Si la libertad es un concepto ambiguo y problemático, la dignidad lo es mucho más. Toda la construcción de las distintas revoluciones de vaga inspiración marxista en América Latina durante los años 50 y 60 partían en el fondo de la famosa premisa del Che Guevara: “Mejor morir de pie que vivir de rodillas”.

Que esa frase admite muchos matices y puntos medios es evidente, pero básicamente se podría traducir así: “Mejor morir de hambre a nuestra manera que rendirse a la injerencia capitalista extranjera”. Esa ha sido la historia de Cuba durante al menos los últimos sesenta y dos años y contra eso se levanta ahora buena parte de su ciudadanía.

No hace falta ser historiador para saber cómo era la Cuba pre-castrista. No viene mal, pero no es del todo necesario si uno solo quiere hacerse una idea. Basta con ver las numerosas películas que Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y tantos otros han ambientado en la isla durante aquellos años de la mafia, los casinos y el control externo de la dictadura del general Batista a base de sobornos y mordidas.

La comunidad cubana anticastrista protesta en la Freedom Tower de Miami

Que Cuba era un escenario ideal para la corrupción, el dinero fácil y que la gran parte de la población se mantenía al margen de los beneficios que eso pudiera suponer al estado es indudable. Otra cosa es que la solución que se dio en su momento a esos problemas merezca seis décadas de vigencia.

Cuando hay en Cuba episodios de revueltas y represión -las dos cosas van de la mano- y por lo tanto se resquebraja la idea del “pueblo unido revolucionario que sacrifica lo que haga falta por mantener su independencia”, la izquierda occidental siempre busca los culpables fuera de la isla. El problema no sería de libertad, sino de pura logística y acceso a los bienes. En el fondo, es la teoría marxista: la infraestructura determina la superestructura. Pensamos y actuamos según nos va en lo económico. Si hubiera yogur en el estante, todo el mundo contento.

Ese axioma, que se ha universalizado en el último siglo, es muy discutible. El filósofo español José Ortega y Gasset lo ponía en duda al analizar la Revolución Francesa, su origen y consecuencias. El ciudadano medio francés no pasaba más hambre en 1789 que en otro momento del siglo XVIII. Ni siquiera era más irrelevante en lo político. Al contrario. La diferencia es que la burguesía francesa llevaba décadas viviendo de la Ilustración: la idea de que el individuo no tiene por qué estar postrado ante la voluntad caprichosa de un estado autoritario es lo que realmente hizo que rodaran cabezas. La subida de la harina fue solo una excusa fácil para encontrar más adeptos.

Probablemente, eso es lo que esté pasando en Cuba, donde las hambrunas a lo largo de los años han costado decenas de miles de muertos y donde las libertades han estado mucho más perseguidas que en la actualidad. La diferencia es que el pueblo ya está harto. La idea de que dignidad y libertad son compatibles se ha instalado en buena parte de la ciudadanía que solo necesita que la otra parte se ponga de su lado en la lucha.

Manifestantes en La Habana.

Sin embargo, los simpatizantes, aunque sea en el plano estético, de la dictadura post-castrista siguen repitiendo aquello de “esto es porque tienen hambre y tienen hambre por culpa del malvado bloqueo de los Estados Unidos”. Puede que “el malvado bloqueo de los Estados Unidos” sea la excusa más repetida a lo largo de la historia para cruzarse de brazos ante una situación de palpable injusticia. Analicemos, pues, cómo empezó y en qué consiste.

La expropiación de las petrolíferas

A las veinticuatro horas de que Michael Corleone besara en la boca a su hermano Freddo y le dijera que le había roto el corazón, los revolucionarios cubanos ya se habían hecho con casi todos los órganos de poder frente a un gobierno que huía en desbandada. Teniendo en cuenta el devenir de las seis décadas siguientes, uno puede caer en la tentación de pensar que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, que tenía intereses e inversiones en la isla por valor de miles de millones de dólares, entraron en barrena de inmediato. No fue así.

Tras varios meses de retórica anticapitalista y, por supuesto, antiestadounidense, la gran mayoría de bienes privados seguían en manos de sus propietarios. De hecho, aún en abril de 1959, Fidel Castro en persona viajó a Nueva York para reunirse con el vicepresidente Richard Nixon -Eisenhower prefirió irse a jugar al golf- y dar una serie de charlas, con gran éxito entre la prensa local por su mezcla de carisma y excentricidad.

Que las cosas no iban a acabar bien ya se palpaban por entonces, pero aún pasaría un tiempo hasta que el desencuentro fuera absoluto. Estados Unidos sospechaba que detrás de Cuba estaba la Unión Soviética de Nikita Khruschev… y acertaba. Si ya casi compartían frontera con los soviéticos al oeste de Alaska, tener que hacerlo al sur de Florida no les hacía ninguna gracia.

