Libia no estará al frente de las prioridades de la Administración del presidente estadounidense Joe Biden en los próximos seis meses. Biden tendrá que lidiar en otros frentes más prioritarios como la pandemia, la recuperación económica y el acuerdo nuclear con Irán, entre otras cuestiones. Con todo, Libia es uno de los conflictos regionales que requieren una mayor implicación estadounidense en aras de asegurar el éxito del proceso político liderado por la ONU.

La llamada telefónica de Biden al presidente francés Emmanuel Macron y el compromiso de ambos líderes a “reforzar la relación transatlántica, también a través de la OTAN” apunta a que Estados Unidos está decidido a recuperar su liderazgo en Libia.

Libia en la encrucijada

Menos de dos años después de que el general Khalifa Haftar lanzara una campaña militar para derrocar al Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), Libia se encuentra en una encrucijada para su futuro. La dirección que tome a corto, medio y largo plazo dependerá del nivel de compromiso que las potencias mundiales adopten para ayudar a la ONU a lograr una solución pacífica.

Contra todo pronóstico, la ONU y varias potencias regionales como Marruecos lograron silenciar las armas y llevar a las partes del conflicto a la mesa de negociaciones. Después de darse cuenta de que su desvinculación de Libia y su permisividad con Haftar y sus patrocinadores regionales (Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Francia) habían permitido a Rusia afianzar su control sobre el país, la Administración Trump dio algunas muestras de querer apoyar el proceso político liderado por la ONU.

El último intento de Trump de evitar que Libia se vea sumida en el caos total allanó el camino para el acuerdo de alto el fuego de octubre, así como para el Foro de Diálogo Político Libio (FDPL) de noviembre pasado en Túnez. Las reuniones de Túnez, a su vez, han ayudado a las partes a acordar un calendario para elegir un gobierno de transición que supervise las elecciones generales de diciembre.

A pesar de los esfuerzos de la ONU y algunos actores regionales para evitar una nueva guerra civil, la paz en Libia seguirá siendo difícil de alcanzar sin la determinación de Estados Unidos de encauzar los esfuerzos internacionales hacia una solución viable y duradera.

La administración Biden debería dejar clara su política sobre Libia y actuar en consecuencia. Si su objetivo es traer la paz, evitar que Rusia amenace sus intereses y los de sus aliados en el flanco sur de la OTAN y garantizar que Libia no se convierta en un foco de las guerras por procuración, debería liderar un esfuerzo internacional contundente. Este esfuerzo debería garantizar que los actores regionales e internacionales involucrados en el conflicto libio cumplan con las disposiciones de las resoluciones del Consejo de Seguridad, incluido el embargo de armas, y aunar a los miembros de la OTAN tras objetivos comunes. 

La paz en Libia seguirá siendo difícil de alcanzar sin la determinación de EEUU de encauzar los esfuerzos internacionales hacia una solución viable y duradera

Libia es también un problema americano

Durante los últimos dos años, los mensajes contradictorios que emanaron de la Casa Blanca, el Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado crearon una gran incertidumbre con respecto a la postura estadounidense sobre Libia. Si bien Washington declaró su apoyo al GAN y al proceso político de la ONU, le dio a Haftar legitimidad política y dio luz verde a sus planes para derrocar al GAN.  

A pesar de las declaraciones de algunos altos cargos del Departamento de Defensa estadounidense sobre la amenaza rusa en el Mediterráneo oriental, Trump se aferró a su política de no intervención en Libia.

El deseo de evitar enviar tropas a guerras en las que Estados Unidos tiene poco interés estratégico y una convicción profunda de que la crisis de Libia no es un problema americano, sino europeo fueron clave en la retirada de Estados Unidos de Libia.

Llevando a Francia al redil

Todavía es demasiado pronto para determinar a ciencia cierta si Biden tratará de asumir un papel de liderazgo en Libia y contrarrestar la agenda rusa. Sin embargo, su historial en la construcción de coaliciones para promover los intereses estadounidenses y el multilateralismo indica que, como mínimo, asegurará el éxito del proceso político liderado por la ONU y presionará al Consejo de Seguridad para que asuma su responsabilidad. En ese escenario, necesitaría el apoyo de los aliados de la OTAN, especialmente Francia.

