Los meses de julio no traen buenos recuerdos en Sri Lanka. Fue un mes de julio de hace 35 años cuando murieron en una emboscada terrorista tamil 13 de los 15 soldados cingaleses de una patrulla del ejército. Durante las noches siguientes, grupos de civiles cingaleses armados con palos y cuchillos saquearon casas y comercios pertenecientes a tamiles y se desencadenó el aún recordado como “julio negro”.

Aunque el gobierno de Sri Lanka siempre ha negado su participación en los pogromos, lo cierto es que quienes dirigían los ataques tenían en su poder listados electorales que les permitieron identificar los domicilios y negocios de la gente tamil, e incluso obtuvieron las llaves de una cárcel de Colombo, la capital, donde asesinaron a los presos de etnia tamil. Tras un baño de sangre y odio que dejó cientos de víctimas mortales, ya no había reconciliación posible entre las dos principales etnias de la isla. Había comenzado la guerra civil.



Durante los 26 años que duró esa guerra, ambos bandos llevarían a cabo una ofensiva o atentado de especial cada mes de julio para conmemorar aquel mes de 1983. Otro mes de julio, el de 1975, fue cuando Velupillai Prabhakaran, un joven tamil de 21 años, asesinó al alcalde de Jaffna, la capital tamil, como venganza por la discriminación y vejaciones ejercidas por los cingaleses contra su gente.

Prabhakaran en 2002 Tamilnet

Prabhakaran se convirtió en prófugo y creó el grupo de liberación de los Tigres Tamiles de Eelam, la nación tamil que intentaba fundar, y adoptó el símbolo del tigre como oposición a los cingaleses, cuyo nombre quiere decir “gente del león”. Bajo las siglas LTTE, los “tigres” sembrarían el terror en Sri Lanka utilizando todo tipo de técnicas terroristas, trucos diplomáticos, propaganda a escala mundial y una fuerza militar de hasta 15.000 guerrilleros bien entrenados, buena parte de ellos mujeres y niños.

Muchas guerrilleras eran mujeres



A medida que los “tigres” iban sumando récords macabros, se multiplicaban sus avances militares y crecía el culto personal a la figura de Prabhakaran. El LTTE ideó la técnica de los “chalecos bomba”, con los que se autoinmolaron más de 200 terroristas tamiles; perfeccionaron el sistema de los vehículos bomba, llevándolo a otro nivel: en vez de coches usaron camiones, como en el ataque de 1996 en el que murieron más de 200 civiles; fueron el único grupo guerrillero que llegó a contar con fuerzas aéreas y navales (que incluían algunos submarinos de fabricación casera); asesinaron a dos jefes de estado, uno de ellos en suelo indio, a 82 políticos, 54 miembros del gobierno, 24 profesores de universidad o intelectuales; mantuvieron embajadas en 54 países, donde recolectaban dinero para, por ejemplo, importar avionetas por piezas al territorio que controlaban; y crearon una mística alrededor de la causa tamil que llevó a los servicios postales de Canadá y Francia a emitir sellos con la efigie de Prabhakaran.

Submarino de la guerrilla tamil en el museo de la guerra de Puthukudiyiruppu - FOTO DE Adam Jones Ph.D.Global Flickr



Entre los fanáticos seguidores del hombre que lideró a los “tigres” durante toda la guerra, había un lugar especial para las “tigresas negras”. Estas mujeres, muchas veces menores de edad, vestían el luto anticipado por su propia muerte, ya que al unirse a este grupo juraban entregar su vida a la causa.

Antes de ser enviadas a una misión suicida eran premiadas con una cena a solas con Prabhakaran y se les entregaba un colgante con una cápsula de cianuro llamada “kupi” para que se suicidasen antes de ser capturadas. La misión podía consistir en hacer estallar los explosivos ocultos en sus sujetadores o en una falsa tripa de embarazada para causar el mayor número de bajas al enemigo.

