Nairobi

Hasta con el mismísimo Nelson Mandela llegaron a comparar al primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, quien ganó el Premio Nobel de la Paz de 2019 pero cuyo prestigio ha caído en picado desde entonces por hacer la guerra.

La de vueltas que da la vida al echar la vista atrás. Y en el caso de Abiy, que aspira a revalidar el cargo en las elecciones generales de Etiopía del próximo lunes, conviene empezar por una fecha: el 2 de abril de 2018.

Ese día, el mandatario juró a sus 41 años ante el Parlamento como primer ministro, el tercero del país desde que el Frente Democrático Revolucionario Etíope (EPRDF) derrocara en 1991 al régimen comunista.

"Necesitamos democracia y libertad", reclamó el flamante líder tras suceder como jefe del Gobierno y del oficialista EPRDF (coalición de cuatro partidos regionales representativos de grandes grupos étnicos) a Hailemariam Desalegn, que había dimitido dos meses antes tras varios años de protestas contra la represión estatal.

Una ola de reformas sacudió en pocos meses al segundo país más poblado de África: la amnistía a miles de presos políticos, la legalización de partidos opositores, el compromiso de unos comicios democráticos, un Gobierno paritario o la primera presidenta etíope.

El primer ministro también firmó el histórico acuerdo de paz con la otrora enemiga Eritrea tras veinte años de conflicto.

La "Abymanía" y el Premio Nobel

Y se desató una suerte de "Abiymanía" de tal calibre que numerosos observadores compararon al carismático líder con personalidades como el legendario primer presidente negro de Sudáfrica, Nelson Mandela.

En aquellos días frenéticos, "Abiy era demasiado popular en Etiopía. Muchos incluso lo consideraban uno de esos mesías enviados por Dios" para salvar a Etiopía de sus males, recuerda el profesor Habtamu Girma, de la Universidad de Jijiga (sureste del país).

La popularidad se colmó con la concesión del Premio Nobel de la Paz en 2019 por el acuerdo con Eritrea.

"La guerra es el epítome del infierno", sentenció un Abiy ataviado con un elegante traje oscuro el 10 de diciembre de ese año, en la ceremonia de entrega del galardón en Oslo.

Pero el gobernante no dudó en abrir las puertas de ese "infierno" en noviembre de 2020, cuando lanzó una ofensiva armada para derrocar al Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT), partido en el poder en esa región, al que acusó de atacar una base del Ejército etíope.

Siete meses después, esa guerra ha causado miles de muertos y cientos de miles de desplazados, pero también ha machacado la reputación del mandatario, dentro y fuera del país.

"Hubo una oportunidad en 2018 para renovar el país y traer un cambio monumental. Había mucho optimismo en ese momento y la confianza en el Gobierno estaba en un nivel récord. La oportunidad definitivamente se ha desperdiciado", confiesa a Efe el periodista etíope Zecharias Zelalem.

La carrera meteórica del "mesías"

El ya mancillado Nobel de la Paz culminó la meteórica carrera de un hombre, hijo de padre musulmán y madre cristiana, nacido el 15 de agosto de 1976 en un hogar sin luz ni agua del pueblo de Beshasha en Oromía, región de los oromos, principal grupo étnico de Etiopía.

De hecho, Abiy -obseso del deporte (frecuentaba antaño los gimnasios de Adís Abeba) y poseedor de una licenciatura en Ingeniería Informática y varios másteres universitarios- es el primer jefe del Gobierno oromo, etnia históricamente agraviada que encabezó las protestas antigubernamentales que le auparon al poder.

El mandatario conoce bien el horror de la guerra porque se unió en 1991, como niño soldado, a las fuerzas que combatían al régimen comunista; y en 1993 ingresó en el nuevo Ejército etíope, donde, fascinado con la tecnología, trabajó como operador de radio.

En 1995 fue desplegado como integrante de la misión de paz de la ONU en Ruanda tras el genocidio perpetrado el año anterior.

En 2008, Abiy cofundó la Agencia de Seguridad de la Red de Información de Etiopía (INSA), un servicio de ciberespionaje que dirigió hasta 2010, cuando decidió, con el rango de teniente coronel, cambiar el Ejército por la política.

Durante las elecciones de ese año, como militante del Partido Oromo Democrático, parte de la coalición gubernamental, logró un escaño en la Cámara Baja del Parlamento y en 2015 llegó a ministro de Ciencia y Tecnología.

La dimisión de Hailemariam Desalegn en febrero de 2018 provocó la primera elección de liderazgo disputada en la coalición, que ganó Abiy, convirtiéndose automáticamente en el primer ministro.

Guiado por su devoción cristiana y convencido de hacer "la obra de Dios", el gobernante emprendió la refundación del EPRDF, una mezcolanza de grupos étnicos dominada por el FPLT que dirigió Etiopía con mano de hierro durante casi tres décadas.

Pese al boicot del FPLT, designado ahora como organización terrorista por su papel en la guerra de Tigray, Abiy creó el Partido de la Prosperidad, una fuerza nacionalista panetíope que quiere separar la política del federalismo étnico.

Su búsqueda de la unidad de Etiopía dentro de la diversidad de sus más de ochenta etnias le ha costado la rebelión del FPLT, un atentado del que salió indemne, un rebrote de la violencia interétnica y una intentona golpista en la región de Amhara, hogar del segundo grupo étnico del país, entre otros reveses.

La buena estrella del "mesías" etíope parece haberse apagado. Queda por ver si volverá a encenderse este lunes en las urnas.

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