuyos. Así, por ejemplo, Afganistán en los últimos dos meses.

Con todo el foco puesto en cómo y por qué salieron las tropas internacionales del país, quizá falte aún un análisis concienzudo de qué falló para que los talibanes se hayan hecho con el Gobierno sin un exceso de violencia en tan poco tiempo.

En cuanto se han quitado de en medio los extranjeros, el paseo hasta Kabul ha sido relativamente plácido. Podemos discutir sobre lo bien o mal armado que estaba el ejército gubernamental afgano o sobre la cantidad de efectivos con los que contaba. Lo cierto es que decidió no combatir y ahí no hay grandes estrategias que valgan: el soldado que no ejerce como tal es un activo para el bando contrario.

¿Por qué no combatió el ejército afgano? Porque estaba agotado. Porque lleva veinte años de guerra civil, más otros doce en escaramuzas de poder, más los nueve anteriores luchando de aquella manera contra la Unión Soviética. Los afganos no han dejado de matarse, sin saber muy bien por qué, desde 1978 como poco. Los afganos, y esto es una generalización que por supuesto merecerá matices, se han cansado de pelear y están dispuestos a seguir lo que les diga el que sí tiene capacidad para seguir con la guerra. No en vano, como se aprecia en el gráfico inferior, cuando los integristas han querido hacer daño, no han ido a por las tropas internacionales: han ido a por los civiles.

Un país inexistente

Eso nos obliga a considerar cómo se vive desde el propio país la insurgencia talibán. Que nos parezcan a los occidentales gente abyecta, no implica que no tengan apoyo dentro de la población afgana. Aunque se trate de un movimiento de origen paquistaní, al final se trata de una banda más dentro de un país lleno de bandas que van controlando pequeñas parcelas de poder. Cuando Estados Unidos (EEUU) entró en 2001, se encontró con que el problema no eran tanto los famosos talibanes sino los llamados "señores de la guerra". Los que defienden lo suyo y les da igual si eso implica que un señor en Kabul diga no sé qué de la sharía o si el que disfruta del gimnasio en Palacio es un hombre que habla perfecto inglés.

Los primeros meses de intervención estadounidense fueron un caos político porque Afganistán siempre ha sido así desde la deposición de Mohamed Zahir Shah en 1973. Biden afirmaba el otro día en rueda de prensa que EEUU "no entró ahí para construir un país", idea que ha repetido varias veces desde su segunda etapa como vicepresidente con Barack Obama. Esa es la principal cuestión: que Afganistán no es un Estado, que no hay capacidad de establecer una autoridad única que controle todo el territorio más allá de los intereses locales... y que los intereses locales, ya quedó dicho, son volubles en sus afectos.

Total de muertos durante la guerra de Afganistán, 2001-2021 según grupo.

La activista Nadia Gulam, víctima de la violencia talibán durante los años noventa y refugiada en España, se cansó de repetir en su momento que no era buena idea repartir armas entre la población para defenderse. Cabe preguntarse cuánto de milicia había en el Ejército afgano y cuánto puede confiar un Gobierno en una milicia. Es probable que, en su avance sobre Kabul, los talibanes hayan conseguido el apoyo de una parte de esa población armada a la que le dieron un uniforme, un cargo y un fusil.

Existe también el riesgo, por supuesto, de que la otra parte de esas armas se utilicen ahora para combatir el fundamentalismo y continuar así una guerra civil eterna.

Más apoyo ahora

Con todo, la sensación que dejan las imágenes y el transcurso de los eventos en las últimas semanas invita a pensar lo contrario. De entrada, los talibanes tienen apoyo externo. Esto es importante porque nunca había pasado antes. En los años noventa, su mandato se basaba en el terror porque sólo el terror podía mantenerles en el poder.

Palo y zanahoria, de nuevo. El mulá Omar no sólo era un fanático religioso, era un sanguinario. Y eligió mal sus compañías, a cambio, es de suponer, de una descomunal cantidad de dinero. Cuando George W. Bush decidió bombardear y luego invadir Afganistán en 2001, nadie dijo nada. No hubo ni una protesta internacional, ni una manifestación, ni un "no a la guerra".

Los talibanes no tenían por entonces ningún apoyo más allá del de Pakistán... y Pakistán tenía las manos atadas. Pakistán necesitaba la colaboración estadounidense en su permanente conflicto con India y desde luego no iba a jugársela por unos tarados formados en madrasas del norte. Llegado el momento, Pervez Musharraf no sólo no levantó un dedo para apoyar a sus supuestos aliados, sino que puso toda clase de facilidades a la coalición internacional para que bombardeara a gusto.