Si bien París presume de su relación “especial” con Washington, ha tomado decisiones que van en contra de los intereses estratégicos estadounidenses. Francia aprovechó el vacío que dejó Estados Unidos para imponer su agenda. Mientras de puertas para afuera ha apoyado el proceso político, Francia procuró otorgarle legitimidad política a Haftar, intentando asegurarse de que desempeñe un papel en el futuro de Libia. El presidente Macron recibió a Haftar y al jefe de la GAN, Fayez Serraj, en julio de 2017 y marzo de 2018. Tras ambas reuniones, Haftar adoptó compromisos que luego violó, en particular abstenerse de cualquier acción en contra del GAN.

Por otra parte, Francia ha proporcionado armas a los Emiratos Árabes Unidos desde 2015 y apoyó sus esfuerzos para derrocar al GAN, lo cual ha sido una flagrante violación del embargo de armas que Francia, como miembro permanente del Consejo de Seguridad, está moral y políticamente obligada a respetar.

El apoyo que Francia ha brindado a la agenda de los Emiratos Árabes Unidos ha perjudicado los intereses estratégicos estadounidenses en la región, así como los de Italia. La falta de unión dentro de la OTAN ha empujado a sus miembros a competir para ejercer un papel de liderazgo en Libia. Temiendo ser eclipsada por Francia, Italia trató de reafirmar su papel en Libia auspiciando conversaciones entre Serraj y Haftar a finales de 2018.

La desvinculación de Estados Unidos y la competencia entre la OTAN le han brindado a Rusia una oportunidad de oro para irrumpir de lleno en Libia. Al apoyar materialmente a Haftar y hacer caso omiso de las resoluciones del Consejo de seguridad, Francia ha ayudado indirectamente a Rusia a imponerse como la potencia más influyente en el conflicto.

Aunque Moscú ha apoyado militarmente a Haftar a través de los mercenarios del Grupo Wagner, no ha apostado plenamente por su capacidad de tomar el control de Libia ni le ha proporcionado una fuerza militar decisiva que le asegurar su victoria. Más bien, ha tratado de rehabilitar a los partidarios del expresidente Moammar Gadafi. Los agentes rusos mantuvieron tres reuniones con Saif Al Islam Gadhafi, hijo del ex caudillo libio. La última de ellas tuvo lugar en abril de 2019, cuando Haftar lanzó su campaña para apoderarse de Trípoli. Rusia finalmente ha logrado que los partidarios de Gadafi desempeñen un papel en el futuro de Libia asegurando su participación en el FDPL.

La desvinculación de Estados Unidos y la competencia entre la OTAN le han brindado a Rusia una oportunidad de oro para irrumpir de lleno en Libia

El comportamiento de Rusia en Libia y su tendencia a sembrar discordia entre diferentes partes demuestra que sus intereses radican más en prolongar el conflicto y usarlo como una baza contra la UE que en resolverlo. Lo cual quedó claro en enero de 2019, cuando Rusia no hizo ningún esfuerzo por presionar a Haftar para que firmara un acuerdo con Serraj al final de la cumbre ruso-turca que auspició.

Un frente de la OTAN bajo liderazgo estadounidense

En esta coyuntura crítica y en el contexto de los esfuerzos de la ONU, el liderazgo estadounidense y su peso diplomático y político son más necesarios que nunca. Libia y el norte de África necesitan que Estados Unidos emplee su influencia política y diplomática en la ONU y lleve a la OTAN a diseñar una política unificada contra las influencias malignas en Libia.

El plazo para implementar el alto el fuego venció el 23 de enero sin que se cumpliera ninguna de sus disposiciones: los mercenarios aún no han abandonado el país, las tropas de las partes en conflicto aún no se han retirado del frente y la carretera costera entre este y oeste sigue cerrada. Esto subraya la fragilidad del proceso político y la necesidad de una vigorosa campaña diplomática, a través de la ONU, con miras a asegurar el éxito del proceso político.

Estados Unidos podría encauzar un esfuerzo internacional dentro de la ONU encaminado a adoptar una resolución que establezca una fuerza militar internacional, que garantice el éxito del proceso político, el respeto del embargo de armas e impida otro golpe militar al estilo Haftar.

