Tras las elecciones a ayuntamientos y asambleas estatales del pasado 7 de noviembre, la política estadounidense ha empezado a perder apellidos anglosajones para abrir paso a nombres de acento hispano, fruto de las segundas generaciones de latinos que llegaron a EEUU hace décadas. Murillo, Ayala, De la Isla, Guzmán, Mosqueda, González o Vargas ya no sólo se identificarán con el camarero que sirve el café o con el repartidor de turno, sino que empiezan a aparecer en los periódicos como representantes de instituciones públicas.

Sin embargo, en un país donde actualmente se persigue la inmigración ilegal, especialmente la procedente de la frontera mexicana, queda un largo camino por recorrer antes de que aparecer en el carné como Hernández o Suárez deje de despertar suspicacias y de restar oportunidades profesionales.

Prácticamente desde su fundación, en los EEUU la raza y el grupo étnico han sido un elemento nuclear a la hora de configurar las relaciones sociales y laborales, y también de detonar discriminaciones de todo tipo. No obstante, hasta ahora pocos habían tenido en cuenta que llegados a un punto tan elevado de mestizaje como el actual, esas desventajas no iban a quedar restringidas en exclusiva a negros o hispanos. De hecho, con el aumento de los matrimonios mixtos, la población blanca y anglosajona, especialmente la femenina, empieza a padecer los efectos de esa marginación.

La tradición del cambio de nombre tras el paso por el altar es el motivo. Como en muchos otros países, aquí la mujer suele adoptar el apellido del marido una vez que se casa. Esta costumbre puede tener ventajas e inconvenientes en la sociedad norteamericana, si bien se puede convertir en un verdadero problema cuando la futura esposa tiene por prometido un ciudadano de apellido español, ya sea residente, ciudadano o inmigrante.

Por poner un ejemplo, no es lo mismo dejar de ser Johanna Smith para convertirse en Johanna Williams, Bennet o Taylor, que hacerlo para ser Johanna Rodríguez, Fernández o García.

Discriminación laboral por el apellido

Uno de los programas dedicados a cuestiones raciales en la radio pública estadounidense, Code Switch, analizaba recientemente el caso de una ciudadana llamada Katie, que planteaba su problema.

“Mi novio es mexicano, yo soy blanca -anglosajona caucásica-, y hemos comenzado a hablar sobre matrimonio. Barajé la idea de adoptar su apellido, pero él se opuso firmemente. No quiere que un apellido latino (tipo López o García) me afecte negativamente a través del prejuicios inconscientes, como cuando vaya a solicitar un empleo. Puedo entenderlo, pero me gustaría compartir el apellido con él. También sugerí tomar los dos apellidos legalmente, y luego usar profesionalmente sólo el ‘blanco’, pero él también estaba en contra. ¿Algún consejo?”, preguntaba.

La discriminación laboral en base al apellido a la hora de optar a una entrevista de trabajo no es algo nuevo en EEUU, si bien no había sido un problema generalizado para ciudadanas blancas que, siguiendo la costumbre, quieran cambiar de nombre al dejar de ser solteras. La cuestión podía parecer un caso muy particular en el que pocos se habían parado a pensar, aunque en cosa de días derivó en una cascada de dudas, temores y opiniones similares de otros oyentes, evidenciando que los problemas racistas acaban afectando también a la población blanca.

Laura Davis es una norteamericana blanca, rubia y de ojos azules casada con un hispano, del que tiene previsto tomar el apellido, un proceso que “no es sencillo”, ya que requiere de muchos trámites además del cambio legal: tarjetas de créditos, cuentas de correo, carné de conducir... “Realmente nunca se me ha pasado por la cabeza que podría ser discriminada por tener un apellido español. De hecho, ahora que lo estoy pensando, tal vez en realidad me ayude, porque hay muchas compañías que necesitan crear un ambiente de trabajo diverso y quieren contratar personas de diferentes etnias”, explica a EL ESPAÑOL.