En una de sus misiones, una “tigresa negra” asesinó al Primer Ministro indio Rajiv Gandhi y a otras 13 personas como venganza por su decisión de enviar tropas a Sri Lanka. En el territorio controlado por la guerrilla había oficinas de recaudación de impuestos e inclusos juzgados y el 70% del personal administrativo era femenino. Los niños, miles de ellos reclutados a la fuerza, también fueron sacrificados en una guerra que traspasó todos los límites: según un informe de Human Rights Watch de 2004, la mitad de los “tigres” muertos en combate durante los años 90 tenían menos de 18 años.



La isla, apodada como “la lágrima de la India”, se anegaba en un baño de sangre en el que ambos bandos, guerrilla y ejército, dejaron de respetar las leyes humanitarias más básicas. Los alto el fuego auspiciados por Noruega se rompían una y otra vez. Las ONG que operaban en la zona se enfrentaban a un peligro constante: en 2006, 17 miembros de Acción contra el Hambre fueron masacrados por el ejército gubernamental. Y cada mes de julio se recrudecían los combates o se perpetraba alguna operación terrorista de especial crueldad.

Mujeres soldado del LTTE



Prabhakaran, con su porte rechoncho y vistiendo siempre su uniforme de camuflaje rayado, diseñaba ataques con la audacia y la seguridad de que sus “tigres” las llevarían a cabo a toda costa. Apagones en la capital, bombas en el Banco Central de Colombo (90 muertos y 1.400 heridos), depósitos municipales de agua envenenados... Desde la espesura de la jungla o desde alguno de sus muchos refugios subterráneos, el “tigre” número uno supervisaba tanto el reclutamiento de nuevos soldados como la construcción de fábricas de municiones en su territorio.

Él mismo portaba una cápsula de veneno y se dejaba fotografiar junto a una bandera roja con la cabeza de un tigre en el centro. En el momento de mayor fuerza de su lucha llegó a controlar un tercio de la superficie de Sri Lanka. Pero cada vez resultaba más difícil reclutar nuevos “tigres” y la temible cohorte de “tigresas negras” era ya sólo un puñado de muchachas asustadas que probablemente le recordaban a su propia esposa, a la que secuestró cuando era una estudiante en huelga de hambre por la causa tamil.



El ejército gubernamental de su eterno rival, el Presidente Rajapaksa, fue ganando terreno paulatinamente hasta que en 2009, Prabhakaran y 25 de sus hombres fueron acorralados entre la costa y una lengua de tierra de un kilómetro de ancho en el norte de la isla. Cerca de allí estaba Mulivaikal, la única zona de alto el fuego aceptada por las dos partes. Tan sólo 21 km2 en los que se hacinaban 100.000 civiles. Durante días, la artillería del ejército bombardeó el campo de refugiados y causó miles de víctimas.

A continuación, se inició la ofensiva final contra el “tigre” acorralado. Prabhakaran y sus hombres, que tenían la orden de quemar su cadáver si moría en combate, mantuvieron un toroteo que duró toda la noche del 18 de mayo de 2009. A las 9:30 de la mañana siguiente todos estaban muertos. Junto al cuerpo del que fuera el hombre más temido del país se encontraron dos pistolas, un rifle con mira telescópica, un teléfono por satélite, una medalla con una chapa de identificación que llevaba el número “001” y un estuche con jeringuillas y cápsulas. No de cianuro, sino de insulina: Prabhakaran era diabético. Hoy, ese lugar se ha bautizado como “Victory Point” y en él se levanta la estatua de un soldado alzando un kalashnikov con una paloma de la paz posada en él cañón.



Sri Lanka continúa siendo una nación dividida entre un 75% de cingaleses y un 20% de tamiles. Las heridas de una guerra tan larga y cruel permanecen sin cicatrizar y hace pocos días una diputada tamil tuvo que dimitir tras declarar públicamente que deseaba “el retorno del LTTE”. En los “museos de la guerra” diseminados por todo el país se exponen al aire libre los ya oxidados lanzacohetes, tanquetas y submarinos que los “tigres” construyeron con partes de coches, armas recicladas y piezas de maquinaria agrícola. A pesar del ingenio que denota su construcción, no dejan de ser una mezcla un tanto grotesca de fragmentos de algo que no fue concebido para ser usado en guerra alguna.