En cuestión de segundos, Manhattan quedó cubierta bajo un manto blanco. Los 110 pisos de cada una de las dos torres del World Trade Center se desplomaron dejando a sus pies 1,8 millones de toneladas de escombros. La nube de polvo y humo tóxico atravesó las calles de la Gran Manzana hasta desembocar en el río Hudson. Harían falta meses de incesante trabajo para que el paisaje apocalíptico de Nueva York recobrase la vida. 

Con el corazón de la ciudad (y de la nación) destruido, los trabajos de desescombro y limpieza de la Zona Cero apremiaban. Una labor que sería desempeñada en su mayoría por inmigrantes en situación irregular, según señalan informes del Journal of Occupational Environmental Medicine. Se estima que alrededor de 3.000 inmigrantes, en su mayoría latinoamericanos, trabajarían en el lugar, aunque es imposible conocer la cifra exacta ya que, al tratarse de personas sin papeles, muchas de las empresas contratistas no guardaban registro.

EL ESPAÑOL ha podido hablar con Franklin Achahua, de origen peruano, uno de los trabajadores indocumentados que estuvieron ejerciendo las labores de limpieza del WTC. "Estuve desde el 18 de septiembre hasta el 18 de noviembre de 2001. Las jornadas de trabajo eran de doce horas diarias, los siete días a la semana, y a cambio nos pagaban la miseria de 90 dólares al día", explica por teléfono desde su apartamento en el barrio neoyorquino de Queens.

Según Franklin, el hecho de que la gran mayoría de los trabajadores fueran inmigrantes indocumentados se debe a que así las empresas los podían explotar obligándoles a trabajar doce o más horas al día con la presión de limpiar la zona en tiempo récord, "unas condiciones que un neoyorkino con la nacionalidad no aceptaría", expresa.

Poco más de un año antes de los atentados del 11 de septiembre, Franklin recaló en Nueva York en busca de nuevas oportunidades. El día de la tragedia se encontraba trabajando pintando una vivienda situada a escasas manzanas del WTC. Un trabajo que quedó suspendido ya que su cliente decidió abandonar su domicilio por miedo a otro ataque terrorista, una muestra clara de la histeria colectiva que se vivió durante esos días.

Desempleado, sin papeles y con la necesidad de subsistir en la Gran Manzana, le dieron la oportunidad de trabajar limpiando los escombros de la Zona Cero. "No solicitaban ningún tipo de documentación ni te preguntaban por tu estatus migratorio, así que no dudé en aceptarlo", cuenta.

Durante tres meses, su función fue la de retirar los escombros de la iglesia de Trinity Church, muy próxima al WTC, así como de limpiar la zona de las oficinas que rodean Battery Park. Un trabajo que realizaba cada día, sin descanso, durante doce largas horas. "Necesitaba el dinero", dice.

Mascarillas de papel 

El 18 de septiembre del 2001, el mismo día que Franklin y otros miles de compañeros se incorporaron al trabajo de limpieza de escombros, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos declaró que el aire y el agua de la Zona Cero no eran contaminantes. Por tanto, para realizar dicho trabajo, la empresa les facilitó únicamente una mascarilla de papel que cambiaban cada tres días, así como una camisa negra que hacía las veces de uniforme, "yo tenía que llevar mi propio pantalón", cuenta el peruano. 

Sin embargo, el New York Committee for Occupational Safety Health publicó en el año 2007 un estudio que contradecía la versión oficial y demostraba que la exposición a los materiales destruidos en el WTC fue tremendamente perjudicial para las personas que allí se encontraban. Según el informe, la nube de polvo contenía más de 2.500 toxinas y contaminantes cancerígenos, como amianto, benceno, fibra de vidrio, vidrio molido, placas de yeso y hormigón. "En ningún momento las autoridades de Nueva York -en coordinación con los médicos de los hospitales- nos dijeron que el polvo tóxico, producto del derrumbe de las torres, nos iba a acarrear consecuencias fatales para nuestra salud", comenta.

Hasta la fecha, el fondo federal de indemnización a las víctimas estima que alrededor de 2.000 limpiadores, bomberos y policías han fallecido a consecuencia de enfermedades desarrolladas a raíz de la exposición prolongada al ambiente contaminado del lugar.

Los informes médicos de Franklin (a los cuales ha podido acceder este periódico) revelan los estragos de la contaminación ambiental a la que se vio expuesto. A día de hoy padece diversos problemas respiratorios que lo obligan a utilizar un inhalador, además, sufre de gastritis, reflujo estomacal (lo que le provoca constantes vómitos), sinusitis, rinitis y problemas psicológicos derivados del estrés post-traumático de trabajar desenterrando cuerpos de entre los escombros. "Uno nunca podrá olvidar todo lo que vio con sus propios ojos", expresa. 