Estados Unidos empezó a limitar las adquisiciones de azúcar, uno de los productos estrella de la isla, y quiso estrangular aún más la economía cubana con la prohibición de Eisenhower de enviar petróleo a Cuba. La reacción de Castro fue inmediata: el 6 de agosto de 1960, el gobierno presidido por Osvaldo Dorticós Torrado nacionalizó las plantas petrolíferas estadounidenses propiedad de Standard Oil, Texaco y Shell.

No fue una gran medida a medio-largo plazo, aunque obviamente solucionó muchas cosas en el corto. Envalentonado por el apoyo soviético, la decisión de Castro de quitarle sus bienes, sin dar nada a cambio, a tres de las empresas estadounidenses más poderosas iba a traer consecuencias más temprano que tarde. De hecho, Exxon, propietaria de lo que en su día fue Standard Oil, sigue reclamando su dinero y ha denunciado recientemente al gobierno cubano, exigiendo unas compensaciones que ascienden a los 280 millones de dólares.

Si el asunto era dejar de vivir de rodillas, habría que asumir que la consecuencia de todas esas acciones suponía morir de pie económicamente. El flujo de las interacciones comerciales de Cuba tenía a Estados Unidos como origen y destino natural. Al fin y al cabo, hablamos de una relación similar a la de colonia y metrópoli desde la guerra hispano-estadounidense de 1898. Que ese flujo se cortara por completo era cuestión de tiempo en esas circunstancias.

JFK y el desastre de Bahía de Cochinos

¿Derrocar a un aliado como Batista? Mal. ¿Convertirse en un estado dependiente de la Unión Soviética? Peor aún. ¿Quedarse con todos los bienes estadounidenses en la isla? Inaceptable. A la nacionalización de casinos y petrolíferas le siguió la de los los bancos y el dinero que aún quedara dentro de ellos. La llegada de John Fitzgerald Kennedy a la Casa Blanca podría haber suavizado las relaciones, pero sucedió todo lo contrario: el 17 de abril, mil cuatrocientos exiliados cubanos armados hasta los dientes por la CIA, y con la esperanza de encontrar el apoyo total del gobierno estadounidense, desembarcó en Bahía de Cochinos. El desastre fue absoluto.

En el fondo, la presidencia de Kennedy, con todo su aire pop y su parafernalia histórica se puede resumir en esa noche aciaga. Permitió un golpe de estado, pero no se volcó lo suficiente como para hacer que triunfara. El resultado fue un ridículo histórico para su administración… y la pérdida absoluta de confianza de determinados sectores contra él y contra su secretario de estado -el hermanísimo Robert F. Kennedy- que, según algunas versiones, le acabaría costando la vida en Dallas poco más de dos años después.

El caso es que tras el fracaso de Bahía de Cochinos poco más se podía hacer. Las relaciones estaban completamente rotas y el comercio, en la práctica, suspendido. Nadie negocia con un país que te quiere invadir y nadie negocia con un país que está pagando su parte con el dinero que te ha quitado. El 7 de febrero de 1962, Kennedy puso negro sobre blanco la prohibición de cualquier empresa o particular, estadounidense o con residencia en el país, de comerciar con Cuba.

Según La Habana, eso costaría a la isla 130.000 millones de dólares en los siguientes sesenta años. Con el tiempo, sería también la excusa perfecta para defender la dependencia de la Unión Soviética y luego de China y Venezuela. Cuba se quedó con el petróleo y con el dinero y la revolución pudo asentarse. A cambio, perdió voluntariamente un aliado demasiado poderoso.

El embargo y sus consecuencias reales

Ahora bien, ¿a quién afecta este embargo, qué productos se salvan y qué influencia tiene en las protestas de esta semana contra el gobierno de Miguel Díaz-Canel? Los términos del bloqueo se mantuvieron más o menos sin modificaciones hasta 1996, cuando el Congreso estadounidense, de mayoría republicana, aprobó la ley Helms-Burton, probablemente clave en el resultado de las elecciones de 2000, aunque esa sea otra historia.

La ley ampliaba a otras compañías extranjeras la obligación de no comerciar con Cuba. Ya no era necesario que la empresa o el particular fueran estadounidenses o tuvieran su sede en Estados Unidos. Cualquier empresa de cualquier lugar del mundo que comerciara con Estados Unidos y quisiera también comerciar con Cuba podría ser objeto inmediato de sanciones.

Un manifestante es detenido por la policía.

