Sara Gómez Armas (Efe) M.D.

"Pueden responsabilizarme de cualquier muerte en la lucha contra las drogas. Si hay asesinatos, digo que soy yo". Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, es como mínimo un mandatario peculiar. Muchos son los adjetivos que se le han aplicado desde que alcanzara el poder en junio de 2016. Fue él quien recuperó la pena de muerte por ahorcamiento, fue él quién reconoció públicamente que durante su etapa como alcalde de la localidad de Davao había cometido asesinatos en la lucha contra la delincuencia y también fue él a quien las organizaciones humanitarias señalaron como el responsable de organizar escuadrones de la muerte en Filipinas.

Duterte ha sido todo lo anterior. Y mucho más. Porque Duterte convirtió las universidades de Filipinas en accesibles a la población y también fue quien legalizó el 'matrimonio igualitario' y quien puso la píldora anticonceptiva al alcance de las mujeres más desfavorecidas.

Sin embargo, la grave crisis económica que atraviesa el país, su forma de luchar contra las drogas, su alejamiento de Estados Unidos -llegó a amenazar con dejar la ONU y formar una nueva alianza de naciones junto a China y diversos países africanos- y, de forma especial, la manera en que la Covid ha golpeado al país -ocupa el puesto 20 en el mundo con más de 360.000 contagios y acumula casi 7.000 muertos según las cifras oficiales- deberían haber puesto en entredicho su liderazgo. Algo que no ha sido así. Ni mucho menos.

Apoyo del 91%

Según la encuesta publicada por Pulse Asia, Duterte ha logrado una aceptación del 91%, un nuevo récord en sus más de cuatro años de mandato que lo convierte en el líder mundial más popular. Pero, ¿son fiables las estadísticas? En el primer sondeo desde marzo el resultado ha sido "sorprendente" e "increíble", según confesó en un foro con la prensa extranjera en Manila el presidente de esa encuestadora, Ronald Holmes.

Pese al desastre que está suponiendo el coronavirus, la encuesta de Pulse Asia arroja que un 92% de filipinos opinan que la gestión de la pandemia de Duterte ha sido correcta, algo que los analistas achacan al "sesgo de referencia": en un momento de debacle económica mundial, con más de un millón de muertos por la pandemia, los filipinos han acomodado sus expectativas. El pensamiento "podría ser mejor" es sustituido por "podría ser peor".

"En otras circunstancias los datos económicos hubieran pesado más en la puntuación de Duterte, pero ahora hay una abrumadora preocupación por la propia vida en plena pandemia. La gente piensa no tengo trabajo, dependo de la ayuda del gobierno, pero mi supervivencia es más importante", explicó Bob Herrera-Lim, experto en Sudeste Asiático de la firma de consultoría Teneo.

El sobresaliente de Duterte también se explica por el momento en el que se realizó la encuesta, en septiembre, cuando en Filipinas ya se habían relajado los estrictos confinamientos, muchos filipinos pudieron retornar al trabajo y miles de familias pobres ya habían recibido ayuda económica del gobierno, que ha repartido 4.000 millones de dólares entre los más desfavorecidos.

De hecho, la buena nota del mandatario, cuatro puntos porcentuales por encima del 87% que registró en diciembre de 2019, se ha visto impulsada por el grupo económico-social más bajo, donde la puntuación del presidente mejoró un 11%.

Los sondeos trimestrales que debían haberse publicado en marzo y junio no pudieron divulgarse precisamente por culpa de la cuarentena, cuando el descontento de los filipinos fue más notorio y la respuesta del gobierno más débil.

Populismo y miedo

El politólogo filipino Richard Heydarian apuntó que Duterte es un "maestro de la política performativa", es decir, toma medidas populistas y contundentes, como repartir dinero o imponer estrictos confinamientos, que dan la sensación de que el gobierno no está cruzado de brazos, aunque aún no se haya contenido la curva de contagios.

"Caos es la mejor escalera para un populista. Donde haya ansiedad y preocupación, ellos se muestran como salvadores y Duterte ha hecho un gran trabajo presentándose como un padre de familia en el que la gente puede confiar", explicó Heydarian.

Para este analista, el "factor miedo" no puede descartarse de la ecuación en una coyuntura en la que el propio presidente animó a la policía a "disparar a matar" al que se saltara la cuarentena; la guerra de las drogas se ha cobrado la vida de miles de inocentes; los críticos del presidente son encarcelados o juzgados con cargos "fabricados"; activistas políticos están siendo asesinados y la libertad de prensa cercenada.

"¿Cómo puede alguien responder de forma honesta sobre su agrado o desagrado hacia el presidente si su vecino ha sido víctima de una ejecución extrajudicial?", cuestionó Heydarian.

Según Holmes, el presidente de Pulse Asia -firma que lleva más de veinte años realizando estas sondeos y es considerada una fuente fiable en el país-, el sondeo se basa en información veraz, ya que sus encuestadores están entrenados para detectar mentiras y descartarlas.

Culpas y méritos

Además de la sombra de la pandemia, la gestión del presidente se ha visto afectada por irregularidades que salpican a políticos aliados y cargos burocráticos nombrados por él en aduanas o inmigración, incluido un sonado escándalo de corrupción en PhilHeath, la corporación pública de seguros de salud, con un desfalco de 300 millones de dólares.

"Los presidentes no se consideran directamente responsables de los fallos en agencias burocráticas. Aunque cargos por debajo de Duterte sean acusadas de corrupción, no necesariamente se percibe al presidente como corrupto", describió Holmes.

Por contra, el presidente sí "obtiene crédito" de los esfuerzos de gobiernos locales o regionales, aunque sus medidas sean ajenas a decisiones del gobierno nacional. "Para muchos filipinos, el gobierno es una abstracción. Si reciben ayuda, no se preguntan de dónde viene", puntualizó.

"El presidente no debe rendir cuentas por lo que hacen otros, pero sí obtiene crédito por lo que hacen otros", aclaró Holmes sobre la "particular manera en que los filipinos puntúan la gestión política", más basada en personalidades particulares que en resultado tangibles.