"Dijeron que no era peligroso"

Rubiela Arias, una colombiana de 57 años, también trabajó durante ocho meses en la limpieza de los escombros del WTC. "Cuando llegué a la Zona Cero fue muy impactante para mí, era como si se hubiera acabado el mundo. Aún recuerdo el olor a carne quemada", relata a este medio. A pesar del tiempo, tampoco podrá olvidar las imágenes de los bomberos y los sanitarios que sacaban los cuerpos sin vida de entre los hierros. "Desde entonces, cuando escucho una sirena, me da un ataque de ansiedad", revela.

Rubiela Arias junto a otros representantes de la organización del 11-S.

Al igual que Franklin, esta colombiana residente en Nueva York sufre diversas enfermedades respiratorias y problemas en la piel. "En ese momento nos dijeron que el ambiente no era peligroso. Yo decidí trabajar en la Zona Cero porque tenía la necesidad de estar allí ayudando, fue algo impactante pero lo hice con mucho amor".

Actualmente, Rubiela es una de las principales representantes de Hazardous Materials Workers World Trade Center, una organización que defiende los derechos de los trabajadores que trabajaron en la limpieza del atentado. "Luchamos para que el Gobierno otorgue un beneficio migratorio y firme una acción ejecutiva para las personas que trabajamos en la Zona Cero", explica.

En el año 2011, el presidente Barack Obama, tras firmar la Ley James Zadroga de Salud y Compensación del 11-S, puso en marcha el Programa de Salud del WTC, el cual ofrece asistencia médica gratuita y compensaciones económicas a las personas que trabajaron en las labores de limpieza de la Zona Cero. No obstante, muchos inmigrantes sin papeles no se inscribieron en los programas de salud ya que pensaban que al hacerlo serían deportados a sus respectivos países.

Asimismo, para poder acceder a los programas de salud, las personas afectadas deben demostrar que realmente estuvieron trabajando en el World Trade Center, aunque debido a la falta de registros, muchos de ellos no tienen documentos que lo acrediten. "Yo tuve que presentar una tarjeta de identificación de la empresa que me contrató para así demostrar que estuve allí", dice Rubiela.

"No puedo encontrar trabajo"

Por suerte, Franklin también pudo acceder al tratamiento médico que ofrece dicho programa. Sin embargo, a sus 52 años, dice que no se encuentra con fuerzas para vivir. "Cada día estoy más débil, y sin papeles y con las enfermedades que tengo es casi imposible encontrar trabajo", se lamenta.

Medicación que toma Rubiela Arias.

Hace seis años ganó una demanda de 52.000 dólares al seguro de la compañía que lo contrató. Hasta ahora ha podido sobrevivir, aunque en estos momentos casi que se le ha agotado todo el dinero en cubrir los gastos de alquiler de la vivienda y en sus necesidades más básicas. "Ahora que se me acaba la indemnización no sé qué será de mí", expresa. 

21 años después de la tragedia, el Gobierno sigue sin legalizar a los encargados de reconstruir el infierno que se dibujaba en Manhattan tras los atentados. "Al principio nos trataron como héroes, ahora nos están dejando morir. Lo único que le pedimos al presidente Joe Biden es que de una vez por todas nos legalicen, no es necesario esperar una reforma migratoria, el presidente lo puede hacer a través de una ley ejecutiva, todo está en sus manos... Creo que merecemos que nos otorguen la residencia para poder salir a buscar un empleo y aguantar los pocos años de vida que nos quedan”, exclama.

Rubiela Arias

En marzo de 2020, 20 años después de que abandonase su Perú natal para mudarse a Nueva York, Franklin decidió viajar a Lima para poder ver a su madre, afectada de cáncer, y a su hermano, enfermo de SIDA. Sin embargo, la visita sólo duró unos meses ya que tuvo que regresar a Nueva York  para poder seguir con su tratamiento médico. Para ello, solicitó una visa humanitaria al Gobierno estadounidense que le fue denegada. No obstante, decidido a volver a Estados Unidos, cruzó ilegalmente la frontera que une al país con México. "Si no continuaba con mi tratamiento, moriría", comenta.

Al igual que Franklin, otros muchos inmigrantes sin papeles volvieron a sus países de origen y no les dejaron regresar. "La comunidad internacional debe saber que el Gobierno americano me negó una visa humanitaria para continuar con mi tratamiento porque me estoy muriendo lentamente por las consecuencias de ayudar a levantar los escombros del 11-S", denuncia.

Perdieron años de vida por limpiar las cenizas de una nación devastada por la tragedia, la misma nación que ahora se ha olvidado de ellos. "Nos han utilizado políticamente. Ya no somos los héroes latinos del 11-S", concluye.