Las claves
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Las pruebas nucleares, así como el número de cabezas atómicas de las que disponga cada país, tienen mucho más de simbólico que de práctico. En la actualidad, e incluso si fallaran el cincuenta por ciento de los misiles por su inactividad, tanto Rusia como Estados Unidos como probablemente China tienen suficiente capacidad para acabar con el mundo tal y como lo conocemos. Lo mismo podría decirse, en menor grado, de Francia y Reino Unido, los grandes paraguas nucleares europeos.
En ese sentido propagandístico hay que entender el anuncio de Donald Trump de que va a recuperar las pruebas nucleares en suelo estadounidense, aunque siempre hay que coger con pinzas cualquier cosa que se publique en una red social y no en un documento oficial. «Debido a que otros países están probando sus programas nucleares, he dado órdenes al Departamento de Defensa para empezar a probar del mismo modo nuestras armas nucleares», afirmó el presidente norteamericano en Truth Social.
El anuncio viene pocos días después de que Rusia probara el nuevo misil de crucero Burevestnik, con capacidad nuclear, y a las pocas horas de que el propio Vladímir Putin anunciara que las pruebas del torpedo autónomo del submarino Poseidón «habían sido un éxito». El Poseidón es la joya de la corona atómica de la Federación Rusa, un submarino en principio indetectable y con capacidad para lanzar varios torpedos a miles de kilómetros de distancia.
La nueva escalada
Estas pruebas, aunque efectuadas con armas convencionales, consolidan con hechos las bravuconerías del Kremlin de los últimos años. Según información documentada en varios libros, la administración Joe Biden estaba convencida de que Rusia daría el salto nuclear en otoño de 2022 con el uso de algún tipo de arma en suelo ucraniano. Ese convencimiento marcó la política posterior estadounidense respecto a los límites que impuso a Ucrania en la utilización del armamento enviado. Nadie quería poner a Putin en un rincón y que se pusiera nervioso.
Visto el éxito, las amenazas han continuado. No solo desde la televisión pública, donde son constantes, sino a través del expresidente Dmitri Medvédev, quien ya tuvo una discusión pública con Trump por su facilidad para hablar de ataques nucleares a diestro y siniestro, sino de otros altos miembros del Gobierno ruso. El último en sumarse ha sido Viatcheslav Volodin, presidente de la Duma, quien aseguró el miércoles que «Occidente debe prepararse para venir ante Putin con la gorra en la mano para que Rusia no utilice uno de los torpedos del Poseidón».
Es probable que Trump se haya cansado de tanta chulería realmente innecesaria. Hay que insistir en que no hace falta un torpedo del Poseidón para provocar una masacre nuclear. Tanto los líderes rusos como los estadounidenses como los chinos se criaron aún en tiempos de la guerra fría y entienden mejor que nadie en qué consiste la destrucción mutua asegurada. El envío de un solo misil nuclear de cualquier tipo provocaría en pocas horas una serie de ataques y represalias al que nadie querría sobrevivir.
Del CTBT al Proyecto 2025
El anuncio de Trump llegó también horas antes de su encuentro con Xi Jinping en Corea del Sur. En principio, dicho encuentro tenía un fin comercial: estudiar la situación de empresas de titularidad china como TikTok o Huawei, buscar acuerdos para explotar e importar las «tierras raras» y presionar para que China deje de comprar tanto petróleo a Rusia, lo cual la convierte en la práctica en la gran financiadora de la guerra en Ucrania.
Xi no es de los que se deja presionar con facilidad y eso Trump lo sabe, pero probablemente haya una relación entre el anuncio en Truth Social y la reunión. Una relación que no tiene tanto que ver con China en sí como con la voluntad de sacar músculo ante su máximo aliado. Una manera de venir a decir al gigante asiático: «Estás mejor con nosotros que con ellos porque nosotros somos más fuertes», algo que, no se puede insistir demasiadas veces, en términos nucleares es irrelevante.
De confirmarse las pruebas, serían las primeras de armamento nuclear estadounidense desde 1992, aún con George H. W. Bush en la Casa Blanca, cuando se realizó un ensayo subterráneo en Nevada que a menudo se marca como el final definitivo de la guerra fría. En la actualidad, Estados Unidos cuenta con 5.225 ojivas nucleares por las 5.580 de Rusia y las 600, aproximadamente, de China. Ninguno de los tres países ha reconocido oficialmente una prueba de armamento nuclear desde 1996, año en el que Francia también hizo su último ensayo, en el atolón de Moruroa.
La firma ese mismo año —sin ratificación oficial por parte de ninguna de las tres grandes potencias— del Tratado de Prohibición Total de Ensayos Nucleares (CTBT, por sus siglas en inglés) ha permitido tres décadas de cierta relajación al respecto. No parece casualidad que el llamado Proyecto 2025, del que Trump primero se distanció para abrazarlo en cuanto llegó a la Casa Blanca, incluyera el regreso de las pruebas nucleares como una de las claves de la política exterior estadounidense.
