Invitado por Google Europa a un seminario para reflexionar sobre el declive de la verdad, el auge de las fake news y las formas de detenerlo comienzo por inscribir el asunto en la historia.

Cito los 'Recuerdos de la guerra de España' donde George Orwell explica que "la historia se detuvo en 1936" porque fue allí, en España, donde descubrió "por primera vez" unos "artículos periodísticos que no tenían ninguna relación con los hechos"; donde tuvo la "impresión" de que era "la misma noción de verdad" que, arruinada por los fascismos rojo y marrón, estaba "desapareciendo de este mundo"; y ahí, en el fondo, Goebbels se hizo posible ("Yo decido quién es judío y quién no") y, otro día, Trump ("¿Ustedes tiene sus datos? Nosotros tenemos los nuestros. ¡Que son hechos alternativos!").

Continúo mencionando, arriba y abajo de esta revolución totalitaria, los choques que ocurrieron:

1. El criticismo kantiano que- al separar el noúmeno del fenómeno; al limitar nuestro conocimiento al segundo; y al plantear que solo podemos conocer lo que nos dejan entrever las formas de la sensibilidad, las categorías del entendimiento y las ideas de la Razón- ha inyectado en nuestra relación con la verdad una parte subjetiva de la que los partidarios, por ejemplo, del brexit serían hoy las víctimas lejanas.

2. Un perspectivismo nietzscheano que -al hacer de la verdad un "punto de vista" y al juzgar como "verdadero" lo que convenga a una persona y "falso" lo que lo entristezca y disminuya- provoca un segundo choque cuyas ondas podemos imaginar muy bien difundidas en las fake news de Putin o Trump.

3. La deconstrucción de los posnietzscheanos que- al historizar la "voluntad de verdad" (Foucault), al poner el objeto "entre comillas" (Derrida), al separar este objeto de su referencia ("el conocimiento del azúcar no es dulce", Althusser), al ahogar su evidencia en una nube de gráficos y esquemas (Lévi-Strauss) o en nudos borromeo (Lacan)- nos hizo perder contacto con lo que hubiera podido tener "lo verdadero" de simple, robusto e irrefutable.

Así que sitúo la responsabilidad de Internet y las GAFA [Google, Amazon, Facebook y Apple] en el final del proceso. En su último desenlace cuyas etapas son, a grosso modo, las siguientes:

-Enumerar, casi hasta el infinito, palabras liberadas por la democracia digitalizada.

- La web se convierte en un tropel, por no decir una feria de oportunistas, donde todo el mundo defiende su opinión, convicción y verdad.

- Y al final de un resbalón inaudible por el estruendo acúfeno de los tweets, retweets y otros post con los que bombardeamos la web, reclamamos para esta nueva verdad el respeto que le debemos a la antigua. 

-Comenzamos con el derecho legal de cada uno a expresar su creencia- y llegamos a decir que todas las convicciones expresadas tienen el mismo valor. 

-Comenzamos por exigir: "Escuchen y entiendan lo que tengo que decir"; después, "Respeten lo que digo sin importar lo que piensen"; y terminamos en un "No vengan a objetar que tal decir es superior a otro y que en esta charla mundializada donde nos empujamos por ganar un espacio hay una escala de verdades”. 

Creímos democratizar el coraje de la verdad tan querida por el último Foucault; pensamos que le dimos a todos los amigos de la verdad los medios técnicos para contribuir con temeridad y mesura a las aventuras del conocimiento. ¡Pero no! ¡Convocamos un festín! ¡Es el cuerpo de la Verdad lo que se ha puesto sobre la mesa! Y, movidos por nuestro instinto caníbal, ¡cada uno se propuso despiezarlo! Cada uno cosió un mosaico de certezas y sospechas a partir de estos jirones sangrientos en descomposición.

¿No ven, entonces, que ha resurgido la elegancia de los famosos sofistas, la perversidad con que calificaron a la verdad como una sombra incierta; su convicción de que el hombre es la medida de todas las cosas y que la verdad de cada uno vale estrictamente lo mismo que la del vecino?

A partir de esto, y dado que es Google el que me ha invitado, propongo a Carlo D'Asaro Biondo, su presidente de relaciones estratégicas, tres ideas concretas que me parecen bastante "estratégicas".

Un hall of shame que, en asociación con los 50, 100 o 200 periódicos más grandes del mundo, incluya, en tiempo real, las fake news más devastadoras para el mundo.

Un concurso que, inspirado en el modelo de las academias francesas del siglo XVIII de donde salieron los "Discursos" de Rousseau, invite a la gente a proponer el texto, vídeo u obra cuya potencia de verdad o de broma exponga a las fake news más dañinas y, por supuesto, producir un ganador.

Por último, y dos siglos y medio después de Diderot, se necesita la redacción de una nueva "Enciclopedia". ¡Sí! ¡Una enciclopedia! ¡Una verdadera!, lo contrario, por lo tanto, a Wikipedia y su caldo de mala cultura, pues, ¿quién más que una de las GAFA, estas empresas mundiales, tiene el poder de reunir a miles de eruditos de todas las disciplinas para elaborar un estado del conocimiento disponible a comienzos del siglo XXI? 

Enciclopedia o ignorancia.

Hay que restaurar el tejido de la verdad o resignarse a su desgarro definitivo. Hundirse en la caverna, en su infinidad oscura y vociferante, o comenzar, tal vez, a salir de ella.

No quisiera darle a este seminario de Google más importancia de la que tiene. Pero, ¿podría ser el comienzo de una toma de conciencia?, ¿la señal de un cuestionamiento y enderezamiento del timón? ¿Podría causar esta misma responsabilidad lo peor y lo mejor? ¿Va a deshacer o a reparar? ¿Ralentizará el mundo o lo volverá a poner en marcha? Todos estamos ante una encrucijada.