En su literalidad, la ley era brutal. No solo para Cuba, que había perdido el apoyo de la extinta Unión Soviética sino para el resto del mundo. La Unión Europea protestó, los países latinoamericanos protestaron y Estados Unidos se mantuvo en sus trece. En la práctica, la ley era más una amenaza que otra cosa: prácticamente todos los países pudieron mantener su independencia comercial, como no podía ser de otra manera, y en contadas excepciones se les penalizó por ello. De hecho, Cuba mantiene relaciones comerciales más o menos fluidas con la Unión Europea, y con España en concreto, sin que la situación preocupe mucho al gobierno estadounidense.

Una de las grandes quejas de los partidarios del gobierno comunista es que los supermercados están vacíos y los medicamentos no llegan… por culpa del embargo. Esto no es del todo así. Obviamente, la pobreza lo condiciona todo y la pobreza tiene multitud de orígenes. Uno de ellos, sin duda, es el enfrentamiento con Estados Unidos.

Dicho esto, lo cierto es que los bienes alimenticios de primera necesidad y los medicamentos están exentos de la prohibición desde la aprobación de la Ley por la Democracia en Cuba (Cuban Democracy Act) de 1992, bajo el gobierno de George H.Bush.

Un hombre con cajas de huevos en La Habana.

De hecho, según la Secretaría de Estado, Cuba ha comprado pollo a Estados Unidos en los seis primeros meses de 2021 por valor de 123 millones de dólares. Otras fuentes apuntan a que, aunque en principio la compra de medicinas y comida está permitida, las pegas suelen ser muchísimas y que, una vez más, la práctica difiere de la teoría.

En cualquier caso, culpar al embargo de la escasez parece quedarse corto y ahonda en un tópico manido que justifica siempre a los amigos y culpa a los enemigos. Quizá habría que buscar otras explicaciones para esta situación: por ejemplo, Cuba ha vivido durante muchos años del turismo… y desde hace un año y medio, el turismo está paralizado en todo el mundo.

Las protestas a favor de una libertad adictiva

Las crisis económicas suelen tener muchísimos factores y no se explican con una sola frase por mucho que se repita. Cuba tiene un problema con su economía desde hace décadas que no ha impedido a sus dirigentes amasar fortunas indecentes. También está por ver hasta qué punto la crisis económica es la única explicación de la política. Ha habido momentos peores en la historia de Cuba sin que se tradujeran en revueltas en las calles. Cuando la ciudadanía dice “basta” no tiene por qué responder a una cuestión cuantitativa.

El pasado martes, una activista cubana fue detenida mientras hablaba en directo con un programa español de televisión. Si se analiza bien la cuestión, encontramos varias claves: en Cuba, hay activistas. No solo eso, hay activistas con acceso a las redes sociales y que pueden conceder entrevistas a programas televisivos de otros países. Eso habría sido impensable en cualquier otro momento de la dictadura castrista.

Un grupo de trabajadores del Instituto de Radio y Televisión (ICRT) de Cuba responden a una manifestación frente a su instalación.

Es precisamente el hecho de que la libertad quede más cerca, que se acaricie con los dedos de la pantalla del ordenador o del móvil, lo que aumenta su necesidad, lo que agrava las demás penurias. La libertad es adictiva.

Cuba ha pasado hambre demasiadas décadas, pero para buena parte de la población y desde luego para su gobierno, la dignidad era más importante. Es ese argumento y no la realidad económica lo que se hace insostenible en estos momentos. Nadie sabe muy bien lo que dice cuando dice “libertad”, pero el pueblo cubano ya sabe que la “dignidad” no tiene nada que ver con lo vivido durante estas seis décadas. Nada que ver con la vigilancia diaria, con el pensamiento único, con las estructuras inamovibles de poder ni con el hambre sistemática. En ese choque entre las aspiraciones y la realidad se da la revolución. Volviendo a Ortega, una protesta no ya contra los abusos sino contra los usos instalados desde 1959.

Eso es lo que se mueve en Cuba ahora mismo y el bloqueo estadounidense no tiene nada que ver con ello. Ahora bien, si a usted le hace sentirse más tranquilo y quiere meter en el pack también a Israel, como Coppola metía en su película al inquietante Hyman Roth, nadie va a impedírselo. La libertad, de hecho, consiste precisamente en eso.

Contenido exclusivo para suscriptores
Descubre nuestra mejor oferta
Suscríbete a la explicación Cancela cuando quieras

O gestiona tu suscripción con Google

¿Qué incluye tu suscripción?

  • +Acceso limitado a todo el contenido
  • +Navega sin publicidad intrusiva
  • +La Primera del Domingo
  • +Newsletters informativas
  • +Revistas Spain media
  • +Zona Ñ
  • +La Edición
  • +Eventos
Más información