Punto de inflexión: la joven activista contra el cambio climático Greta Thundberg cruza el Atlántico en un velero cero emisiones para llegar a Nueva York el 28 de agosto e iniciar una gira por el continente americano.

Siempre he tenido una profunda conexión con la naturaleza.

Antes de coger una cámara, fui primeramente un estudioso de la Madre Naturaleza. Cuando estaba en el instituto, pasaba los veranos estudiando ecobiología con la School for Field Studies, un programa de investigación medioambiental en el extranjero. Mientras me documentaba sobre los ungulados en Kenia o las focas en Alaska, desarrollé una profunda admiración por la naturaleza. Y aunque dejé el campo de las ciencias medioambientales para dedicarme al del cine, una poderosa fascinación por nuestro planeta sigue formando parte de todos los aspectos de mi trabajo.

Como director, me encuentro en una constante búsqueda de la imagen adecuada. Y tengo que admitir que a menudo he sido presa del cinismo al buscar un elemento visual que ilustre lo mejor posible la situación actual del mundo, enfrentado como está a estos tremendos retos medioambientales. Es difícil ser optimista sobre el epítome visual de nuestro planeta moribundo.

Y sin embargo, en cuanto vi en Instagram una foto de Greta Thundberg en su primera protesta por el medio ambiente en agosto de 2018, lo supe. Allí estaba ella, una chica de 15 años, sentada frente al Parlamento sueco, en huelga escolar, para llamar la atención sobre el cambio climático. Esa era la imagen -de esperanza, compromiso y acción-, que yo necesitaba ver. Una imagen que pudiera desencadenar un movimiento.

Greta Thunberg ha roto con la conveniencia, las comodidades y todas las demás pequeñas cosas que nos sirven como excusa para la inacción.

La utilización del lenguaje visual ha sido universal y constante a lo largo de la historia de la humanidad. Puede ser que hayamos evolucionado desde los dibujos en las cuevas hasta llegar a los emojis, pero la intención sigue siendo la misma. Es a través de la imaginería como contamos historias acerca de quiénes somos o quiénes queremos ser. Algunas imágenes hacen algo más que simplemente representar una idea: ahondan, iluminan, conectan. Pueden hacer que nos paremos a pensar o que cambiemos de idea.

En ocasiones, las imágenes se convierten en una suerte de atajo histórico. Ese el motivo por el que noviembre de 1963 parece no poder desvincularse de la película de 8 mm y el célebre fotograma de Abraham Zapruder: la imagen detenida y borrosa, toda verde, con esa espeluznante mancha rosa, que captó el momento del asesinato del presidente John F. Kennedy. O por qué todo el trauma de la guerra de Vietman se condensa en una única foto de junio de 1972 de una niña vietnamita, desnuda y descalza, aullando de angustia mientras el humo negro se eleva a su espalda tras un ataque con napalm. O por qué la foto de un hombre contra las superficies espejadas de las Torres Gemelas, cayendo en picado al suelo, llegó a simbolizar el horror del 11 de septiembre de 2001.

Tanto si surgen de la tragedia como si no, las imágenes potentes tienden a mostrarnos lo que hemos intentado ignorar. Su crudeza hace pedazos nuestro abotargamiento y nos fuerza a asumir nuestra propia historia.

Estoy seguro de que las generaciones futuras mirarán estas primeras fotografías de Greta Thunberg -empequeñecida bajo un chubasquero amarillo, tranquila pero desafiante, rehusando aceptar un no por respuesta-, como símbolo de los primeros días de un importante cambio cultural. No tengo ninguna duda de que se convertirá en un icono para la crisis climática, si no lo es ya.

En la primera de sus muchas "huelgas escolares por el clima", Greta Thunberg acampó a las puertas del Parlamento sueco durante días, con panfletos en la mano, obligándonos a admitir las consecuencias de nuestra pasividad. Como a muchos otros, me sacudió la certeza inquebrantable de su cometido.

