Un mundo sin el liderazgo estadounidense y a la búsqueda de un modelo económico poscarbono más justo hace equilibrismos entre el autoritarismo en ascenso y las protestas populares contra la injusticia y la represión. No hace falta mucho para llevar a la gente al límite. Una subida en la tarifa del metro en Chile o la propuesta de un impuesto sobre las llamadas de WhatsApp en Beirut es suficiente para prender la mecha de los levantamientos.

El filósofo Antonio Gramsci escribió sobre los "síntomas mórbidos" que caracterizan el interregno entre la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. Hoy día abundan. Las economías capitalistas cumplen pero no consiguen extender el bienestar. El resentimiento crece. La desorientación se fragua cuando la sociedad deja a un lado los hechos en favor de delusiones. Las viejas certezas (sobre el liderazgo estadounidense, la progresiva liberalización de China, la integración europea, el impacto liberador de la tecnología, la unidad de Gran Bretaña...) se derrumban. Es un momento de ansiedad, de soledad y mutabilidad. Incluso la canciller alemana Angela Merkel, un punto fijo en un mundo cambiante, se habrá ido muy pronto.

Las primeras dos décadas del siglo XXI no han generado una tendencia clara. Se ha demostrado que la presuposición del triunfo de la democracia liberal era poco apropiada. Pero las predicciones de su desaparición bajo la ola nacionalista y xenófoba que llevó a Donald Trump al poder y el Brexit a Gran Bretaña también parecen erróneas. Las normas, la verdad, la moralidad y la idea americana se han erosionado. Una generación más joven, empoderada por las redes sociales, se inspira no en una visión utópica, sino en una búsqueda pragmática de la salvación del planeta y de una vida más equitativa para hombres y mujeres.

Muchas de las imágenes de 2019 que me vienen a la mente están imbuidas de esperanza. Jóvenes manifestantes en las calles de Beirut me hablaban de su férrea determinación de revertir un sistema corrupto basado en el reparto del botín entre determinados sectores. El joven primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, me explicaba cómo "ciudadanos armenios libres y orgullosos" habían echado abajo otro sistema corrupto en la revolución sin sangre de 2018 para crear así una sociedad de oportunidades. Los valientes jóvenes gaseados de Hong Kong defendiendo la dinámica economía nacida de la industria china y la ley británica. Saben que permitir la extradición a la ilegalidad del estado unipartidista continental sacudiría los mismísimos cimientos de su sociedad libre.

Una lucha crucial sobre la libertad está en marcha. La confrontación ideológica entre Estados Unidos y China se ha avivado mientras el presidente Xi Jinping se nombra a sí mismo dirigente de por vida, avanza rápido hacia el Estado de Vigilancia, ofrece el modelo chino como paradigma global, hace explícita la búsqueda de la dominación tecnológica para 2025 y busca tanto la expansión marítima como la territorial, ya sea de forma abiertamente militar o de manera encubierta con eslóganes como "Belt and road" ("Cinturón y ruta").

Hace una década, el mundo estaba atrapado en una crisis financiera global. Sus responsables se libraron. La insurrección de hoy es hija de la impunidad.

"Mantengamos oculto nuestro potencial y aguardemos nuestro momento", aconsejaba Deng Xiaoping. El presidente Xi tiene otras ideas. Es un emperador con prisas. No cree en la sacralidad del individuo; cree en la sacralidad del Partido Comunista chino. La represión en China ha aumentado exponencialmente. El modelo de Xi no es el totalitarismo, que está demodé, sino el "tectarianismo", un estado de vigilancia basado en una avanzada tecnología de reconocimiento facial.

Veremos la batalla de Hong Kong librándose de distintas guisas y con variables grados de violencia en las próximas décadas. La lucha es entre una economía de dominio autocrático de una China emergente y las economías de los sistemas democráticos basados en sistemas de control y equilibrio, poderes judiciales independientes y leyes. La cuestión es si puede evitarse una conflagración.

Según un informe sobre el estado de la democracia elaborado por el V-Dem Institute de la Universidad de Gotemburgo, casi un tercio de la población mundial vive ahora en países que están sufriendo "autocratización", y ascendió hasta los 2.300 millones de personas en 2018 desde los 415 millones de 2016. Estas naciones incluyen Brasil, Estados Unidos, India, Polonia y Hungría. Al mismo tiempo, 21 países, incluidos Túnez, Armenia, Georgia y Burkina Faso, se han vuelto más democráticos en la pasada década. Es una imagen ambivalente, no totalmente lúgubre, pero muy lejos de ser alentadora.

Las instituciones que defienden la ley lucharon en 2019 contra líderes que creían estar por encima de ella. El presidente Trump afronta un proceso de destitución en la Cámara de Representantes por los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso. Él ha respondido a todo el proceso alegando "linchamiento" y llamando a los demócratas "locos". El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, fue acusado de corrupción; ha despachado las acusaciones como un "golpe de Estado"

En opinión de Trump, no hay nada de reprochable en reducir a Ucrania a una fuente de trapos sucios sobre su oponente político en las elecciones de 2020. La actitud de Trump hacia Ucrania es la misma que la de su amigo Vladimir Putin: no es nada más que un país insignificante que bien podría ser parte de la Gran Rusia. Trump no tiene ni idea, ni tampoco interés, en los esfuerzos occidentales por consolidar la independencia ucraniana mediante una integración más cercana con Europa Occidental. Su política exterior es ridículamente errática.

