Hace casi diez años, el 18 de noviembre del 2010, escribí: "los cristianos forman hoy, a escala planetaria, la comunidad perseguida con más violencia e impunidad".

Tenía en la cabeza, en ese momento, a los paquistaníes que, como Asia Bibi, fueron condenados a morir ahorcados por una ley antiblasfemia.

A los últimos católicos de Irán que, en la práctica, tenían prohibido el culto, a pesar de las negaciones del régimen y la recepción reservada al cardenal Jean-Louis Tauran unos días antes en Teherán y Qom.

La interminable guerra de exterminación que cubrí para Le Monde en la que se enfrentaron los islamistas de Sudán del Norte y los cristianos del Sur.

Los cristianos evangélicos de Eritrea, pobres entre los pobres, que la Junta en el poder acababa de acusar de preparar un golpe de Estado, por el que se comprometió –encontré esta cita en mis notas- a "purgar el país antes de Navidad".

Tenía en la cabeza a aquellos hombres de misericordia y fe que, como Christian Bakulene, el sacerdote de la parroquia católica de Kanyabayonga, en la República Democrática del Congo, fueron asesinados en la puerta de su iglesia por hombres uniformados.

La fobia anticristiana orquestada en Delhi, por los fundamentalistas hindúes de VHP.

En Cuba, por la dictadura castrista.

En Corea del Norte y China, por poderes totalitarios que han llegado a encerrar fieles en campos de concentración.

Tenía en la cabeza también el destino de los frailes de Tibhirine que Xavier Beauvois sacó del olvido con su hermosa película 'De dioses y hombres'.

Manifestación contra los atentados de Sri Lanka Reuters

El de los cristianos de Oriente a cuyo martirio iba a consagrar yo mismo varias secuencias años después, en 'Peshmerga' (2016) y 'La batalla de Mosul' (2018).

El de los coptos en un Egipto donde, sin importar lo que digamos, el Islam sigue siendo la religión del Estado.

Tenía en mente el atentado perpetrado por un comando de Al-Qaeda unas semanas antes en el que mataron a 44 fieles, la mayoría mujeres y niños, en la Catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Y, por supuesto, me olvido de…*

Entonces, ¿dónde estamos nueve años después?

Desafortunadamente, en el mismo punto.

Este tipo de crímenes se cometen en todas partes todos los días.

En ninguno de estos países –por no hablar de Nigeria, Filipinas, Mozambique, Malasia, Somalia, Afganistán o Arabia Saudita, y aquí también me salto algunos- las comunidades cristianas gozan de seguridad.

Hay 245 millones de feligreses, según la última "Lista Mundial de la Persecución" publicada por la ONG protestante 'Puertas Abiertas', que son perseguidos, aterrorizados y, en algunos casos, asesinados solamente por ser cristianos y rehusarse a vivir su fe en secreto.

Este tipo de crímenes se cometen en todas partes todos los días

Y he aquí, para aquellos que prefirieron no pensar, una nueva carnicería, el domingo 21 de abril de 2019, en la Semana de Pascua en Sri Lanka.

El balance de esta serie de atentados suicidas perfectamente coordinados no ha sido definido en el momento en el que escribo. Nadie parece capaz de contar con precisión el número de víctimas que se encontraron en los hoteles para turistas que fueron atacados, ni la cantidad de personas asesinadas en las iglesias (de lejos, las más numerosas…), donde los fieles habían ido a reunirse y a rezar.

Y no sabemos mucho sobre el National Thowheeth Jama’ath, ese grupo islamista radical conocido hasta ahora por sus actos de vandalismo contra lugares de culto o de memoria budista, sobre el que surgieron sospechas de inmediato.

Pero, lo que sabemos es que Sri Lanka se acaba de unir a la lista de países donde uno muere por ser cristiano. Y sabemos que en esa isla, donde una vez cubrí la atroz guerra de los treinta años en la que combatieron los fieles de Buda contra los de Vishnú, la guerra mundial contra los cristianos acaba de alcanzar un nivel más alto.

También constatamos dos cosas: la imagen o, cuando no se tienen imágenes, la idea de este derramamiento de sangre, de estos centenares de cuerpos mutilados, de los supervivientes acurrucados entre los escombros de su iglesia destruida, no suscita, de momento fuera del universo cristiano, la misma emoción que la de la catedral Notre Dame de París en llamas.

Y el mundo, tal vez por pereza intelectual, tal vez porque no quiere imaginar que la antigua religión dominante regresó a la época de los mártires, o por temor a tener que "estigmatizar" a los islamistas radicales que son, la mayor parte de las veces, culpables de estos crímenes, parece renuente, una vez más, a tomar la verdadera medida de esta oleada de odio y barbarie.

Aquí, en cualquier caso, se confirma la solidaridad de un no cristiano con sus hermanos y hermanas en duelo.

Aquí se enuncia, bajo la pluma de un hombre que ha denunciado muchas veces el aumento del antisemitismo y el racismo, la voluntad de fustigar con energía y cólera, el odio planetario, y esta ola, en el fondo mortal, que sumerge al pueblo cristiano.

La Iglesia se está muriendo, no moleste su agonía, parecen decir, parodiando a Renan, las mentes fuertes y cínicas.

Y bien, en mi opinión, frente al demonio de la indiferencia, del desaliento y la cobardía, pienso que es urgente proteger a los cristianos.