La Cámara de Representantes de EEUU amaneció este jueves sumida en el caos, con su principal proyecto legislativo -la ambiciosa reforma fiscal impulsada por Donald Trump- atascado por una insólita rebelión dentro del propio Partido Republicano.
El presidente de la Cámara, Mike Johnson, pasó la jornada negociando in extremis con los congresistas díscolos, mientras Trump convocaba a algunos de ellos a la Casa Blanca en un intento desesperado por desbloquear el texto, como adelantó The New York Times.
Pese a los esfuerzos combinados, la votación preliminar para llevar el proyecto al pleno quedó congelada durante más de cuatro horas, sin lograr los apoyos necesarios.
Cinco republicanos se unieron a todos los demócratas para bloquear la moción y otros ocho evitaron pronunciarse, paralizando así la maquinaria legislativa.
El texto, aprobado por la mínima en el Senado, contempla una extensión de las rebajas fiscales de 2017 que expiran este año, junto con nuevas exenciones sobre propinas y horas extras que Trump prometió en campaña.
Todo ello tiene un coste estimado de 4,5 billones de dólares. Para compensarlo, se recortan cerca de un billón en Medicaid, se reducen ayudas alimentarias y se eliminan incentivos fiscales a las energías limpias aprobados durante el mandato de Joe Biden.
El ala más conservadora del partido, especialmente los defensores de una disciplina fiscal estricta, rechaza frontalmente los números del proyecto.
"¿Qué están esperando los republicanos? ¿Qué intentan demostrar?", clamó Trump en su red Truth Social al ver que la situación se le escapaba de las manos: “¡MAGA no está feliz, y os está costando votos!”, advirtió, elevando la presión sobre los rebeldes.
El desencuentro interno pone en riesgo no solo la reforma fiscal, sino la propia capacidad de Johnson para liderar la Cámara con una ajustada mayoría.
El congresista Chip Roy, del ala dura texana, denunció que el Senado había modificado de forma inaceptable el proyecto original aprobado por la Cámara, haciéndolo más caro y menos coherente con las promesas conservadoras.
Más allá del bloque fiscalista, los republicanos moderados también mostraron reticencias. Muchos, especialmente los que afrontan elecciones difíciles en distritos disputados, se oponen a los recortes más severos en Medicaid que impuso el Senado.
Uno de ellos, David Valadao, había rechazado inicialmente apoyar la moción, aunque terminó cediendo tras intensas conversaciones con Johnson y la cúpula republicana.
Mientras tanto, los demócratas aprovecharon la fractura para ganar protagonismo. Un nutrido grupo compareció en las escalinatas del Capitolio para denunciar un proyecto que, según su visión, traiciona a las bases republicanas y amenaza la red de protección social.
“Cuando decimos que el Partido Republicano se ha convertido en una secta, nos referimos a esto”, ironizó el demócrata Seth Magaziner.
La oposición presentó además numerosos obstáculos procedimentales para ralentizar el avance del proyecto, sabedores de que cada hora cuenta en una Cámara fracturada.
“Todo esto es para que Trump tenga su foto firmando una ley el 4 de julio”, acusó Katherine Clark, número dos demócrata, señalando el afán del presidente por capitalizar políticamente la medida antes del Día de la Independencia.
Con escaso margen de maniobra y la amenaza de que cualquier modificación devuelva el proyecto al Senado -donde su aprobación fue por la mínima-, Johnson reconoció en una entrevista televisiva que la negociación podía alargarse más de lo previsto: “Trabajaremos el tiempo que haga falta”, afirmó.
Sin embargo, el tiempo corre en contra del liderazgo republicano. La división interna, el descontento creciente entre los votantes conservadores y la presión demócrata podrían dejar en el aire la gran apuesta legislativa de Trump para su segundo mandato.
Y, con ella, la imagen de autoridad que la Casa Blanca intenta proyectar a pocos meses de unas decisivas elecciones legislativas.