Buenos Aires

Mayra prepara el desayuno para sus cinco hijas todas las mañanas. Las cosas han cambiado mucho en la mesa de esta familia de Barracas, un barrio popular de los aledaños de la ciudad de Buenos Aires. El desayuno no lo protagoniza la leche, no por una cuestión ni de gustos ni de tradición argentina, sino ecodiegnómica. La crisis, el aumento de los precios y la falta de ingresos en el hogar ha obligado a cambiar los hábitos alimenticios de muchos hogares argentinos, incluido el de Mayra, y a elaborar una dieta propia de supervivencia contra las gráficas que muestran que el país vive una situación delicada.

Así, en lugar de la leche que ha subido un 84% en el último año, el protagonista es el mate cocido, una infusión con la yerba mate, parecida al té y considerada por algunos sectores argentinos como la bebida de los pobres. Una bebida que, por supuesto, no cuenta con el calcio requerido para el crecimiento de los más pequeños. “Una falta de ingesta de leche tiene un impacto directo en el desarrollo óseo porque aporta proteínas, calcio y vitamina D”, indica la nutricionista Mónica Katz. Para acompañar el mate, tortas de harina fritas. “Es mucho más barata”, explica Mayra.

El menú semanal de Mayra viene cargado de arroz, fritos, pasta, fideos y salsa de tomate. Y pollo. Porque en el país de la carne y de los asados, en tiempo de crisis, el pollo es el rey. Un kilo de pollo cuesta alrededor de 84 pesos (1,3 euros), mientras que uno de carne supera los 200 pesos. De hecho, el país ha reducido en el último año el consumo de carne vacuna de 58 kilos por persona al año a 52, un 9% menos según la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes Derivados de la República Argentina (Ciccra).

Mayra cocina entre precios y condimenta con ofertas. Si quiere comprar algo de carne apuesta por el osobuco, las tiras o la carne picada, partes que llegan con algo más de grasa y que, por lo tanto, son más baratas. “Donde antes cocinaba con kilo y medio de carne, ahora lo hago con medio”, explica mientras añade que en su casa y en la de sus conocidos últimamente faltan frutas y verduras, alimentos que han aumentado su precio un 42% en 12 meses. Del pollo se aprovechan las alitas y las carcasas porque “hay que sacar el máximo posible”.

Ella es una demostración de que la sociedad argentina es, posiblemente a la fuerza, una de las que más sabe de economía. Términos como inflación, devaluación, falta de divisas o default viven en su realidad y entran en cada bolsa de la compra. El mes de agosto se coló con una sobrecarga del 58% respecto al año anterior en la cesta básica. Un bostezo en estos datos macroeconómicos suele generar ruido en los estómagos.

Comida para 400 millones de personas

El dato que todo argentino conoce es que Argentina produce alimentos para 400 millones de personas, 10 veces su población. El país exporta un 23% de la carne y es el principal exportador de soja del mundo y el tercer productor, un mercado exterior cada vez más apetecible con la devaluación del peso. Sin embargo, según el informe de junio del Observatorio de la Deuda Social Argentina, un 13% de niños experimentó hambre mientras que un 29% vio cómo la cantidad de alimentos que entraban en casa se reducía.

“Somos lo que comemos, y el impacto de una mala alimentación es enorme”, argumenta Katz, presidenta de la Sociedad Argentina de Nutrición. “Claramente si reemplazo leche por agua y si reemplazo fruta, verdura, yogur o alimentos saludables por alimentos que no lo son o con nutrientes críticos como mucho sodio, azúcar o grasas saturadas, el organismo claramente lo cobra y vemos enfermedades como diabetes, problemas cardiovasculares, obesidad y hasta cáncer”. Katz advierte así de una triple demanda alimentaria: “Sigue habiendo hambre, hay más obesidad y existe un hambre oculta que significa que aunque se coma y se tenga el estómago lleno existen carencias de vitaminas o minerales necesarios”. Y añade que “en Argentina hay una obesidad en la pobreza porque el acceso a alimentos saludables es crítico”.

Mónica Katz, presidenta de la Sociedad Argentina de Nutrición.

Comedores sociales

Los últimos meses de Mayra son el reflejo de Argentina. Ha pasado de un trabajo estable como costurera a hacer lo que llaman ‘changas’: trabajos precarios, puntuales y la mayoría en negro. Y ha abierto, junto a otras vecinas del barrio, un merendero. ‘Bienestar’ empezó atendiendo a 20 niños y ahora van más de 60 personas, madres incluidas, y cuentan hasta con lista de espera. “Pero el hambre de un niño no espera”, señala Mayra.

Decidió abrirlo hace meses cuando la situación no paraba de empeorar. Lo vio en su propia casa. Cuando trabajaba, una de sus hijas le pedía permiso para que fuera una amiga a estudiar por la tarde. Una de esas tardes en las que Mayra no fue a trabajar porque la fábrica tenía un corte de luz, su hija le hizo la misma pregunta con la respuesta afirmativa de su madre. Al preguntarle si les hacía la merienda, preguntó cuántos eran, la pequeña respondió que 20. “¡Con razón se me acababa la comida tan rápido!”, recuerda ahora. “No sabía si regañar a mi hija, llorar o abrazarla, esos niños venían a mi casa porque en su casa no tenían nada para merendar”. Ahí surgió Bienestar.

Ahora los productos que envían desde el Estado son cada vez menos y cada vez de peor calidad. Faltan verduras, carne y sobre todo, leche. Otra vez los sustitutivos, el mate cocido, la pasta y el pollo. Madres del barrio yendo al mercado a pedir comida para el comedor o a buscar entre la basura bolsas de verduras que todavía puedan estar en condición de ser servidas. También se han visto reducidas las comidas en los comedores escolares. “De un sándwich de jamón y queso ha desaparecido el queso y la manzana y para muchos niños y niñas esa era su comida principal del día”, lamenta Mayra.

Precisamente la falta de alimentos en los comedores sociales fue uno de los motivos por los que los movimientos sociales acamparon en plena Avenida 9 de julio, una de las arterias principales de Buenos Aires, a principios de septiembre. Sus protestas acabaron con el Congreso decretando la emergencia alimentaria que establece, entre otras medidas, un aumento del 50% de los fondos destinados a comedores sociales. Una medida que muchos ven como insuficiente. Mientras tanto, muchas cocinas argentinas serán la trinchera de resistencia ante la falta de leche, verdura y carne en las neveras y ante la crisis como menú de cada día.