Michal Aronowicz apenas era un niño cuando recibió de las autoridades del gueto de Lodz un documento que lo convertía oficialmente trabajador. A partir de 1941, los niños del gueto de esa ciudad polaca engullida por el III Reichfueron sistemáticamente utilizados como mano de obra barata. Michal trabajó como aprendiz de zapatero. Ese niño tenía por qué estar contento.

Ser considerado apto para trabajar por las autoridades del gueto y los responsables del Ministerio de Trabajo del III Reich significaba no acabar en los campos de exterminio del Holocausto. Su documento como trabajador, el número 452254, se expone estos días en Berlín. Forma parte de la exhibición “El Ministerio de Trabajo del Reich, 1933-1945: funcionarios al servicio del nacionalsocialismo”. La muestra pone de manifiesto la complicidad de ese órgano gubernamental en los crímenes nazis. 

Documento de Aronowicz que le acreditaba para trabajar.

Esa participación se había pasado por alto durante décadas. En 2013, sin embargo, comenzaron los trabajos de una comisión de historiadores que ha puesto al Ministerio de Trabajo de Hitler en su sitio. “Hasta que no empezamos a trabajar se decía que el ministerio no tenía responsabilidad, que era insignificante en tiempos del nacionalsocialismo y eso no es así” dice a EL ESPAÑOL la historiadora Swantje Greve. Ella es la comisaria de la muestra berlinesa, expuesta estos días en uno de los espacios de la Fundación Topografía del Terror, una organización dedicada a la documentación y la investigación histórica sobre los años en que el nacionalsocialismo ocupó el poder en Alemania.

“El Ministerio de Trabajo permitió que se cometieran crímenes, algo que ocurría en la colaboración con los guetos, aquello formó parte de un sistema donde había gente asesinada”, apunta Greve. También participó ese ministerio en la importación forzada de ciudadanos del este de Europa y de la Unión Soviética para trabajar en Alemania en condiciones de trabajos forzados”, añade. Hasta 13 millones de personas se estima que fueron víctimas de esos trabajos forzados impuestos por el III Reich.

Tras años de investigación Greve y una comisión de expertos han llegado a las conclusiones que presentan en la exposición berlinesa sobre el Ministerio de Trabajo de Hitler. Éste, en su día, fue una poderosa estructura política dirigida por Franz Seldte. Él fue el primer y único ministro de Trabajo que tuvo el Führer. La uremia – una enfermedad producida por la acumulación de productos tóxicos en sangre – acabaría con su vida estando preso y a la espera de participar en los juicios de Núremberg. 

Ficha de detención de Franz Sledte.

“El ministro tenía más responsabilidad que nadie, pero murió preso antes de que se le pudiera juzgar. Haberlo hecho hubiera significado que se pudiera juzgar a otros responsables del ministerio”, plantea Greve. Alude, por ejemplo, a figuras como Max Timm. Él fue el responsable en el Ministerio de Trabajo nazi del área de Empleo en Europa. De Timm se conoce su implicación en la deportación de víctimas sometidas a trabajos forzados por el III Reich. 

Reclutando con violencia 

Esas deportaciones se hicieron en suelo conquistado por la Alemania nazi, en colaboración con funcionarios del ministerio, la policía y la SS – las temibles Schutzstaffelque dirigiera Heinrich Himmler. “Los elegidos para ir a trabajar por la fuerza a Alemania no querían hacerlo, sabían que se les pagaría mal y que las condiciones eran malas. Por eso, se reclutaba con violencia en países como Ucrania”, cuenta Greve.

Como no hubo juicio para Seldte, el pasado de nazi de Timm no impidió a este empleado del III Reich rehacer su vida en la República Federal de Alemania (RFA). De hecho, en los años 50, integraría la dirección del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales en el Landde Schleswig-Holstein (norte germano). Algo parecido pasaría con Walter Stothfang, otro responsable de deportaciones y sometimiento de personas a trabajos forzados en la industria armamentística en plena Segunda Guerra Mundial. 

Carteles de propaganda del Ministerio de Trabajo nazi.

Stothfang fue asesor de Fritz Sauckel, el Representante General para la Asignación del Trabajo, un cargo que obedecía a las siglas alemanas (GBA). Sauckel fue condenado a muerte en Núremberg, pero Stothfang llegó a ser reintegrado en un puesto poco relevante del Ministerio de Trabajo de la Alemana del oeste. A los cargos de la administración de la Alemania Occidental regresaron no pocos funcionarios del III Reich tras el colapso de la aventura expansionista nazi. De ahí que en la exposición berlinesa se lea que “el Ministerio de Trabajo volvió a emplear a numerosos funcionarios de la época del nacionalsocialismo”.

Aquello sólo fue posible después de que triunfara el relato según el cual, en lo que respecta al Ministerio de Trabajo de Hitler, todos los males procedían de la GBA, la instancia que dirigiera el ajusticiado Sauckel. “Los funcionarios siempre trataron, cuando declararon como testigos en los juicios de Núremberg, de restarse responsabilidad, diciendo en muchos casos que la GBA era la responsable de todo. Que ellos actuaron de forma racional, siguiendo las órdenes de sus superiores”, cuenta Greve. “Consiguieron que esa imagen permaneciera vigente hasta ahora”, añade.

Maquinaria criminal nazi

Esa defensa de los funcionarios del ministerio al que ella alude, y no la argüida en su día por Adolf Eichmann, tiene mucho que ver con la “banalidad del mal” que describiera la intelectual Hannah Arendt en su Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil (Ed. Penguin Adult, 1963) o “Eichmann en Jerusalén: informe sobre la banalidad del mal”. Sea como fuere, las palabras exculpatorias de los testigos de los funcionarios del Ministerio de Trabajo del III Reich, fueron creídas durante décadas

Portada de una publicación de propaganda del Ministerio.

Eso, a pesar de que, según conviene en afirmar Greve, el Ministerio de Trabajo de Hitler también tuvo un papel en la funesta obra nazi. “Hubo funcionarios que iban a los guetos, trabajando con las autoridades judías de esos guetos, para analizar qué habitantes podían trabajar o no. Era una especie de selección para ver quién podría trabajar y quién no. Quien recibía un 'no', recibían una especie de pena de muerte”, explica la historiadora. El caso del niño Michal Aronowicz es un claro ejemplo de esas selecciones.

Hubo algunas excepciones de funcionarios “resistentes” entre los más de medio millar de empleados que contaba el Ministerio de Trabajo nazi. Su labor, sin embargo, consistió en labores como asistir a médicos judíos desempleados, como hiciera Oskar Karstedt en contra de no pocos compañeros y miembros del partido nazi. Otros, como Ludwig Münz, se encargarían desde el servicio de prensa del ministerio de impedir la exclusión de trabajadores que no eran afines al nacionalsocialismo.

Pero ninguno de los dos pudo evitar, por ejemplo, que salieran del ministerio trabajadores como Dorotea Hirschfeld, despedida en 1933 por el mero hecho de ser judía. Por aquel entonces, la asesina maquinaria nazi ya había echado a andar. El Ministerio de Trabajo era una de sus piezas clave.

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