Este esfuerzo requeriría el apoyo de los aliados de Estados Unidos en el seno de la OTAN, especialmente de Francia. París debería trabajar de buena fe con la administración Biden y renunciar a su matrimonio de conveniencia con los Emiratos Árabes Unidos y Haftar. Tal posicionamiento privaría a los patrocinadores regionales de Haftar de la cobertura política de la que han disfrutado durante los últimos cuatro años y los enfrentaría al Consejo de Seguridad. Un impulso diplomático estadounidense disuadiría a cualquier parte empeñada en sabotear el proceso político.

Más allá de traer a Francia al redil, una apuesta estadounidense por unir a los miembros de la OTAN también induciría a Turquía a alinearse con los objetivos de Washington en Libia, incluso renunciando a su aventurerismo militar y reconsiderando sus acuerdos marítimos con el GAN.

En los últimos años, Turquía ha tomado una serie de decisiones que la han enfrentado a Estados Unidos. La compra del programa de misiles ruso S-400, su exploración de gas en el Mediterráneo oriental y su tensión con Grecia, Francia y Egipto han amenazado la relación estratégica Ankara-Washington.

Con una administración menos inclinada a darle a Turquía un pase libre en su política regional, Ankara estaría dispuesta a tomar algunas medidas para aliviar la tensión y rebajar las sospechas que surgieron con la compra del S-400. Durante los últimos meses de la administración Trump, Ankara tomó una serie de decisiones para lograr ese objetivo.

Además de no activar el sistema de misiles ruso, Turquía aumentó sus importaciones de gas licuado estadounidense, convirtiéndose en el tercer importador europeo después de España y Reino Unido. Mientras tanto, redujo las importaciones de gas ruso.

El impacto económico de la pandemia de la Covid-19 ha debilitado la economía turca, que en los últimos tres años ha sufrido el impacto combinado de una lira más débil, así como las consecuencias de las aventuras militares de Turquía en la región.

Haciendo frente a una crisis económica y a las perspectivas de sanciones contra el banco estatal turco Hallbank por ayudar a Irán a evadir las sanciones estadounidenses, Turquía estaría más proclive a rebajar la tensión con Estados Unidos y congraciarse con la administración Biden. Una mejora en las relaciones entre Estados Unidos y Turquía beneficiaría los intereses estadounidenses. Un frente turco-estadounidense daría al traste con la agenda de Moscú, en particular sus planes de establecer bases militares en el flanco sur de la OTAN, no tan lejos de la base estadounidense en Sicilia.

Una solución política duradera será difícil de lograr y necesitaría años para materializarse. Pero un regreso al liderazgo estadounidense transmitiría el fuerte mensaje político de que Washington se toma en serio la paz y la estabilidad en Libia. Una política estadounidense decidida en Libia no sólo restauraría el prestigio internacional estadounidense, sino que también corregiría los errores de la administración Obama cuando abandonó Libia precipitadamente, creyendo que la UE era capaz de asumir su responsabilidad y encauzar al país hacia la estabilidad y la paz.

Un regreso al liderazgo estadounidense transmitiría el fuerte mensaje político de que Washington se toma en serio la paz y la estabilidad en Libia

Si tal decisión fue el “peor error” de Obama, ayudar a que Libia reencuentre el camino de la paz se convertiría en uno de los legados más honorables del presidente Biden.

Dos son las moralejas que pueden sacarse de los últimos cuatro años es. La primera, la UE ha sido incapaz de gestionar el conflicto libio sin la contribución de Estados Unidos. En segundo lugar, la desvinculación de Estados Unidos de los conflictos regionales, como Libia, brindó una oportunidad de oro para que los actores estatales y no estatales subversivos sembraran el caos y la inestabilidad. Libia podría ser la primera prueba para que la administración Biden reconcilie a Estados Unidos con el liderazgo mundial y reafirme su papel como fuerza para la estabilidad en el Mediterráneo y más allá de él.

 

*** Samir Bennis es doctor en Relaciones Internacionales y consejero diplomático principal en Washington.