Turning Points: Global Agenda 2020. The New York Times

Casi seguro que el presidente Trump se librará de una condena en el Senado y permanecerá en el poder para presentarse a las elecciones en noviembre de 2020. Netanyahu bien puede zafarse de su encerrona legal. Para ambos, aferrarse al poder se ha convertido en algo más que una lucha política; es un intento desesperado por mantenerse fuera de la cárcel.

Me preocupa lo que puede hacer Trump si pierde las elecciones de 2020 por un estrecho margen. Él también puede alegar un golpe de Estado. Como autócrata en potencia, ha empoderado a otros autócratas en todo el mundo: en Arabia Saudí, en China, en Rusia, en Filipinas... Estados Unidos respaldó a muchos autócratas durante la Guerra Fría por razones estratégicas, pero nunca antes había tenido un presidente que envidiara de forma tan obvia a tales líderes. No dudo en llamar a Trump detestable; si es realmente malvado, es otra cuestión. Para ser malvado tienes que estar centrado y con un propósito claro. Buena parte del comportamiento de Trump es inconsistente e inconsecuente. Y aun así, es dañino.

Trump es un síntoma, no una causa. Como dijo Paul Polman, el expresidente ejecutivo de Unilever, "los negocios no pueden tener éxito en sociedades que fracasan". Las democracias occidentales han fallado. Hace una década, el mundo estaba atrapado en una crisis financiera global. Sus responsables se libraron. La insurrección de hoy es hija de la impunidad y la inequidad.

Las economías deben estar hechas para trabajar al servicio de más gente. La justicia, la igualdad de oportunidades, la educación o la sostenibilidad deberían ser los valores por los que se guiaran. Demasiada gente durante demasiado tiempo se ha sentido invisible, desechable e inútil. Esa es la razón por la que las consignas nacionalistas han tenido eco. Mitigan cualquier agravio con promesas vacías de recuperar la gloria. Han conducido a charlatanes a los más altos cargos en Washington y Londres.

"El futuro no pertenece a los globalistas", dijo el presidente Trump en las Naciones Unidas en septiembre. Si pertenece a Trump y al "America First" ("Estados Unidos lo primero") durante otros cinco años, las consecuencias serán graves para todo, desde el clima a la estabilidad internacional, sin mencionar la simple y antigua decencia. Una victoria de Trump en 2020 es posible, especialmente teniendo en cuenta que los candidatos del Partido Demócrata parecen bastante débiles por el momento. Pero el mensaje de 2019 es que los Estados de derecho, libres, abiertos e incorruptos tienen a los valientes respaldándolos, desde Teherán a Santiago.

La verdad negada es peligrosa; está cargada de tragedia futura. China y Rusia niegan la verdad. Trump es su cómplice.

Visité el despacho de Ekrem Imamoglu, el alcalde de Estambul, a principios de año. Él estaba de viaje, pero su ayudante principal me hizo de guía. Imamoglu, adversario del presidente Recep Tayyip Erdogan, salió elegido, su victoria fue anulada por Erdogan (que, al igual que Trump, se considera invencible) y ganó de nuevo más tarde por un amplio margen. Esto fue un revés importante para el presidente turco.

Tras la mesa del despacho de Imamoglu colgaba un retrato de Mustafa Kemal Ataturk, el fundador de la moderna república secular turca. Acababan de volver a colgarlo. Los seguidores de Erdogan, líder antisecular con sueños de restaurar el Imperio otomano, lo había hecho retirar anteriormente. Las idas y venidas del retrato me parecieron una imagen de un mundo que oscila entre la autocracia y la resistencia.

En el despacho del primer ministro armenio Pashinyan cuelga otro cuadro significativo: el monte Ararat con la cima nevada. En la actualidad, el monte está en Turquía pero durante largos periodos fue parte de Armenia; en la memoria colectiva, todavía lo está. Un museo del genocidio en la capital, Yerevan, recuerda la matanza del Imperio otomano de más de un millón de armenios que comenzó en 1915. Es horrible ver muchas de las fotografías. Hasta el día de hoy la república turca sigue negando que hubiera una campaña organizada para masacrar a los armenios.

"¿Quién, al fin y al cabo, habla hoy de la aniquilación de los armenios?", dijo Hitler en 1939, cuando la Alemania nazi invadió Polonia. La verdad negada es peligrosa; está cargada de tragedia futura. China y Rusia niegan la verdad. Trump es su cómplice. Los manifestantes de 2019 se han dado cuenta del peligro. "Lucha por la libertad", coreaban 800.000 manifestantes en las calles de Hong Kong recientemente. Es tan simple como que la vida merece la pena ser vivida.

*Roger Cohen es columnista de 'The New York Times' desde 2009. Se unió a 'The Times' en 1990 y ha ejercido como corresponsal y editor en el extranjero.

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