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Nadie quiso arruinarle a Trump su gran día ni explotar su globo de ilusiones infundadas, así que, uno a uno, tanto Zelenski como los grandes líderes europeos se perdieron durante horas en vaguedades e imprecisiones para poder catalogar la reunión de “histórica”. Todos mostraron su convencimiento de que estábamos ante un momento clave en el conflicto y el presidente estadounidense repitió aquello de que “en una o dos semanas, sabremos si podemos acabar esta guerra”. Nadie, sin embargo, explicó cómo ni por qué.

Este secretismo en los detalles —tal vez razonable— chocó con la ampulosidad de los discursos. Trump está muy convencido de que se puede llegar a una paz estable y más o menos inmediata que dure muchos años y que se base en el intercambio de territorios. De dónde sale ese convencimiento es imposible saberlo. Desde luego, no sale de Ucrania, pues Zelenski tiene que estar devastado ante la posibilidad de ceder todo el Donbás a cambio de prácticamente nada.

Tampoco sale de Moscú. Y, si sale de Moscú, es decir, si Witkoff se ha enterado bien de lo que le proponía Putin y Trump no se ha limitado a sacar conclusiones aceleradas aplicando su propia lógica, es que el engaño pretende ser colosal. Rusia no quiere territorios y desde luego no le basta con Sloviansk y Kramatorsk. Rusia quiere el control total sobre Ucrania y aumentar así su “espacio vital”.

Rusia quiere convertir a su vecino en un nuevo Bielorrusia. Rusia quiere, como bien dejó claro con su camiseta el ministro Serguéi Lavrov en Alaska, reeditar algo muy parecido a la URSS, pero sin socialismo.

Las “garantías” de los “dispuestos”

Putin se mueve en esa lógica y no en la del intercambio. Es el problema de lo que el filósofo Antonio Escohotado llamaba “los enemigos del comercio”. Putin entiende, desde su paranoia de exagente del KGB, que Rusia está ante una amenaza existencial y que, si no consigue echar a Estados Unidos y a Europa de Ucrania, de los Países Bálticos y de los estados miembros del antiguo Pacto de Varsovia, no podrá respirar tranquila. Esto no va de repartirse “oblasts” y no hay día que Putin no lo repita: “La solución ha de tener en cuenta las razones del conflicto”, insistió el día después de volver de Alaska.

Por eso mismo, suena raro que Estados Unidos intente convencer a Zelenski de las bondades de un acuerdo territorial apelando a unas supuestas “garantías de seguridad”. En primer lugar, porque hemos oído a todo el mundo hablar de ese acuerdo territorial y de sus posibles fronteras… menos a quien empezó la guerra y la continúa. Si, aunque fuera en un intento de generar confusión, el Kremlin diera la más mínima señal pública de que se puede llegar a una solución territorial del conflicto, podríamos mostrar algo de optimismo, pero el caso es que no está siendo así.

Queda, por lo tanto, convencer a la otra parte de que ceda, aunque nadie sepa cuánto ha de ceder ni en qué sentido. De ahí, las famosas “garantías de seguridad”. Desde que se formó la “coalición de los dispuestos”, se ha venido coqueteando con la posibilidad de enviar tropas a Ucrania, al menos para colaborar en la retaguardia. Eso no va a suceder. Y si sucede, será el inicio de la III Guerra Mundial, como repitió este mismo lunes el Kremlin en un comunicado.

Rusia no va a permitir que tropas de países de la OTAN pisen Ucrania. En su particular ley del embudo, eso es una afrenta intolerable mientras que la presencia de tropas norcoreanas es un acto de amistad. Si Trump realmente quiere “la paz”, es decir, una especie de rendición matizada, no puede estar contemplando seriamente esa posibilidad. Cuando habla de “juntarse a los aliados europeos en la primera línea de defensa”, probablemente esté hablando de vender armas a Kiev o de seguir compartiendo inteligencia. Poco más.

