Cracovia

El 31 de diciembre de 1999, un balbuceante Borís Yeltsin se derrumbaba ante las cámaras y grababa un mensaje de disculpa para sus compatriotas rusos. Como un oso polar incapaz de sobrevivir en el mundo que se derretía a su alrededor, Yeltsin pedía perdón por no haber podido lograr lo que, dijo, “parecía tan fácil: cumplir el sueño de pasar de un totalitarismo gris a un futuro luminoso, rico y civilizado. Os pido perdón, mi gente, desde el fondo de mi corazón, por haber sido incapaz de cumplir vuestros sueños. Me reemplazará una nueva generación de líderes que hará más cosas y las hará mejor”. Al borde de las lágrimas, Borís Nikoláyevich Yeltsin anunciaba que cedía el poder a Vladímir Putin, hasta entonces jefe de los servicios secretos. Poco después comenzaban un nuevo año, un nuevo siglo… y la era Putin.

Han pasado dos décadas desde entonces y el zar sigue dirigiendo un país complicado y que, con un PIB menor al de Corea, todavía actúa como una superpotencia. De un modo parecido, Vladímir Putin, a pesar de las sanciones económicas, incertidumbres políticas e intrigas internacionales, se declara orgulloso heredero de la época zarista, de la Unión Soviética y de una Rusia post-imperial que continúa engullendo territorios y modelando gran parte de la política internacional. La Federación Rusa es el mayor país del mundo, sus recursos naturales son inmensos y su arsenal es tal vez el único en el mundo que puede rivalizar con el de Estados Unidos.

Tras haber “sobrevivido” a tres presidentes norteamericanos y, según dicen, haber colocado a un cuarto en la Casa Blanca, el rostro inescrutable, frío y retocado quirúrgicamente de Putin es la metáfora que define a un país temido, encriptado y un tanto salvaje a los ojos de occidente.

Las fotos oficiales de Vladímir Putin pilotando un caza de combate, cabalgando con el torso desnudo y portando un rifle, cazando ballenas, practicando judo, montado en una Harley-Davidson, pescando lucios de 21 kilos y cazando osos, tigres, lobos y urogallos, buceando en busca de ánforas, apagando fuegos desde una avioneta, de safari en Siberia o a los mandos de un batiscafo han terminado por crear la imagen de un líder que proyecta su fuerza más allá de los despachos y las cumbres mundiales y que, como decía una canción famosa en Rusia hace años titulada Quiero a un hombre como Putin, "ni se asusta, ni huye, ni se emborracha".

El mundo en que nació Putin es completamente diferente al de hoy día: en 1952, San Petersburgo, la ciudad donde nació, se llamaba aún Leningrado, la Federación Rusa era solo una parte de la Unión Soviética y el temido Servicio Federal de Seguridad, que Putin llegaría a dirigir, se llamaba aún KGB. Sin embargo, no solo es difícil concebir la política actual sin el Presidente ruso, sino que especular con quién será su sucesor es harto complicado.

10.000 días en el Kremlin

Si completa su actual mandato, que terminaría en 2024, Putin habrá vivido en el Kremlin cerca de 10.000 días, una cifra sólo superada por Stalin. Para conseguirlo, concurrió a las elecciones de 2008 como candidato a primer ministro, tras haber consumido dos mandatos como presidente.

Putin celebrando la Navidad ortodoxa hace unos días Oficina del Kremlin.

Dado que la Constitución le impedía acceder a un tercer término consecutivo, alternó ambos cargos para volver a presentarse a la presidencia en 2012 y completar otros dos mandatos presidenciales. Durante su período como premier, fue su mano derecha, Medvedev, quien ejerció como presidente y, según muchos, hombre de paja: llegó a decir que no dependía de él la decisión de volver o no a presentarse a las elecciones. Medvedev dirigió la campaña electoral de Putin y fue premiado con la dirección del gigante energético Gazprom. Hoy es, según dicen, uno de los hombres más ricos de Rusia.

Popularidad de Putin

Cuando se dirigen los destinos de un país con una superficie mayor que la de Plutón, y que es todo un mundo en sí mismo, con 20.000 kilómetros de fronteras y una gran diversidad de etnias, y al mismo tiempo se participa en las cumbres mundiales de más alto nivel, la política doméstica y la exterior se convierten en vasos comunicantes y se afectan mutuamente de una manera que sólo ocurre en algunos países.

Tal vez por eso, los momentos de mayor popularidad de Putin entre sus ciudadanos se han producido cuando Rusia ha estado en guerra. Georgia, en 2008, y Crimea, en 2014, catapultaron el índice de apoyo popular hasta cerca del 90%.

