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A las pocas horas de que Donald Trump anunciara el despliegue de la Guardia Nacional para combatir el crimen en Washington D.C., decenas de miembros de la unidad especial del Ejército ya patrullaban la ciudad junto a oficiales de la policía local. El objetivo era acabar con los campamentos de vagabundos y bajar aún más una tasa de violencia criminal que está en mínimos históricos de las últimas tres décadas.

En reunión con la plana mayor en Washington, el presidente estadounidense expuso sus órdenes: "Acabad con esos campamentos, arrestad a la gente y haced lo que os dé la gana con ellos", dijo.

Es la primera vez que esto sucede en los Estados Unidos, aunque lleva en los planes de Trump al menos desde que al final de su primer mandato las protestas por el asesinato de George Floyd en Minnesota pusieran patas arriba la capital del país.

En aquel momento, sus asesores lograron disuadirle con la excusa de que así se evitaría una escalada en los disturbios, pero la espinita quedó clavada y ha aprovechado la primera oportunidad que ha tenido para mandar al ejército a la calle y acorralar a la alcaldesa demócrata, Muriel Bowser.

Aunque la relación entre Bowser y Trump fue razonable durante el primer mandato del republicano y lo había sido durante estos meses del segundo mandato, el hecho de que la constitución permita al presidente hacerse cargo del Distrito de Columbia solo con firmar una orden ejecutiva era demasiado tentador para Trump.

Según el Washington Post, el detonante pudo haber sido el intento de robo a Edward Coristine, un protegido de Elon Musk en la agencia DOGE, que fue herido de gravedad y se recupera ahora mismo en un hospital.

El asalto tuvo lugar en la madrugada del pasado 3 de agosto y Trump reaccionó inmediatamente en redes sociales con una condena firme. "Me llevo muy bien con la alcaldesa Bowser, pero no está haciendo su trabajo", afirmó en claro aviso de lo que estaba por llegar.

El presidente de los Estados Unidos puede hacerse cargo de la policía del D.C. durante cuarenta y ocho horas por decisión propia y extender ese control hasta treinta días solo con notificarlo al Congreso. A partir de ahí, necesitaría la aprobación de las cámaras legislativas, algo que tampoco le costaría mucho conseguir.

Entre las cifras y las percepciones

A pesar de que la injerencia en Washington viene después del envío de la Guardia Nacional a California para reprimir las protestas contra las redadas masivas de inmigrantes ilegales y aunque Trump amenazó directamente a Chicago y Nueva York "con ser las siguientes", el Partido Demócrata no ha querido contestar con excesiva dureza.

Al igual que a la mayoría de partidos "progresistas" occidentales, no tiene muy claro qué quiere ser de mayor y la división en las reacciones así lo demuestra.

Mientras figuras respetadas como Hillary Clinton salieron inmediatamente a acusar a Trump de mentir, presentando los datos del Departamento de Justicia que reflejan una bajada radical en el número de crímenes violentos en los últimos años, los estrategas del partido prefieren ser cautos.

En palabras de la propia alcaldesa Bowser, que ha asumido la decisión de Trump sin excesivas quejas, al contrario de lo que hiciera el gobernador de California, Gavin Newsom, lo importante no son las cifras generales, sino la percepción individual del ciudadano que sufre cada uno de esos delitos.

El movimiento MAGA ha hecho de dicha percepción individual una batalla cultural, igual que lo han hecho los movimientos de extrema derecha en Europa. Las cifras quedan en un segundo plano —Newsom ha logrado bajar la inmigración ilegal en California y Bowser ha bajado la criminalidad en Washington— y lo que importa es el malestar, el agravio, la sensación de que estamos rodeados de bárbaros que vienen a asaltarnos. El inmigrante, el sintecho, el delincuente en potencia…

El ejemplo de las Bidenomics

La lucha contra el delito posible importa más que la lucha contra el delito real. Eso le crea un problema al Partido Demócrata porque no sabe cómo vender sus éxitos.

Algo parecido le pasó al expresidente Joe Biden durante su mandato: aprovechando que todas las cifras macroeconómicas iban bien, sus asesores acuñaron el término Bidenomics como receta de triunfo y trabajo bien hecho. Durante meses, el Partido Demócrata basó la reelección en esas Bidenomics, sin darse cuenta de que el ciudadano estadounidense tenía una percepción completamente distinta.

Y es que, mientras las cifras que repetía Biden invitaban a la euforia, las encuestas demostraban que los votantes percibían que su economía personal iba mal, que la inflación no dejaba de crecer y que hacía falta un cambio.

Ahora, el Partido Demócrata no quiere repetir el error: no quiere explicarle a su votante lo bien que van las políticas anti-inmigración o las medidas contra la delincuencia… y que luego el votante sienta lo contrario y encima perciba complacencia.

Por eso, Bowser prefiere bajar la cabeza y líderes como el congresista Hakeem Jeffries, probablemente el cargo electo más importante que tiene ahora mismo el Partido Demócrata en sus filas, elige mantener cierto perfil bajo dentro de la protesta.

El sopapo electoral del pasado mes de noviembre y la falta de alternativa y de proyecto hace que ahora mismo todo el mundo quiera ir con pies de plomo ante el autoritarismo trumpista. Y Trump, que lo sabe, se intentará aprovechar al máximo, al menos hasta las midterms de noviembre de 2026.