Llevan ya un tiempo de moda en todo el mundo. Los contenedores de transporte marítimo reciclados en viviendas se han convertido en una solución habitacional cuyos defensores plantean como una opción frente a los altos precios de mercados de vivienda tensionados, como el de Berlín. Se ha estimado que, en la actualidad, a la capital alemana se mudan 40.000 personas al año. El mercado inmobiliario de la ciudad sólo ofrece anualmente unos 20.000 apartamentos nuevos.

A los contenedores-apartamento también los tachan de lugares inadaptados para la vida humana, por mucho que se condicionen por dentro, como ocurre, por ejemplo en la residencia de estudiantes Frankie & Johnny, en el barrio de Treptow, en el sureste berlinés. La residencia la componen unos 420 contenedores. Están dispuestos unos junto a otros, en tres alturas. Vistos desde fuera, llaman la atención por su color naranja-óxido.

“Vivir en un contenedor es mejor que estar viviendo en la calle”, dice Diego a EL ESPAÑOL. Este politólogo y ahora doctorando peruano de 28 años vive con su mujer y su hijo en uno de los apartamentos de la residencia. Dice llevar año y medio buscando casa en Berlín. Sus búsquedas han sido, hasta ahora, infructuosas, por eso se conforma con vivir en Frankie & Johnny.

“Encontrar una casa en Berlín es difícil. Por un lado está la barrera del idioma. Por otro, está el gusto de los alemanes por la burocracia. Todo lo quieren por escrito, desde cuánto ganas hasta permisos de todo tipo si vienes de fuera de la Unión Europea. Y luego, yo he sentido una cierta reticencia de los alemanes con los extranjeros no europeos”, comenta este joven. A Frankie & Johnny, una idea de la empresa de la constructora Howoge, él llegó fácilmente a través de páginas de internet en inglés. Diego aún no habla alemán.

Tras licenciarse en la London School of Economics, él está haciendo dos doctorados, uno en Londres y otro en Berlín. Pasa su tiempo entre ambas capitales, aunque dice sentirse como “uno de los expulsados del brexit”. Su situación legal en el Reino Unido se complicó con el dichoso referéndum que ahora tiene en vilo las relaciones británico-continentales. Por eso vive en Berlín. Aquí, la mejor solución para tener casa ha sido meterse “temporalmente” con su familia en uno de los contenedores de la residencia de Howoge.

“Por dentro son como casas normales, pero por fuera, sí, es vistoso”, reconoce Diego. “Me gustaría vivir en un apartamento normal con dos o tres habitaciones, pero para eso hay que poder pagar 1.000 euros al mes o así. Hace cinco años, por el mismo espacio en Berlín pagabas 500 euros”, abunda Diego. No le falta razón, la capital alemana fue otrora una metrópolis donde se pagaba poco por el alquiler. Pero hace tiempo que dejó de ser así. En la situación de “carestía de vivienda” – términos con los que los políticos locales aluden a la situación del mercado de vivienda berlinés – no extraña que se prueben otras soluciones.

Otro segmento de la residencia aún no está habitado. Parece que lo tienen que terminar, al igual que el jardín, un supuesto punto fuerte de la residencia que por ahora sólo muestra montañas de arena. En ese espacio común impera un fuerte olor a estiércol. En ese área hay también dos contenedores. En uno de ellos están los buzones de los inquilinos. Fuera hay otros contenedores de plástico, para las basuras.

460 € por 25 metros cuadrados

Federica, una estudiante post-doctoral italiana de 28 años vive en la primera planta de la residencia. Ella parece contenta por vivir aquí. Por alquilar sola un contenedor-apartamento de unos 25 metros cuadrados paga 460 euros al mes, montante que incluye electricidad, calefacción y acceso a Internet. “Es barato, está cerca de mi trabajo, y las oficinas de la empresa responsable están ahí enfrente. Si necesito algún arreglo, se ocupan enseguida”, plantea esta joven a EL ESPAÑOL.

Viniendo de Italia, ella asegura que no sufre especialmente por el calor que, en verano, reina en estos pequeños apartamentos de muros metálicos. Diego asegura que si en los días calurosos hay 32 grados centígrados fuera, dentro de los apartamentos-contenedores debe haber como unos 36 grados centígrados. Lo mismo ha sentido Lisa, una estudiante de trabajo social de 20 años.

Ella vive en el tercer y último piso, en un apartamento compartido compuesto por dos contenedores unidos que totalizan unos 56 metros cuadrados. La habitación principal reúne una cama, una cocina, la entrada y un rincón con una mesita donde pueden comer cuatro personas algo apretadas. “En verano, los días pueden ser supercalurosos. Hay días en los que hace más calor dentro que fuera. Sin ventilador no se puede sobrevivir”, dice Lisa a EL ESPAÑOL. En invierno, los contenedores se enfrían también, pero la calefacción resuelve los problemas de frío.

“No son especialmente baratos”

“Vivir aquí está bien, yo no encontré ninguna otra posibilidad en Berlín y una residencia de estudiantes me parecía que estaba bien, y también es relativamente barato”, añade esta estudiante, aludiendo a los 424 euros al mes que paga por compartir esos 56 metros cuadrados con una amiga.

Estos días, el novio de su compañera de piso, Florian, un suizo estudiante de informática de 28 años, está viviendo con ellas. “Para tres personas es un poco pequeño, pero yo me quedo sólo unos días”, dice Florian a EL ESPAÑOL. Él cree que el “relativamente barato” que comenta Lisa sobre el precio es, también, “relativo”. “Estamos hablando de una residencia de estudiantes construida a base de contenedores. Yo creo que 424 euros al mes por vivir en un contenedor compartido es mucho”, abunda Florian.

El apunte de Florian coincide con una de las críticas más duras que se le hacen a estos espacios construidos a base de contenedores. “No son especialmente baratos. Se suele decir que los contenedores son sostenibles, porque son adaptables, abundantes y están disponibles. Pero tienes que hacerles un montón de obras para hacerlos habitables: el aislamiento sólo es el principio”, señalaba en un reciente artículo de opinión publicado en The New York Times por Richard J. Williams, profesor de la Universidad de Edimburgo, experto en geografía urbana y autor del libro Why Cities Look The Way That They Do?” o “¿Por qué las ciudades tienen el aspecto que tienen?” (Ed. Polity, 2019).

En su artículo, titulado “La siniestra brutalidad de la arquitectura con contenedores de transporte marítimo”, Williams lamentaba que si bien los contenedores se han convertido en “una marca de modernidad hipster en todas partes, desde Amsterdam a Pekín” también resultan “totalmente inadecuados por la vida humana”. Otra cosa bien distinta es que, por necesidades del mercado, como en el caso de Berlín, se presenten ahora como una solución. En cualquier caso, las casas-contenedor, parecen contar con viento a favor del Zeitgeist.

De lo contrario, la empresa de arquitectos que diseñó la residencia berlinesa en la que viven Diego, Federica y Lisa, la firma Holzer Kobler, no habría sido galardonado en 2018, entre otros, con el Premio Alemán a la Construcción en Metal.

Noticias relacionadas