Sin embargo, aunque es cierto que la diversidad cultural es un plus en las grandes empresas, un apellido no anglosajón puede tener sus inconvenientes en algunas circunstancias. “Mi marido es español y aunque no es López o García, sé que si adoptara su nombre podría tener problemas en caso de búsqueda de trabajo o con la policía, si alguna vez me veo envuelto en un problema”, comenta Michelle.

Afortunadamente, en EEUU las cuestiones raciales llevan décadas centrando estudios, por lo que existen datos para verificar si realmente existe un problema.

Los nombres negros, rechazados

En el año 2004, se publicó un informe de la Universidad de Chicago titulado ¿Son Emily y Greg más empleados que Lakisha y Jamal -nombres usados mayoritariamente por la población negra-?. En este análisis se comparaba la respuesta de los empleadores ante currículos de nombres blancos frente a afroamericanos.

En total, se enviaron 5.000 currículos a 1.300 ofertas de empleo de periódicos de Boston y Chicago. Los nombres “muy blancos” como Emily Walsh y Greg Baker, lograron un 50% más de respuestas que los “muy afroamericanos”, como Lakisha Washington y Jamal Jones. No obstante, se criticó que Lakisha y Jamal tienen connotaciones de un estatus socioeconómico bajo, que se vincularía con el grado de educación, un factor no relacionado con la raza.

En 2014, la historia de José Zamora se hizo viral. Este joven, al que nadie respondía cuando enviaba currículos con el nombre José Zamora, probó a eliminar la ese de su nombre, rebautizándose como Joe. A partir de ese momento, el teléfono empezó a sonar.

José Vs. Joe: Who Gets A Job?

En 2016, sin embargo, se llevó a cabo otro experimento. Los investigadores enviaron casi 9.000 currículos a anuncios de trabajo en siete ciudades para diferentes puestos, dejando a lado nombres con alguna connotación -se eligieron Megan y Brian para los blancos; Chloe y Ryan para los negros-. Los currículos de los aspirantes negros ficticios llevan los apellidos Washington y Jefferson, mientras que los de los candidatos blancos eran Anderson y Thompson, y los aspirantes hispanos eran Hernández y García.

Ésta era la primera vez que se analizaba la supuesta discriminación laboral con apellidos españoles y, en esta ocasión, no hubo diferencia. En promedio, un 11 por ciento de cada grupo recibió una respuesta del empleador, sin diferencias significativas. Esto podría indicar que en 12 años la discriminación racial es menor en EEUU o, sencillamente, que la raza o el grupo étnico cada vez se identifica menos en el apellido, especialmente entre negros y blancos, grupos que cada vez son más difíciles de clasificar por el nombre. No así los hispanos.

Oposición a los matrimonios mixtos

Pese a todo, el rechazo a la inmigración, especialmente a la mexicana, no ayuda. Los últimos intentos de la Casa Blanca por acabar con las ciudades santuarios, expulsar indocumentados o levantar un muro con México no son precisamente un incentivo para adoptar un apellido hispano, especialmente en la América interior.

El rechazo a las familias interraciales es un factor que tener en cuenta. Actualmente, el 10 por ciento de los estadounidenses dice que se opondría a que un pariente cercano se case con alguien de una raza diferente, según un estudio reciente del Pew Centro de Investigación. La cifra ha bajado desde el 31 por ciento de 2000, aunque todavía está en el 14% entre la población no afroamericana.

Por supuesto, este problema es extrapolable a árabes o asiáticos. Laura recuerda una anécdota que muestra la relevancia de los nombres en EEUU. “La señora Chun, una ciudadana estadounidense blanca, rubia y caucásica que había tomado el apellido de su esposo, un amigo mío asiático, aguardaba en la sala de espera del médico a que la llamaran después de haber cogido cita. Las horas transcurrían y los pacientes iban entrando y saliendo de la consulta. Cansada de esperar, se levantó a preguntar. Los asistentes del doctor habían ido varias veces a buscarla, pero como esperaban encontrar a una mujer de rasgos asiáticos, siempre saltaban al próximo. Perdió allí todo el día”.