México DF

Marco Antonio Jiménez enseña filosofía en un instituto de la Ciudad de México. Tiene 59 años, un bigote negro carbón y lleva la cara de Emiliano Zapata en la camiseta. También una insignia donde se lee Auxiliar. Certifica que es uno de los voluntarios que dedicó sus horas libres a recoger firmas de votantes mexicanos para que María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, la precandidata independiente, feminista y portavoz del Consejo Nacional Indígena, pudiera presentarse a las presidenciales del próximo 1 de julio. Sin éxito. Ya pasada la fecha límite, lograron 248.000, muy lejos de las 860.000 necesarias, el 1% del padrón electoral.



Es domingo 11 de febrero y Jiménez está en la explanada que hay frente al Palacio de Bellas Artes, para asistir el último acto de Marichuy Martínez en la capital. Comienza a las dos de la tarde, pero desde la mañana lleva ayudando a recolectar firmas. Hay un escenario en el que tocan grupos de corte alternativo y tres mesas en sus alrededores, donde los Auxiliares tratan de convencer a la marea de personas que atraviesa esta plaza, situada al lado del cruce más transitado de la ciudad más poblada de toda América. “Yo he hecho firmar a toda mi famila, a gente de la escuela, a transeúntes. Me he pedido libre la semana que viene para poder seguir”. No parece que vaya a lograrlo, ¿no? “Huy, eso no lo sabe usted”.

En una de las mesas, una pareja de veinteañeros de Tabasco se acerca. Ella, Ivonne Pinto, será la primera vez que vote en su presidente y ha decidido dar su su firma. “Creo que se merece tener su oportunidad”, comenta. Él, Mariano Samberino, que en las anteriores apoyó al centrista Nueva Alianza, no firma. “No tiene preparación educativa, no creo que sirva para dirigir un país, y además no creo que gane”. Y ella le apunta: “Estamos diciendo justo lo que dijimos en casa que no teníamos que decir”.

El ambiente es festivo. Banda de música. Un tipo con pañuelo y bandera palestina. Otro con una especie de traje de camuflaje, la cara de verde y hojas de árbol en el pelo. Llega la hora y suben al escenario la precandidata, varias vocales del Consejo, intelectuales y activistas comprometidos como el escritor Juan Villoro o el sociólogo Pablo González Casanova. El publico aplaude y se emociona, pero se les baja un poco cuando ven que cada uno de ellos dará un discurso antes de Marichuy.

“No creo que estemos preparados para una mujer presidenta, ese es uno de los motivos por lo que no la apoyo, somos machistas”, explica Eduardo Cano, 35 años, arquitecto y aspecto de modernete, al Auxiliar que trata de convercerle, “solo ha juntado a los pueblos indígenas del sur al centro y nos faltan los de arriba. Allí son un patriarcado y hay que aprender de ellos también. Yo quiero una humana en la presidencia”.

No creo que estemos preparados para una mujer presidenta, ese es uno de los motivos por lo que no la apoyo, somos machistas

Cuando se les pregunta sin requerir su nombre, los Auxiliares dicen estar seguros de que no van a lograrse las firmas. También que esos dos motivos-ser mujer y no tener suficiente educación- son los que más repiten quien no quiere firmar. Que hay algunos a los que logran convencer, que hay otros que no hay manera y que hasta tienen malos modos. Que hay bastantes que no tienen ni idea de quien es. Pero que lo importante es que se han organizado y, como dice el himno zapatista, la lucha avante.

“El mayor fracaso de Marichuy no son las firmas, sino que no se discute ni sobre ella ni sobre su propuesta, ha quedado en segundo plano. Ha tenido cobertura de medios, pero casi no ha tenido posibilidades de imponer su agenda con el tema de las mineras y demás. Simplemente no pegó, que puede ser un tema de carisma. No es lo mismo que [el subcomandante] Marcos”, arguye el politólogo y articulista Hugo Garciamarín. Solo en Chiapas y Nayarit logró las firmas necesarias. En Ciudad de México y Zacatecas se quedó en un 80%. Yucatán, Oaxaca, Veracruz, Quintana Roo, Puebla, Campeche y Estado de México, estados con un millón o más de indígenas o al menos un cuarto de su población total, tienen una media del 16%. Tras el inicio de la campaña, sus grandes hits mediáticos han tenido más que ver con percances graves-un asalto en Guerrero, un serio accidente de trafico el 14 de febrero en el que murió una de sus acompañentes- que con sus propuestas.

Además de la tecnologia-se usa una aplicación para registrar las firmas que necesita Internet y un smartphone de gama media/alta, algo que en zonas rurales puede ser complicado-, Garciamarín veía tres motivos principales para que no vaya a lograr el mínimo. “No es lo mismo una campaña a nivel nacional que organizar algo más en corto, como un caracol [comunidades autónomas zapatista] y es muy complicado lograr las firmas sin una estructura previa; también es complicado lograr el apoyo de las diferentes organizaciones indígenas, con diferentes realidades geográficas, metas y visiones a las que puede no interesarles el plan de Marichuy; y la última es que su voto duro parece ser más clase media-alta ilustrada, que realmente es muy pequeña en este país”.

Marichuy alerta del "cáncer" de México

Los candidatos independientes

Los que sí han logrado las firmas tienen poco de independientes y mucho de rebotados de la política tradicional mexicana. Margarita Zavala, esposa del expresidente Felipe Calderón, viene del PAN; Jaime el Bronco Rodríguez estuvo 30 años con el PRI antes de en 2015 ganar sin partido en Nuevo León; Armando Ríos Piter era del PRD. Tienen recursos, empresarios y estructuras detrás. Hay reportes en prensa que indica que pagan a sus recolectores de firmas. La única candidatura diferente y a la que se le veían posibilidades de lograrlo era la de Marichuy.

Finalmente, tras dos horas de teloneros frente al Palacio de Bellas Artes, en las que se habla de las mineras, a favor de los pueblos indígenas y contra el silencio, se grita viva Zapata y viva el zapatismo, sale Marichuy. Dos señoras ya pasados los 60, de las que han firmado por ella debido a su cansancio de los políticos tradicionales, se alejan del escenario.

-¿Por qué se van?

-Ay, miijo, es que llevamos esperando demasiado tiempo.