Turning Points: Global Agenda 2020. The New York Times

He visto cómo su mensaje tomaba cuerpo y cómo le salían tentáculos, cómo su protesta pasaba de ser un acto solitario de desobediencia civil a un movimiento juvenil global. Greta Thunberg ha roto con la conveniencia, las comodidades y todas las demás pequeñas cosas que nos sirven como excusa para la inacción. Nos ha retado a que nos cuestionemos nuestra forma de pensar sobre viajar en avión al decidir en agosto cruzar el Atlántico en un velero neutro en carbono para su gira de un mes por el continente americano.

Greta Thunberg vio claramente que la mayor parte de nosotros estábamos satisfechos ignorando la realidad, condenando a su generación y a las posteriores a un planeta maldito. Así que eligió actuar, y al hacerlo dio al movimiento un rostro y un futuro. Que millones de niños y jóvenes en todo el mundo se unieran a su llamada a tomar las calles durante una semana de acción climática global a finales de septiembre fue algo digno de contemplar.

Estoy seguro de que seguiremos viendo imágenes de esta joven y fiera activista. Ya hay muchas: instantáneas suyas pronunciando un apasionado discurso en la Cumbre por la Acción Climática de las Naciones Unidas el 23 de septiembre; a la cabeza de miles de manifestantes en Montreal a la semana siguiente; estrechando las manos de activistas indígenas en Standing Rock, en octubre... Pero deberíamos recordar que no son esas imágenes las que están haciendo el trabajo importante, es la propia Greta Thunberg.

Durante mucho tiempo he creído que el lenguaje visual era el instrumento de comunicación y conexión más importante. Sin embargo, frente al cambio climático, se ha hecho evidente que las imágenes no son suficiente. Todos hemos visto los documentales y las innumerables fotografías: glaciares derritiéndose, crías de foca empapadas en petróleo, ballenas varadas en la playa... pero nada ha cambiado.

Greta Thunberg ha llevado la conversación sobre el cambio climático fuera de lo teórico. Su protesta es austera en su sencillez y brillante en su falta de florituras; simplemente está diciendo la verdad. 

Greta Thunberg ha llevado la conversación sobre el cambio climático fuera de lo teórico. Lo ha hecho humano, tangible y urgente. Su protesta es austera en su sencillez y brillante en su falta de florituras; simplemente está diciendo la verdad. Y por primera vez, parece que la gente está escuchando.

Le estaremos haciendo un flaco favor a Greta Thunberg, y al planeta, si no conseguimos cambiar. Sería inmoral continuar ignorando las verdades que tanto ella como innumerables científicos nos han presentado de forma tan evidente. Sería un desperdicio hacer cualquier cosa que no fuera apoyarla con todas nuestras fuerzas. No debemos esperar a que la historia nos alcance y nos diga lo que ya sabemos. Disponemos de muchos informes que nos cuentan lo extrema que es la situación; no veremos lo que no queremos ver si no los leemos. Debemos actuar. Debemos votar por gente que cree en la ciencia.

Tenemos una cantidad de trabajo tremenda por delante. Sé que muchos de nosotros nos sentimos paralizados por la magnitud de esta tarea, o demasiado asustados como para mirar de frente al problema. Dudo que el camino que tenemos por delante sea cómodo o perfecto; las cosas probablemente irán a peor antes de ir a mejor.

Sin embargo, el hecho de que alguien como Greta Thunberg esté ahí fuera me demuestra que todavía no hemos ido demasiado lejos. Todavía podemos contar con el instinto humano para solidarizarnos con los indefensos y plantar batalla. Todavía hay esperanza, aunque incierta.

Estamos en medio de una crisis y la única forma en la que podemos combatirla es comprometernos, humanos con humanos, a pesar de todo el barullo y las complicaciones que seguro van a surgir. No va a quedar una foto bonita, pero en los momentos desesperados raramente sucede.

*Darren Aronofsky, director nominado al Oscar por 'Cisne negro' y 'El luchador', es el fundador de Protozoa Pictures.

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