Hace aproximadamente un mes, en una entrevista con el británico The Times, Donald Trump comentaba que Camp David, la residencia 'recreativa' de los presidentes de EEUU, era un lugar “muy rústico y agradable”. “Te gustaría -le comentó el entonces presidente electo al reportero-. ¿Sabes cuánto tiempo te gustaría? Unos 30 minutos”. Ya dejaba entrever el magnate que no tenía intención de pasar sus fines de semana en esta finca situada en Maryland, cerca de Washington D.C., y que prefería manejar los asuntos internacionales arropado por la calidez y el lujo de sus clubes, campos de golf y hoteles. En Palm Beach, para desgracia de sus habitantes, ya lo están comprobando.

En este condado insular de Florida, que disfruta de tiempo agradable todo el año, el millonario cuenta con una de las joyas de su imperio, Mar-a-Lago, un exclusivo complejo con playa privada, canchas de tenis, un spa y campos de golf, donde el comandante en jefe ha pasado ya tres fines de semana consecutivos, además de las vacaciones navideñas. Allí precisamente llevó a pasar unos días al primer ministro japonés, Shinzo Abe, líder que estrenó la nueva y exótica sede de la diplomacia estadounidense, desde donde ambos manejaron la crisis del lanzamiento de un misil por parte de Corea del Norte, a la brisa del Caribe.

No todos parecen encantados con el cambio. Jorge González es un empresario natural de Luisiana, que posee en Palm Beach un negocio de aviación publicitaria llamado SkyWords. Sus avionetas surcan las playas de la zona con banderolas anunciando a sus clientes. Ya ha perdido 42.000 dólares desde que Trump pasa en Mar-a-Lago los fines de semana. “Tenemos prohibido volar mientras el presidente está aquí. Llevamos tres fines de semana ya en tierra y el servicio secreto no nos da ninguna solución. Si esto continúa así voy a tener que cerrar”, explica a EL ESPAÑOL.

“La temporada alta es entre enero y mayo, y nuestra actividad se concentra en un 97% los fines de semana. Los tres últimos nos tuvimos que quedar en tierra. También en Navidad y Año Nuevo. Hemos pedido que nos den una solución, pero a día de hoy no hay respuesta”, lamenta desesperado, pues en breve tendrá que prescindir de alguno de sus empleados a tiempo parcial.

Y aunque "una posible salida que sería llevar el caso a los tribunales, ningún abogado quiere llevar al gobierno federal ante el juez", agrega.

La situación no sólo afecta a una empresa. Todas las que tienen como fuente de ingresos los vuelos privados con sede en el aeropuerto de Lantana, el más próximo a Mar-a-Lago, están en la misma situación, según informa González: escuelas de aviación, aeroplanos recreativos, suministro de combustible, alquiler de hangares y otros. Pero no sólo los negocios están padeciendo la presencia del presidente.

El palacio de Trump en Palm Beach.

“Los trabajadores que nos dedicamos a cortar el césped y a mantener las piscinas de la isla -de Palm Beach- también estamos sufriendo restricciones”, comenta a EL ESPAÑOL Gustavo, un jardinero que ha visto reducidas las jornadas los fines de semana. “Desde los viernes a las tres de la tarde hasta el lunes por la mañana nos tienen prohibido entrar. El motivo es que los controles de seguridad de tráfico saturan la isla y crean unos atascos enormes. Entonces para aligerarlos nos dejan fuera durante el fin de semana, que es cuando más se trabaja”, añade. Y no sólo los operarios privados están limitados. En esa misma franja horaria, tampoco las cuadrillas municipales -limpiadores y basureros- entran a la isla.

Los vecinos tampoco se libran de las molestias. "Hay dos grandes carreteras, una que entra y otra que sale de la isla. Cuando llega el presidente, cierran una y todo se colapsa”, expone González, que vive cerca en la zona. De hecho, aclara que "la gente está orgullosa de que el presidente venga a pasar su tiempo aquí, pero quiere que el tráfico fluya y poder trabajar".

La elección de Mar-a-Lago ha dejado sin uso de momento a Camp David, aunque desde la Casa Blanca no se ha informado de que esta residencia vaya a quedar inactiva. No en vano, pese al rústico entorno que parece no agradar al magnate, cuenta con unas instalaciones militares de la Marina de los EEUU, que suponen un coste de ocho millones de dólares anuales.

TRES MILLONES POR 'FINDE'

Al margen de lo económico, estas instalaciones también poseen un valor simbólico, desde que Franklin D. Roosevelt las convirtió en un retiro presidencial en 1942. Desde entonces, la diplomacia internacional ha hecho de esta residencia un enclave estratégico, preparado para acoger dignatarios mundiales con total fiabilidad.

Mar-a-Lago y el resto de propiedades de Trump, por contra, no cuentan con la seguridad que requiere el comandante en jefe. Y blindar la zona cada fin de semana, incluido un refuerzo de Guardia Costera en el mar, sale caro. Según publica Político, el coste ronda los tres millones de dólares, por lo que los tres fines de semana han podido salir por cerca de diez millones. Llega a esta cifra a partir de un informe de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental preparado en 2016 sobre uno de los viajes de Obama en 2013, a Chicago y a Palm Beach. Cuatro días por los que el Departamento de Defensa y el de Seguridad Nacional desembolsaron 3,6 millones.

Durante el anterior mandato, los republicanos y el propio Trump criticaron los gastos en viajes de Obama, ya fueran a Hawai o a Marbella. Ahora, en cambio, es el coste de la seguridad de la familia Trump la que está bajo la lupa, y no sólo por la actividad presidencial. Toda su familia tiene protección.

El pasado fin de semana, sus hijos Eric y Don Jr. Trump se desplazaron a los Emiratos Árabes Unidos por cuestiones de negocios, acompañados por agentes federales. Mientras, la policía de Nueva York seguía vigilando la Trump Tower de Manhattan, con un coste según el Post de 500.000 dólares al día, al margen del resto de familiares de Trump.

A este ritmo, el montante que deberá afrontar el contribuyente será enorme. El Washington Post apunta que, sobre la base de las evaluaciones de los gastos de viaje y seguridad pasados, los cuatro años de Administración Trump podrían llegar a cientos de millones, mucho más que su antecesor, cuyos desplazamientos la fundación Judicial Watch estimó en casi 97 millones en ocho años.

La factura no sólo la pagará el gobierno federal. El condado de Palm Beach, por ejemplo, ha tenido que pagar horas extras de su policía durante las estancias de Trump, por valor de 1,5 millones de dólares hasta ahora, según informa NPR, que describe cómo los vecinos están quejándose por los ruidos de helicópteros cerca del club y las ventas en los comercios han bajado.

SU CLUB SUBE LOS PRECIOS

De momento, el único que está haciendo negocio es el imperio Trump. Mar-a-Lago elevó su cuota de inscripción a 200.000 dólares en enero, el doble que hace un año. Además, el números de socios aceptados está casi al tope, situado en 500 -según recoge CNN-, por no hablar de la publicidad mundial que logra cada vez que aparece el presidente jugando al golf. El club asegura que la subida de precios estaba ya prevista.

La respuesta del Departamento de Estado hasta ahora a los medios que se han interesado por este asunto ha sido que Trump no está en Florida de vacaciones, sino trabajando, contestación que ya la usaba Nancy Reagan. "Los presidentes no obtienen vacaciones, sólo cambian de escenario". George W. Bush lo hacía con su rancho de Texas y Obama con Hawai, claro que ninguno de los dos hacía dinero a cuenta de sus viajes.

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