Cracovia (Polonia)

Es considerado universalmente como un símbolo de la belleza, la pureza y la inmortalidad. A lo largo de casi cuatro siglos su mármol blanco del Rajastán ha brillado bajo miles de soles y lunas llenas, ha resistido cientos de monzones y ha conservado su belleza casi intacta. Pero hoy, el Taj Mahal, esa “lagrima en la mejilla del tiempo”, como lo definió Tagore, presenta un aspecto depauperado, sucio y en permanente restauración.

Los ocho millones de visitantes que acuden cada año a ver de cerca el monumento más visitado de la India volverán a casa con fotos de un edificio de color amarillento, con manchas verdes en los techos y algún minarete mellado (dos de ellos fueron dañados hace poco durante una tormenta). Los turistas pueden retocar las fotos o corregir el color con un filtro, pero cambiar las cosas en el Taj real es mucho más complicado. El problema no es solamente estético: el Tribunal Supremo de la India le ha pedido al Gobierno que, si no es capaz de restaurar y mantener adecuadamente el Taj “hagan una petición formal para destruirlo”.

La historia del Taj Mahal, una de las siete maravillas del mundo, es una mezcla de amor, drama, traiciones y luchas de poder. Shah Jahan, emperador de la India mogola durante el siglo XVII, quedó destrozado por la muerte de su esposa favorita, Mumtaz, y mandó erigir un mausoleo sin igual en su memoria junto al río Yamuna. Pero Jahan fue derrocado por su propio hijo, quien lo encerró en una prisión con una ventana desde la cual se podía ver el Taj, no se sabe si como consuelo o como muestra de crueldad. El pobre Shah terminó sus días ahogado en melancolía y sin poder realizar su sueño de construir otro Taj Mahal, este negro, para sí mismo. El mítico Taj negro se levantaría en la orilla opuesta del río y un puente de mármol uniría ambas tumbas para toda la eternidad.

Multitud de turistas se concentran en los aledaños del Taj. Seba Della y Sole Bossio

La historia del Taj negro es seguramente un mito, pero la imagen de un Taj blanco está camino de ser un recuerdo. El río Yamuna está biológicamente muerto desde hace años y el hedor de animales fallecidos, algas en descomposición y vertederos de basura es ya habitual en el recinto del monumento. Los mosquitos han cubierto con el moco verde de sus excrementos los fabulosos relieves que decoran esta joya habitable y por ahora la única solución que se ha aplicado consiste en recubrir de barro las partes de la fachada más afectadas y después limpiarlas con mangueras de agua.

A pesar de su imponente tamaño, la mole del Taj Mahal descansa sobre unos cimientos de madera que a su vez dependen del nivel de agua del río para conservar su estabilidad, pero desde que la corriente se estancó, el Yamuna ha quedado reducido a poco más que una charca con más barro que agua. La guía de viajes Fodors desaconseja visitar el Taj hasta que tenga un aspecto más presentable y se planea limitar a 40.000 el número de visitantes diarios; incluso se ha propuesto ceder la gestión turística a alguna empresa privada.

La entrada les cuesta a los ciudadanos indios el equivalente a medio euro y los europeos, que estarían exentos del mencionado cupo, deben pagar unos 12,5 por entrar en un monumento donde no se puede fumar, mascar chicle o incluso llevar zapatos en algunas zonas. Los visitantes “VIP” obtienen un par de calcetines de cortesía y cuando algún dignatario extranjero visita la India, todo el recinto se cierra totalmente al público para poder hacer una foto irrepetible sin nadie alrededor, como la famosa instantánea de Lady Diana.

El río Yamuna lleno de residuos y plásticos. Ajay Tallam

La ciudad de Agra, donde cientos de hoteles afirman tener “las mejores vistas del Taj”, es una de las diez ciudades más contaminadas del mundo y una permanente capa gris cubre su horizonte. El número de industrias contaminantes se ha multiplicado en los últimos años y, a pesar de que las autoridades delimitaron una zona alrededor del Taj que debería estar libre de focos de contaminación, el río hace de vertedero, alcantarilla e incluso lugar de cremación de cadáveres para esta ciudad de dos millones de habitantes.

La negligencia de los responsables de la conservación del mausoleo ha hecho que el Tribunal Supremo indio, cuyos dictámenes son de obligado cumplimiento para el Gobierno, publicase un documento en el que preguntaban: “¿Quieren destruir el Taj? ¿Han visto su estado reciente? O cuidan de él o hagan una petición formal para terminar de destruirlo (...) Si no son capaces de cumplir con su deber pidan ayuda a especialistas extranjeros, el Taj es único y si se vuelve irrecuperable no habrá una segunda oportunidad”. Este periódico ha contactado con los responsables de comunicación del Taj, que no han querido hacer ninguna declaración.

La inauguración de una autopista que comunica Delhi con Agra en tres horas de coche ha significado para el Taj lo mismo que las líneas aéreas de bajo coste para otros lugares turísticos: un regalo envenenado. Los hosteleros de la ciudad se quejan de que mucha menos gente decide pernoctar en la ciudad o se anima a pasar más tiempo del necesario para hacerse fotos en el emblemático monumento y salir en busca de otro lugar y otra foto.

Turistas en el Taj Mahal. Laura Gogia

Además, el origen musulmán del Taj Mahal lo ha colocado en medio de polémicas de índole política. El gobierno regional, hindú radical, retiró de sus folletos turísticos las referencias al legado del Shah Jahan el año pasado, y aunque al final la lógica se impuso y los pósters del Taj vuelven a estar en las oficinas de turismo, algunos “expertos” en historia se han empeñado en identificar en el asentamiento con antiguos templos hindúes y han pedido que se convierta al monumento en un templo a Shiva.

Cada mañana, miles de turistas hacen cola para entrar en el Taj Mahal mientras una fila de trabajadores sale por las puertas de servicio portando cubos llenos de barro, basura y excrementos de mosquitos. Unos esperan poder presenciar en casi todo su esplendor la casi sobrenatural belleza del “monumento al amor eterno”. Los otros luchan por salvarlo antes de que sea demasiado tarde.