Combatientes talibanes montan guardia a las afueras del ministerio del Interior, en Kabul. Reuters

Sin nadie poderoso decidido al menos mediar en el conflicto -Arabia Saudí estaba furiosa ante la decisión de Omar de esconder a Osama Bin Laden y los jeques de los emiratos no tenían aún el poder en Occidente que tienen ahora-, una parte de la banda se marchó donde pudo, otra combatió con lo que encontró a mano... y la gran mayoría se cambió de traje y siguió con su vida bajo otro nombre.

Eso es lo que quizá no ha entendido bien EEUU. Los talibanes no son una fuerza de ocupación extranjera. Los talibanes comparten cultura, costumbres e historia con el resto de afganos porque son afganos.

Por supuesto, lo que oímos continuamente en televisión es la réplica opositora, la de los héroes que lucharon contra ellos sin importarles lo que eso suponía y los que han colaborado este tiempo con las fuerzas extranjeras por su convencimiento de que la libertad y la democracia son los bienes mayores en una sociedad. Pero no son los únicos. Ni mucho menos. La dominación de la mujer por parte del hombre no es algo exclusivo de los talibanes ni de los afganos. Es una interpretación fanática e integrista del islam que lleva en boga los últimos 40 años en demasiados países.

Cuando tú lanzas el mensaje de que los talibanes aún pueden ser controlados "durante noventa días" antes de la potencial caída de Kabul (informe del Pentágono filtrado el mes pasado), lo que en realidad estás diciendo es "los talibanes pueden ser controlados durante noventa días... si los que se enfrentan a ellos eligen luchar y morir como perros para, total, a los tres meses ver cómo su lucha ha sido inútil". Y puede que no sea un destino muy apetecible para quien se tiene que quedar ahí a protagonizarlo.

El poder del mulá

Pensar que algo que tenía de Ejército sólo la nomenclatura iba a luchar por su libertad, entendiendo su libertad como el ejercicio de los derechos que se consideran fundamentales en Occidente, era demasiado inocente. Sometido al terror de los atentados y las batidas -sólo en 2019 hubo 1.750 ataques terroristas en Afganistán para un total de 17.258 en la década de 2010-, en cuanto le han dejado, el afgano ha elegido ser esclavo pero que esto pare ya. Ha elegido vivir aunque su vida sea intolerable y aunque la de los demás penda de un hilo. Para cuando el embajador de EEUU arrió la bandera de su país y se marchó de la embajada, el presidente Ghani ya llevaba un tiempo fugado.

Número de atentados en Afganistán por año, período 2007-2019. Fuente: Statista.com

Quedan las imágenes épicas. Quedan los que llenaron desesperados el aeropuerto porque entienden el horror que se les viene encima. Porque recuerdan y prevén la violencia desmedida, el control de la cotidianidad, las costumbres medievales. Pero no son mayoría. Una mayoría habría parado el paso a esos salvajes mucho antes. Ahora, ya digo, será mucho más difícil. Las embajadas de China y Rusia siguen abiertas, como la de India. El apoyo de los Emiratos es total y el de Arabia Saudí no tiene por qué fallar. La propia Nadia Gulam declaraba recientemente su pánico a una guerra civil, pero no tiene pinta de que ese vaya a ser el escenario a corto plazo.

Más bien lo contrario. Más bien una dictadura fundamentalista sostenida por apoyos externos poderosos que puede que obligue a los gobernantes a moderar el discurso y tener algún detalle de cara a la galería. Eso, en Kabul. Eso, en Kandahar o Jalalabad. En el resto del país, lo de siempre: el matonismo y el desorden. El yo mando porque yo mando. No hay mucha geopolítica en la ley del más fuerte. ¿Cuánto durarán en el poder? Lo que tarden en volver a pasarse de frenada en términos puramente terroristas... o lo que tarden sus aliados en cansarse de ellos.

Al fin y al cabo, resulta que buena parte de esos aliados son también los nuestros, lo que, en esta ocasión, nos ata las manos a nosotros. Si, por lo que fuera, el mulá de turno perdiera el favor de China, Rusia y los jeques... y se percibiera una voluntad de cambio medianamente organizada en el país, puede que hubiera un nuevo giro de guión.

No hablo de invasiones, porque creo que de eso ya hemos aprendido todos en estas décadas, pero sí de algún amago de revolución, de golpe de Estado. Ejército en Afganistán no habrá nunca. Ni muy formado ni poco. Generales, por el contrario, habrá siempre. Los derechos fundamentales de millones de seres humanos van a depender, parece claro, de luchas de poder interno y no de grandes discursos morales. Amos y esclavos. Como siempre.

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