Cracovia

Cada año, los tibetanos exiliados en la ciudad india de Dharamsala recuerdan la entrada de las tropas chinas en el palacio de Potala guardando un minuto de silencio en memoria de las víctimas. Con el minuto del pasado día 10, ya se ha cumplido una hora de silencio por el Tíbet, y el futuro no es muy esperanzador.

"El día 31 de marzo por la tarde el Dalái Lama llegó a India". Así rezaba el escueto comunicado enviado a la agencia AFP por el Primer Ministro indio, Nehru, en 1959. Dos días después, le concedía asilo político y permiso para instalar en la ciudad de Dharamsala su gobierno en el exilio. Atrás quedaba un periplo de dos semanas cruzando a pie las montañas más altas del mundo y acompañado de un puñado de monjes.

El joven Tenzing Gyatso, de 23 años, líder espiritual y político del Tíbet y XIV Dalái Lama, solo accedió a dejar su residencia en Lhasa después de que un proyectil de artillería china alcanzase su palacio. Con la cara tiznada para camuflarse y vistiendo túnicas gastadas, al llegar a la India volvió a ponerse sus características gafas redondas y comenzó a luchar para dar a conocer al mundo la historia de su pueblo.

El palacio de Potala en Lhasa. Göran Höglund

Durante las seis décadas posteriores, el Dalái Lama ha sido testigo y protagonista de la divulgación de una causa que estuvo de moda en todo el mundo, desde Hollywood hasta los retiros de meditación de las Alpujarras, pasando por mercadillos hippys y talleres de meditación. Manifestarse por el Tíbet no solo era políticamente correcto, también era la contraseña por defecto que intercambiaban, junto a banderas rojas y azules con un león dorado, los orientalistas de todo el mundo que clamaban por un "Free Tibet".

Hoy día, apagado el eco de tantos conciertos, películas y actos en apoyo del pueblo tibetano, hay ya una tercera generación descendiente de exiliados y para muchos de ellos, la tierra de sus ancestros es tan exótica y desconocida como para cualquier occidental.

Vigilancia las 24 horas

Lhasa, una ciudad de 650.000 habitantes, se ha convertido en una especie de ciudad a lo "Black Mirror", donde miles de cámaras de vigilancia con software de reconocimiento facial controlan cada esquina. La Academia China de Ciencias Sociales la ha clasificado como "la ciudad más segura del país" y desde hace ocho años no se registra un solo crimen en la Plaza del Palacio de Potala, centro neurálgico y turístico de la capital tibetana.

Hay cien cuarteles de policía cuyos efectivos patrullan la ciudad las 24 horas y Pekín asegura que es capaz de saber el paradero en tiempo real del 99% de los residentes de Lhasa. Especialmente en marzo.

Este mes es llamado "el de los problemas" por las autoridades chinas en Tíbet. Es en marzo cuando suele comenzar el Losar, el año nuevo tibetano y, sobre todo, en este mes se conmemoran los principales hitos de la historia tibetana reciente: la entrada de las tropas en Potala, la llegada del Dalái a la India y las revueltas de 2008, cuando muchos monjes decidieron aprovechar que el mundo tenía sus ojos puestos en los Juegos Olímpicos de Pekín y redoblaron sus esfuerzos para protestar por su situación.

En aquella ocasión se produjeron 10 muertes. Desde 2009, más de 155 tibetanos se han inmolado para llamar la atención en el extranjero, a pesar de que los chinos empezaron a usar una especie de pinza mecánica para atrapar por la cintura sin peligro a los "bonzos".

Los turistas que visiten Tíbet solo pueden usar coches estatales, conducidos por guías del gobierno, con un micrófono permanentemente abierto para monitorizar cualquier conversación y dos pequeñas cámaras siempre encendidas: una apuntando al conductor y otra al asiento de atrás.

Los 60 años de ocupación china han proyectado al país a un presente relativamente próspero y con infraestructuras inconcebibles para el Tíbet anclado en la Edad Media que regentaban los Daláis. La industria del turismo florece en Lhasa y son miles los visitantes, chinos y extranjeros, que descubren cada año la belleza del "país de las nubes", donde el punto más bajo está a 3.500 metros sobre el nivel del mar.

Hace 60 años que China invadió el Tíbet. Göran Höglund

Sin embargo, ninguno de los "selfies" de hechos en Lhasa están fechados en marzo, porque en este mes se suspenden incluso los permisos turísticos. Los periodistas también tienen la entrada vetada hasta abril, cuando la bulimia de la actualidad ya no encuentre aniversarios que justifiquen publicar información sobre el Tíbet.

El Dalái sigue presente

Hace ya 30 años que el Dalái Lama obtuvo el premio Nobel de la Paz. Aquel monje sonriente que pasaba semanas enteras sin salir de Potala y cuyo único viaje al extranjero fue a Pekín en 1954, para pedirle a Mao Zedong que dejase en paz al Tíbet, se había convertido en una figura mediática que alternaba con estrellas de la música, genios de la ciencia y dirigentes de medio mundo.

Hoy es ya un anciano de 83 años que renunció hace mucho a cualquier tipo de poder político y que se conforma con la llamada "Tercera Vía", un estatuto de autonomía para su país aun manteniéndolo bajo administración china. Por su parte, Pekín nombró en 1995 a un Lama "alternativo", Chökyi Gyalpo, que no es reconocido fuera de China y es acusado de intentar usurpar la autoridad del Dalái.

En cualquier caso, incluso siendo un Lama legítimo, Gyalpo sería tan solo un Panchen Lama, figura importante pero no preeminente de la jerarquía budista. Los seguidores del Dalái se refieren a él recordando un proverbio tibetano: "Un perro vestido de seda sigue oliendo a perro".

En las faldas de los Himalayas se levanta Dharamsala, apodada como "pequeño Tíbet". A lo largo de la calle principal se suceden las tiendas de artesanía tibetana donde no falta una foto del Dalái (casi siempre con un rostro joven) y los restaurantes para turistas con una decoración perfecta como fondo de Instagram que muchos aprovechan. Al final de la calle se levanta el monasterio Namgyal, donde se sitúan las oficinas de la CTA (Administración Central del Tíbet o gobierno en el exilio) y la residencia oficial del Dalái.

Hace años, cuando el líder budista se dirigía en persona a los visitantes allí congregados con uno de sus discursos, que a veces interrumpía para reír a carcajada limpia, era necesario obtener una especie de visado temporal para acceder al recinto, pues se consideraba suelo tibetano. Una emisora de radio traducía en directo las palabras del Dalái al inglés y los extranjeros acudían a escucharle con los auriculares puestos. 

En las paredes de muchas cafeterías de Dharamsala aún se pueden ver fotos de Richard Gere, otro huésped habitual del hotel Chonor, entre otros famosos cuya estrella, al igual que la atención que el mundo le presta a Tíbet, se va apagando poco a poco con el tiempo.