El artículo 5 de la OTAN… pero sin la OTAN

¿En qué consistirían, pues, esas “garantías”? Lo único que se mencionó abiertamente fue la propuesta italiana de dar a Ucrania un estatus similar al del artículo 5 de la OTAN… pero sin incluir a Ucrania en la Alianza. Lo mencionó Meloni, por supuesto, y Ursula von der Leyen se unió inmediatamente. Trump asintió con la cabeza, sin añadir nada al respecto. Trump no se va a jugar una guerra nuclear por Ucrania y eso ya lo sabemos todos perfectamente.

Aparte, si de lo que se trata es de firmar una paz con Rusia —no quedó muy claro si hacía falta un alto el fuego previo o no, ahí no parecía haber acuerdo entre Trump y sus aliados—, no conviene excederse con dichas garantías. Putin no va a firmar un acuerdo de paz y, desde luego, no va a incluir compromiso alguno en su legislación, como apuntaba el domingo Steve Witkoff, si es consciente de que en el futuro no va a poder terminar lo que empezó en 2014 y quiso dar por concluido en 2022.

Si el objetivo ruso es la “desnazificación” y la “desmilitarización” de Ucrania, además de su separación de Occidente, ¿cómo va a aceptar que su territorio quede protegido de facto por los países de la OTAN? Es impensable. Por ello, Zelenski, el más realista y el más comedido, precisamente por ser el que más se juega, apuntó a la única solución que podría validarse: dejar que el ejército ucraniano sea el que garantice la propia seguridad de su país.

Esperando a Yanukovich

Para ello, insistió, necesita la ayuda de sus aliados, aunque sea bajo unas condiciones muy distintas a las anteriores, con el fin de agradar a Trump, a MAGA y a sus votantes: Zelenski comprará esas armas, aunque sea a través de programas de la OTAN y de la Unión Europea. Probablemente, esa sea la única garantía de seguridad mínimamente tangible que pueda ofrecerle Occidente: seguir armando a su ejército, seguir entrenando a sus tropas en la más alta tecnología, seguir compartiendo la inteligencia militar de la que dispongan.

El resto son abstracciones con las que convendría no jugar. Uno puede estar muy a favor de una paz a cualquier precio o muy en contra. Lo que no se puede es estar a favor a ver si le dan el Premio Nobel y ofrecerle a Putin a cambio que ingleses, franceses, alemanes y estadounidenses se pongan en su frontera a vigilarle. Otra cosa sería fortalecer a Ucrania mientras se evita el enfrentamiento con Rusia y ver si así se contenta a ambas partes y se gana algo de tiempo.

El problema, y aquí volvemos a lo anterior, es que no tiene pinta de que Putin sea un gran negociador. Demasiados años abusando del polonio y de las ventanas abiertas. Putin intuye que el tiempo juega a su favor y solo estaría dispuesto a un alto el fuego si eso permite unas elecciones en Ucrania que poder amañar para colocar a un afín en Kiev, tipo Yanukovich o, peor aún, Lukashenko. Putin podría permitir que Occidente arme a Ucrania hasta los dientes si cree que, tarde o temprano, esas armas, ese ejército y ese país caerán en manos de uno de sus afines.

En cualquier caso, eso lo sabremos con el tiempo. Todos insistieron en la necesidad de una reunión a tres partes, probablemente porque todos intuyen que Putin se va a negar. El Kremlin no reconoce la autoridad de Zelenski y le considera un presidente ilegítimo. A veces, Peskov o Lavrov parecen insinuar lo contrario, pero la posición oficial sigue siendo esa, salvo que Putin le haya contado lo contrario a Trump en Alaska. Como nadie lo afirma ni lo desmiente, nos vamos perdiendo en un juego de rumores y medias verdades. El hombre que dice haber acabado ya con seis guerras… aunque ni recuerda cuáles son ni a qué países enfrentaban; la primera, en todo caso, no la recuerda nadie.