Lo primero que hace Donald Trump cuando se levanta a eso de las 5 y media de la mañana es mandar un tuit mientras ve la tele, todavía desde su cama en la habitación principal de la Casa Blanca.



Los informativos y las tertulias acompañan el día a día del hombre más poderoso del mundo hasta que se va a dormir, 18 horas más tarde. Como muchos sospechaban, lo que oye y ve en los medios influye directamente en su estado de ánimo y actitud. Así lo demuestran sus compulsivos mensajes en la red social. Ahora lo confirman varias personas de su círculo más cercano en un reportaje en el New York Times.

Para cuando acaba el día, Donald Trump ha empleado entre cuatro y ocho horas frente a la caja tonta, aunque cuando la situación lo requiere silencia el volumen. Hace zapping entre las cadenas que sabe que son “hostiles” y las que son más amables con él. La relación de Trump con la tele es tan cercana que, mientras los presentadores y cronistas comentan la actualidad, les responde en voz alta, incluso delante de sus colaboradores o con el personal de servicio que se encarga de servirle el almuerzo y una de las hasta 12 Coca-Cola Light que acostumbra a consumir un día cualquiera.

Fiel a su estilo, el propio Trump se ha encargado de rechazar la veracidad de la historia y de paso cargar contra el rotativo en su particular guerra contra las ‘fake news’. “¡Falso! No veo ocho horas de televisión y nunca pongo la CNN o MSNBC”, ha tuiteado este lunes. Sobre el ingente consumo de refrescos no se ha pronunciado.

El equipo cercano del polémico presidente sabe bien de su obsesión con lo que se dice y escribe de él, de manera que intentan prevenir y suelen hacer el mismo recorrido televisivo que el de su jefe para saber por dónde van los tiros.



Para la elaboración de este retrato sobre la hiperactiva y convulsa rutina del presidente de EEUU en el poder, The New York Times ha contado con el testimonio de más de 60 personas entre allegados, socios y congresistas. Uno de los que mejor relación mantiene con Trump, el republicano Lindsey Graham, explica una de las cosas que más le quita el sueño: “Siente que hay un esfuerzo para minar su elección como presidente y que las acusaciones de conspiración son infundadas. Cree firmemente que la izquierda y los medios quieren destruirlo”.

Graham también subraya uno de los mayores problemas que se está encontrando en su mandato, meterse en todos los charcos: “El problema es que no es lo mismo competir en unas elecciones y ser presidente. Tiene que encontrar el punto medio entre ser un peleador y ser presidente”, afirma Graham.

En el texto del rotativo neoyorquino, titulado Dentro de la lucha por la autoafirmación de Donald Trump, también destaca la estrategia de Marc Short -encargado de asuntos legislativos- para educar al presidente cuando estrenó el Despacho Oval. Short le hizo una especia de mapa con las fotos, nombres y perfiles de todos los legisladores a modo de croquis.

A continuación, resumimos las principales rutinas y/o obsesiones de Trump:

El mando de la tele, su tesoro: nadie tiene permiso para tocar el mando de las televisiones excepto el propio Trump y el departamento técnico cuando algo va mal.

Recuerdos de su triunfo electoral: en las paredes de la zona residencial aún cuelgan mapas con los condados y estados que ‘pintó’ de rojo y ganó a Clinton en las presidenciales.

Primeras llamadas en pijama: la primera estancia que suele visitar tras salir de la zona privada es la Sala de Acuerdos, desde allí acostumbra a mandar alguno de sus tuits matutinos, muchas veces en pijama.

Subrayando periódicos: Trump suele revisar alrededor de una docena de diarios en busca de noticias sobre él, suele subrayar los textos. Según fuentes cercanas al presidente, lo hace para reforzar su propia percepción de la realidad.

Hilo directo con su jefe de Gabinete: suele llamar a John F. Kelly una media de 12 veces al día, cuatro de ellas durante la cena.