“El Nilo es la única razón por la que Egipto iría a la guerra”, dijo Anuar El Sadat en 1979. Hoy, el control del río más largo del mundo enfrenta a ese país con Etiopía, dos de los países más poblados y militarizados del continente, en un conflicto diplomático que sube de intensidad por momentos y en el que se están involucrando China y EEUU.

La Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD, por sus siglas en inglés) es una colosal construcción de la que depende el futuro de 500 millones de personas. Se trata de un sueño acariciado durante largo tiempo por Etiopía (desde 1960 se recogen donativos de los ciudadanos para ello), pero que siempre estuvo frenado por el miedo a un conflicto con Egipto. Sólo cuando ese país, y al mismo tiempo Sudán, atravesaron turbulencias políticas hace una década (caída de Mubarak y crisis de Sudán del Sur), Etiopía se atrevió a empezar las obras.

Ahora, la construcción está a punto de completarse y se ha empezado a llenar la cuenca de la presa, las cosas se han puesto al rojo vivo. Con la crisis de la Covid-19 complicando las cosas y la entrada en escena de EEUU y China, la inestabilidad en la zona nunca ha sido tan alta.

En un mensaje de Facebook, el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, aseguró que la única prioridad que hay por encima de la GERD es minimizar el impacto del coronavirus, pero ni siquiera la pandemia ha llevado a detener las obras de la presa. El 4 de marzo, un japonés que llegó a Addis Abeba desde Burkina Faso se convirtió en el “paciente cero” de Etiopía. Actualmente, ese país es el cuarto con más infecciones de África.

Sólo los números pueden ayudar a comprender el impacto que esta presa tendrá en África oriental. Cuando las turbinas compradas con créditos chinos empiecen a generar electricidad a 500 metros de altura sobre las aguas del Nilo, Etiopía dispondrá del triple de energía eléctrica, una reserva de 74 billones de metros cúbicos de agua y la llave del grifo del que depende una buena parte de África.

El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed Ali. Reuters

Para Egipto, que ha ejercido esa “hidro hegemonía” durante décadas, el Nilo lo es prácticamente todo. “Si nos quitan agua del río, la reemplazaremos con sangre egipcia”, dijo el expresidente egipcio Morsi. Se puede decir que, mientras que para Egipto el Nilo significa alimento para decenas de millones de personas, para Etiopía es la fuente de energía sin la cual es casi imposible modernizar el país y desarrollarse. Para Sudán, tercero en discordia y con menos poder de decisión, el Nilo es ambas cosas. Los tres países tienen sendos ministerios dedicados exclusivamente a la energía hídrica e irrigación.

La expansión china

La elevada tensión entre los dos países ha obligado a EEUU a tomar partido, que ya ha anunciado recortes en sus ayudas a Etiopía. Recientemente, en la capital de Sudán, coincidieron durante el mismo día el secretario de estado norteamericano Pompeo y el primer ministro etíope en sendas visitas oficiales. Ambos se entrevistaron con el premier sudanés, pero evitaron cruzarse en los pasillos.

Estados Unidos tiene en Egipto a un leal aliado y, cuando Trump llamó al líder egipcio al Sisi “mi dictador favorito”, para Etiopía no cupo ninguna duda de que para plantar cara a su rival necesitaba un garante de su postura que estuviera a la altura: China. Poco a poco, las teorías geopolíticas que predicen guerras por el agua y que comparan a África con el tablero de ajedrez donde colisionarán los grandes se tornan más ciertas que nunca.

El presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, y Donald Trump durante una reunión en Nueva York. Reuters

Pekín comenzó hace tiempo una estrategia de expansión en África, gestionando enormes extensiones de tierra para aprovecharse de sus cultivos, a cambio de construir infraestructuras para los gobiernos locales. El país asiático necesita tierra cultivable, gobiernos amigos y una proyección estratégica que asiente su estatus como superpotencia. África es perfecta para todo esto. Y como en el caso del "Collar de Perlas", la manera más discreta, barata y efectiva de hacerlo es con maniobras que mezclan la diplomacia con el espionaje.

Hace poco, una investigación de Le Monde descubrió que todo lo que se tecleaba en la sede de la Unión Africana se volcaba en servidores chinos. El escándalo resultó ser solo la punta del iceberg. En 2018, la Unión Africana acusó a Pekín de espiar la red informática de su flamante sede central (situada en Etiopía). El edificio, diseñado y construido por chinos, no es un caso único: 186 edificios gubernamentales de 40 países africanos, así como sus redes de comunicaciones, han sido construidos o completamente renovados por arquitectos y obreros chinos.

La lista incluye 24 residencias de presidentes o jefes de gobierno, 26 edificios de parlamentos, 19 ministerios y hasta 32 bases militares o cuarteles de policía. Once de estos edificios están en Guinea Ecuatorial. Además, nada menos que 35 gobiernos de África han recibido y usan ordenadores -cientos en algunos casos- “donados” por el gobierno de Pekín.

De esta manera, China, que desde hace décadas está comprando enormes extensiones de terreno en África, completa su control en el continente, monitorizando más extensiva e intensivamente que ningún otro país todo lo que ocurre en África. Si EEUU consideraba tradicionalmente a Sudamérica su “patio trasero”, China está cerca de hacer lo mismo con África, con países más vulnerables a la intervención extranjera y una riqueza de materias primas muy apetitosa.

Abiy Ahmed y el presidente chino, Xi Jinping.

Sequía del Nilo

Entre 2008 y 2018, los líderes chinos han hecho 79 visitas oficiales a países africanos, y el comercio entre Pekín y este continente se ha multiplicado por 40 en los últimos 20 años. Mientras baja el nivel del río -ya lo ha hecho un 25%- sube la tensión en la zona; pero lo peor llegará cuando se produzca una sequía que acentúe los problemas.

El “padre Nilo”, que durante siglos ha servido para unir pueblos lejanos entre sí, se está convirtiendo en la trinchera que enfrenta a varios países que luchan por obtener el máximo posible de un recurso que parecía ilimitado. De momento, el mayor perjudicado por la situación es Sudán, donde el cauce del Nilo se está llenando en algunas zonas de bombas de agua que transportan la preciada agua desde el río hasta los campos de cultivo del interior. A medida que el nivel del agua decrece y afloran inmensos barrizales, las tuberías deben alargarse más y más. Aquellos que no pueden costear el gasto, están abocados a la ruina.

Según los expertos, si Etiopía llena la presa en los próximos cinco años, Egipto podría perder hasta la mitad de su tierra fértil y un tercio de su agua potable. Cuando en 1929 Gran Bretaña y Egipto firmaron un acuerdo que otorgaba a El Cairo el control prácticamente total sobre el Nilo, nada hacía pensar que se llegaría a la situación actual. Pero en aquel entonces, dicho acuerdo se firmó sin consultar a Etiopía, a pesar de que el llamado Nilo Azul, uno de los dos grandes brazos del río, nace en territorio etíope.

La escasez de agua dulce, la explotación de recursos naturales a costa del equilibrio normal y la incertidumbre de una pandemia mundial conforman un futuro complicado para muchas zonas del mundo. Una situación que ya está ocurriendo en casos como el de África, donde los peores augurios predicen más enfrentamientos como la lucha por el control del Nilo.

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