La conferencia anual de la Yalta European Strategy es un mini-Davos que creó hace dieciséis años en Ucrania el filántropo Victor Pinchuk. Como cada año, allí se reúnen destacados expertos en geopolítica, miembros de la antigua y la nueva administración estadounidense, responsables de la OTAN, embajadores, jefes de Estado europeos en activo o jubilados, el primer ministro de Catar, artistas, escritores y, además, para la inauguración, como cada año, el presidente de Ucrania; esta vez, un joven actor cómico recién elegido: Vladímir Zelensky.

Llega la hora de la tradicional cena de gala —a la que el presidente normalmente no asiste, pero, en esta ocasión, ha decidido acudir.

Y llega el momento, entre frutas y queso, de la "sorpresa" que hay cada año como colofón a estas tres jornadas de conferencias e intercambio de ideas: una vez fue Donald Trump por videoconferencia... Otra, Elton John, que dio un discurso por la investigación contra el sida y, otro año, Stephen Hawking, poco antes de fallecer.

Sin embargo, este año la sorpresa fue que apareció en el escenario, frente a las mesas, un pequeño grupo de hombres y mujeres cuya llegada fue recibida por los asistentes ucranianos con una aplauso ensordecedor y risas: se trataba de la compañía de actores con la que trabajaba el presidente Zelensky hasta que fue elegido.

Una actriz hace una imitación de Yulia Timoshenko.

Otro comenta una conversación de WhatsApp, imaginaria y desternillante, entre jefes de Estado escribiéndose en la intimidad.

El tercero se burla de manera amistosa de Victor Pinchuk, nuestro anfitrión, quien hace unos meses prestó su ayuda, en nombre de grandes mecenas, a Notre-Dame de París. Y, por último, el actor que se disfraza de Zelensky y, haciendo de ucraniano palurdo que no habla bien inglés, finge buscar un intérprete entre el centenar de asistentes ucranianos y señala, como por azar, al verdadero Zelensky, quien, tras unos segundos de fingida duda, retoma sus reflejos de actor y se levanta de un brinco para unirse a su compañero en el escenario.

Así fue la situación.

Un falso Zelensky simulando ser el de verdad.

El verdadero Zelensky haciendo el papel de intérprete del Zelensky falso y, en consecuencia, como si el falso fuese él.

El falso, traducido por el verdadero, de pie a su lado, soltando barbaridades que el otro, el verdadero, se ve en la obligación de interpretar, y que lo convierten en el hazmerreír de la sala. Hay momentos en los que la provocación es tan flagrante que el falso-falso elude traducirle y el falso-verdadero o verdadero-falso ha de fingir que se enfada.

Reuters

Por no hablar de la verdadera señora Zelensky, sentada en una de las mesas, a quien su falso esposo le dedica palabras cariñosas por medio de la voz del verdadero transformado en su propio pastiche, pero, como está sentada al lado de la actriz Robin Wright, que ha interpretado el papel de primera dama en House of Cards, ya no sabe —ni ella ni la actriz— a quién de las dos se refiere: si a ella o a su doble.

En definitiva, un espectáculo inaudito.

El caso, sin precedentes, de un presidente de un país en guerra feliz de entrar en el juego de su caricatura, de cambiar de papel con su doble, como si fuese un personaje de Duchamp, de permitir que su clon lo deje desnudo.

Y la sala, que, frente a este malentendido, frente a esta alegre confusión de lo verdadero y lo falso, del original y la copia, frente a esta irrealización de un poder confundido con su ficción y reducido a su comedia, frente a esa autoliquidación ante la mirada de todo el mundo de un presidente engullido por el espejo, duda entre la risa, la incomodidad y la estupefacción.

Sin duda, hallamos un punto medio.

Sin duda, nos acordamos de que Victor Pinchuk también es un amante del arte contemporáneo que ha celebrado el conjunto del simposio a la sombra de un ramo de flores de acero de Jeff Koons, un jardín de luz nevada concebido por Olafur Eliasson o un bosque de árboles gigantes, más verdaderos y hermosos que los naturales, enteramente fabricados por inteligencia artificial.

Sin embargo, cuando acaba el sketch, nos preguntamos dos cuestiones vertiginosas.

¿Es el mismo hombre que, hace unas horas, en su discurso, había hablado en términos bellos y contundentes sobre la urgencia de reformas? ¿El mismo que, con el tono de comandante en jefe en medio de una guerra que, en el Este del país, acaba de superar la cifra de los 13.000 muertos, ha exhortado a sus aliados a mantener las sanciones al atacante ruso? ¿El mismo que ha presentado a los asistentes de la mañana al cineasta disidente Oleg Sentsov, rehén de Putin durante cinco años, liberado tras muchísimos esfuerzos por su parte?

Y luego Putin, claro: si hay un hombre en el mundo que por fuerza ha seguido, en tiempo real, esta sorprendente y prodigiosa mise en abyme, ¿acaso no es Vladimir Putin? ¿Qué ha podido pensar de este enemigo que ha aceptado transformarse en su simulacro y, aparentemente, reírse de sí mismo? ¿De quien al desaparecer tras una máscara ha demostrado que no era más que un payaso o que quizá ha escenificado un truco, desconocido en el repertorio, desconcertante, sin tapujos?

En su cabeza de kagebista que ya ha vivido fracasos antes, cabe pensar: ¿El pequeño Zelensky se ha prestado al jaque mate dejándose atrapar en su naturaleza profunda y demostrando que nunca será nada más que una parodia de presidente que ha triunfado, durante años, en televisión? ¿O acaso este artista cómico, cuyos célebres monólogos lo han hecho famoso hasta en la Rusia profunda, al comprender que su única arma definitiva era la risa, habría demostrado, bien al contrario, una libertad soberana, una audacia apabullante y una destreza sin parangón para desestabilizar al hombre de mármol agarrotado en sus poses pseudoviriles? Lo cierto es que no lo sé.