Del mismo modo, la polémica reforma de las pensiones, que retrasa la edad de jubilación en cinco años (ahora las mujeres se retiran a los 60 y los hombres a los 65), ha provocado las mayores protestas contra Putin en muchos años. Además, este ha sido el punto de inflexión para muchos rusos que habían considerado hasta ahora a Vladímir Putin corrupto y cruel (según las encuestas), pero con autoridad y firmeza.

Putin había prometido que nunca cambiaría la edad de jubilación y, en un país donde la esperanza de vida para los hombres es de unos 66 años, esta reforma es un drama social. En Moscú, donde las manifestaciones han sido más numerosas, se protestaba también por la ubicación de unos campos de vertidos nucleares situados a escasos metros de bloques de viviendas. 

Si la oposición popular puede ser el talón de Aquiles de Putin, la oposición política está lejos de serlo. Aparte de los repetidos fraudes electorales denunciados por los observadores, las amenazas de posibles rivales como Alexei Navalny, candidato a la alcaldía de Moscú, terminan por ser neutralizadas y limitar sus actividades a la presencia en YouTube y Twitter. Hasta el chamán siberiano que recorrió 3.000 kilómetros a pie para exorcizar al inquilino del Kremlin fue detenido en las calles de Moscú antes de acercarse a su objetivo.

La Gran Madre Rusia, rica en materias primas que exporta a todo el mundo -y por eso mismo vulnerable a los vaivenes de los mercados y las sanciones comerciales-, ha multiplicado su producto interior bruto por cinco en las últimas dos décadas. Pero no es suficiente.

Durante su primer mandato, Putin prometió “un nivel de vida como el de Portugal” si se conseguía crecer al 8% durante 15 años. La frase “alcancemos a Portugal” (algo que hasta ahora no se ha logrado), se utiliza todavía en tono de broma entre los rusos para ironizar sobre su nivel de vida.

Putin en su avión oficial de viaje a Siria el 7 de enero de 2020. Oficina del Kremlin

En 2008, cuando el antiguo jefe de la KGB comenzó a implantar medidas clamorosamente antidemocráticas y que extendían su poder hacia las fronteras del absolutismo, fue cuando los rusos comprobaron que, a medida que crecía su bienestar material -gracias al precio del petróleo- disminuía su libertad. Salchichas a cambio de libertad fue la frase que la gente terminó asociando con aquellos años. La reciente ley de los objetivos nacionales de mayo de 2018, enfocada al desarrollo económico y el bienestar social de los rusos, está todavía por dar sus frutos. 

Los conflictos en Siria, Ucrania y Oriente Próximo –con los recientes acontecimientos en Irán e Irak-, tienen en Rusia a un actor y árbitro ineludible. Putin es un especialista en pescar en río revuelto y llenar vacíos de poder cuando éstos se producen.

El presidente, que gusta de demorarse con sus interlocutores antes de entrevistarse con ellos (Merkel le esperó cuatro horas, Modi y el papa Francisco una hora, Trump y Obama 45 minutos, el Rey Juan Carlos 20 minutos…) no tiene tampoco prisa para consumar sus planes en el juego de la alta política. Para alguien que lleva 20 años ejerciendo un poder incontestable, es más cómodo esperar a que se desgasten sus enemigos que arriesgarse a tomar la iniciativa. 

"Rusia es Putin"

Ekaterina y Yuri, una pareja rusa de Novosibirsk que se instaló en Cracovia hace dos meses para completar sus estudios, opinan que “Putin es Rusia y Rusia es de Putin. Allí nadie discute su liderazgo y en un país con mucha gente joven (la edad media es de 38 años), se trata del único o más importante hombre en la política del país. Cuando las cosas van mal, allí decimos que el zar es bueno, y la culpa es de la nobleza. Con Putin pasa eso, haga lo que haga es Putin, está blindado y es tan parte de la realidad rusa como la nieve en invierno. El invierno te puede gustar o no, pero da igual que lo cuestiones, está ahí”, dice riendo Yuri.

Putin en una conferencia de prensa en diciembre de 2019. Oficina del Kremlin

La alternativa a Putin es, hoy por hoy, una incógnita de la que tal vez ni él mismo tiene la respuesta. Y es que este antiguo espía, que nunca ha abandonado el secreto como arma y escudo, podría seguir proyectando su poder aún después de levantarse de la poltrona por imperativo legal: se rumorea que Putin podría presidir un plenipotenciario Consejo de Estado tras finalizar su mandato en 2024.

Sería, ciertamente, una maniobra polémica, pero eso es algo a lo que Putin está acostumbrado. Para ser presidente de la Federación rusa, hay que ser ruso de nacimiento con al menos 35 años de edad y haber vivido en el país durante al menos los últimos diez años. Millones de ciudadanos rusos cumplen esos requisitos, pero pocos se atreverán a desafiar el poder de “un hombre como Putin”.

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