Washington DC

En los últimos dos años, 12 internos han fallecido por consumo de drogas sólo en el territorio de Virginia. El pasado abril, en California, una sobredosis dejaba a un recluso muerto y a otros 11 ingresados en el hospital. Y en agosto, dos reos más fallecían por el mismo motivo en una prisión de máxima seguridad de Arkansas. Y todo esto en unas instalaciones donde se supone que la vigilancia debe mantener a raya a esta epidemia.

Sin embargo, lejos de ser zonas seguras, las cárceles norteamericanas son permeables al contrabando de drogas. Como ejemplo más cercano, el pasado viernes las autoridades de Texas interceptaban en un centro de internamiento un alijo de cocaína valorado en 18 millones de dólares, oculto en un cargamento de plátanos procedente de Puerto Rico.

Los agentes percibieron que las frutas parecían más maduras de lo habitual, lo que les llevó a inspeccionar las cajas, dando con 540 paquetes de un kilo de polvo blanco cada uno, según informó la policía un comunicado.

Ante este panorama, algunos han decidido cerrar todas las posibles vías de entrada de raíz. “Hemos detectado muchos casos en los que los visitantes han intentado introducir drogas en nuestras prisiones ocultando esas sustancias en las cavidades corporales, incluida la vagina”, explicaba la portavoz del Departamento de Correccionales de Virginia, Lisa Kinney.

Registro corporal al desnudo

Hasta ahora, cuando en la entrada de las prisiones el escáner hallaba un objeto en el ano o la vagina de un visitante, se le daba a elegir entre un registro corporal al desnudo o cancelar el encuentro previsto. A partir de octubre, se iba a restringir el acceso completamente a quienes fueran sorprendidos con cualquier objeto dentro, incluidos los tampones o copas menstruales.

Las autoridades penitenciarias incluso habían consultado esta nueva regla con la Fiscalía General de Virginia, acordando que a las mujeres que tuvieran que deshacerse de estos productos se les ofreciera compresas al momento. Sólo quedaban exentas las trabajadoras de la prisión y las abogadas que acudieran a conversar con sus clientes, según explica el Richmond Times-Dispatch.

Droga dentro de 62 cavidades

La medida se toma después de descubrir que entre febrero de 2017 y el pasado agosto, se encontraron drogas ocultas dentro de las cavidades corporales de 62 personas, 58 eran visitantes, dos empleados y dos presos.



Estas nuevas restricciones no se hicieron públicas a la prensa. El 17 de septiembre se incluyeron en un memorando interno dirigido a los vigilantes, explicando que la decisión se tomaba “como resultado de las recientes investigaciones sobre el uso de productos de higiene femenina para el contrabando de drogas”, y anunciando que entraban en vigor el 6 de octubre.



Sin embargo, el director de una de las prisiones, la de Nottoway, se adelantó informando a visitantes y presos por escrito de que si el escáner corporal localizaba un objeto extraño en el interior de un familiar, aunque éste pudiera ser un tampón, la visita se daría por terminada y podría incluso haber sanciones.



Una cuenta de Twitter dedicada a la defensa de los derechos civiles de los presos, Prison Reform Movement, se hizo con una copia de esta carta, aireándola y acusando al Estado de Virginia de “pasarse mucho de de la raya”.



La American Civil Liberties Union (ACLU) también mostró su rechazo en un comunicado, aseverando que esta prohibición atentaba contra la dignidad de las visitantes: “Ayudar a las personas que se encuentran en la cárcel a mantenerse en contacto con amigos, familias y comunidades es fundamental para la rehabilitación y para un eventual reingreso en la sociedad. Cualquier política que desaliente las visitas debe ser revisada”.

Tras el revuelo, el secretario de Seguridad Pública de Virginia, Brian Moran, ha dado marcha atrás, anunciando esta misma semana que las nuevas reglas quedan suspendidas hasta que se analicen “más exhaustivamente".



Demostrar la menstruación

El caso de Virginia puede parecer extremo, pero los hay peores. En 2015, en Tennessee, una mujer demandó a una empresa dedicada a la gestión privada de prisiones tras ser obligada a mostrar sus genitales en un centro penitenciario de Nashville. Según recogía la prensa local, tras acceder al recinto, los guardias notaron que llevaba una compresa en un bolsillo.



Aunque ella se ofreció a entregarla o a no realizar la visita, la obligaron a demostrar que estaba menstruando si quería abandonar la cárcel. Tuvo que ir al baño y bajarse los pantalones y la ropa interior para que una oficial la inspeccionara. Este caso, junto a otro contra la misma compañía, llegó al juzgado en 2017, pero no hubo veredicto. Ambas partes alcanzaron un acuerdo confidencial, según recoge el Tennessean.com.

En las próximas semanas se sabrá si finalmente Virginia retoma la prohibición o la descarta completamente. Pero mientras se libra esta nueva batalla entre seguridad y derecho a la intimidad, la epidemia sigue acechando. Cada 16 minutos muere un estadounidense por consumo de opiáceos, también entre rejas.