El 9 de julio de 2011, los ciudadanos de Sudán del Sur celebraban con gran esperanza su independencia de Sudán. El referéndum se aprobó con más del 90% de los votos a favor. La independencia ponía el sello a un conflicto que venía prolongándose desde hace más de 60 años, pero abrió una nueva crisis política, étnica y nacional.

Uno de los móviles del enfado era la explotación económica: el norte extraía el petróleo del sur para refinarlo y venderlo en el norte. Años antes, los árabes del norte habían invadido el sur para apresar a sus habitantes y venderlos como esclavos.

Pero con la independencia no llegó la paz. A los pocos meses, Salva Kiir, el presidente, y Riek Machar, vicepresidente, se enzarzaron en una nueva lucha por el poder. Ambos habían compartido trinchera en la andadura para la independencia, pero eso ya era tierra mojada. Cada uno de ellos movilizó a su etnia -dinka y nuer, respectivamente para defender sus intereses personales.

Hoy, cinco años después de su emancipación, Sudán del Sur afronta una de las mayores crisis humanitarias del mundo junto a Siria e Irak, según la ONU. 860.000 sursudaneses han abandonado el país para buscar refugio en el exterior. Es el cuarto país del mundo que genera más refugiados.

Los líderes de la comunidad de Adior, única en Sudán del Sur por la convivencia pacífica entre dinka y nuer, explicaban a Gonzalo Araluce el “sinsentido” de la guerra que ha enfrentado, durante dos años, a las tribus a las que pertenecen. “Kiir y Machar quieren gobernar el país y cada uno de ellos utiliza a los suyos -valora Mary Ayomkou, jefa de los nuer-. A mis 48 años apenas he conocido unos breves periodos de paz. Ojalá mis siete hijos puedan vivir tranquilos en Adior e ir a la escuela”.

Su familia es consciente de su “privilegio”, puesto que los campos de refugiados han demostrado que no son un lugar del todo seguro. En febrero de este año, un ataque al campo de Malakal dejó, al menos, 30 muertos y 123 heridos. “Un campo que debería ser un santuario fue objeto del fuego, y nadie ha rendido cuentas”, apostilla Akshaya Kumar, vicedirector de Human Rights Watch para Naciones Unidas.

No sólo la guerra persigue a los sursudaneses, también lo hace el hambre. Las agencias humanitarias estiman que 4,3 millones de personas viven en situación de inseguridad alimentaria.

Las cifras detrás del conflicto

El 26 de agosto de 2015, los dos líderes firmaron un acuerdo de paz, pero eso no logró traer la estabilidad al país. De hecho, el conflicto se ha extendido a otras regiones de la nación que no habían sido afectadas antes, como Gran Ecuatoria y Gran Bahr-El- Ghazal, al norte del país. Unos enfrentamientos hace un mes en Wau, también al norte, generaron más de 35.000 nuevos desplazados.

Desde la firma del acuerdo, se han registrado más de 100.000 nuevos refugiados internos y cerca de 140.000 refugiados. Así, son ya 860.000 ciudadanos del nuevo país los que viven fuera del mismo, principalmente en Etiopía, Kenia, Sudán y Uganda. En un país que en 2013 contaba con 11,3 millones de ciudadanos, 2,6 millones viven fuera de sus casas.

Acnur calcula que hace faltan unos 573 millones de dólares para garantizar la protección y asistencia de estos refugiados, pero en estos momentos apenas se ha recibido el 17%, unos 85,4 millones de dólares. Los más afectados son los niños, que componen el 70% de la población refugiada. Etiopía, por ejemplo, sólo tiene el 20% del personal que necesita para atender a los menores.

Pero Sudán del Sur no es sólo un país de huida. El Estado más joven del mundo acoge a casi 275.000 refugiados de otros países, 250.000 pertenecientes a su vecino del norte.

¿Olvidar o ajusticiar?

“Construir una nación no es una tarea fácil”, confesaba Salva Kiir, presidente del país, intentando justificarse en un artículo publicado en el New York Times a principios de junio de 2016. “Somos conscientes de que debemos asegurar que nuestro país no vuelva a pasar una guerra civil”.

El presidente apostaba en su comunicado por la creación de una comisión de verdad nacional y reconciliación, inspirado en los creados en Sudáfrica e Irlanda del Norte. “Aquellos investigados que digan la verdad sobre lo que vieron o hicieron gozarán de una amnistía, independientemente de si no muestran arrepentimiento”.  Es decir, “el propósito de este proceso no es buscar el perdón, sino preparar a la población de Sudán del Sur para una tarea inmensa: construir una nación junto a aquellos que cometieron crímenes contra ellos, sus familias y comunidades”.

Sin embargo, el “nosotros” con el que habla el presidente, Salva Kiir, no es recíproco. Cuatro días después de que se publicara el artículo, el vicepresidente, Riek Machar, rechazó el contenido del artículo porque se había escrito sin su consentimiento. Por su parte, el responsable de comunicación del Presidente negó sus palabras.  

Para las Naciones Unidas, la salida que propone el presidente no es viable. Kate Gilmore, Alto Comisionado adjunto de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, afirma que dos años y medio después del comienzo de la crisis en el país, la situación sigue siendo muy volátil. Además, Gilmore defiende que sin justicia, no se conseguirá una paz definitiva.

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