La madrugada del 7 de octubre de 1998 los termómetros de la localidad de Laramie, en Wyomin, registraron tres grados bajo cero. Aquella tarde, un ciclista encontró inconsciente y amarrado a una cerca en medio del campo a Matthew Shepard, un joven de 21 años al que alguien había apaleado. Llevaba allí 18 horas semidesnudo, abandonado y casi congelado. Su aspecto era tan deplorable que el estudiante que lo halló pensó inicialmente que era un espantapájaros. Tenía el rostro cubierto de sangre, a excepción del surco que las lágrimas dejaron alrededor de sus ojos. 

Lo trasladaron a un hospital de Colorado, donde estuvo cinco días debatiéndose entre la vida y la muerte. Finalmente falleció, convirtiéndose en un símbolo de la persecución contra la comunidad gay de los EEUU. Desde entonces, su familia ha guardado sus restos mortales sin poder darles sepultura por miedo a que su tumba fuera profanada por grupos ultraconservadores. Ahora, dos décadas después, por fin va ser enterrado en la Catedral Nacional de Washington.

El lugar donde dejaron amarrado a Matt en 1998.

“La ceremonia pretende darle a Matt un lugar para su descanso final. Significa mucho para la familia saber que ahora estará seguro para siempre. Además, estará rodeado de otros héroes y dignatarios estadounidenses, y eso es un honor para toda una vida, uno que Matt se merece”, explica a EL ESPAÑOL un portavoz de la Fundación Matthew Shepard, creada por sus padres después de su asesinato.

El triste final de Matthew Shepard es la historia de la América profunda y aún homófoba de finales del siglo XX. Aquellos días, parte de la sociedad estadounidense se opuso a que se legislara contra los crímenes de odio para prevenir ataques similares. Grupos ultrarreligiosos protestaron en las vigilias y en el funeral que se organizó en honor de la víctima, gritando consignas que deseaban que “ese homosexual ardiera en el infierno”. La presión fue tal que los padres del joven Matthew tuvieron que llevar chaleco antibalas a la misa por su hijo y decidieron posponer su sepelio por miedo a que su sepultura fuera vandalizada. Ahora, por fin, se cierra ese capítulo en un EEUU diferente al de los noventa, donde el rechazo al colectivo LGTBI ya no es mayoritario.

“Hemos progresado mucho en este país, especialmente con el presidente Obama. Desafortunadamente, ahora estamos viviendo un mundo diferente al que nos habíamos acostumbrado en los últimos tiempos, y en este mundo rebosa el odio desde lo más alto”, resaltan desde la Fundación Matthew Shepard, en clara referencia a la era Trump. “Claro que tenemos más derechos que hace 20 años. Eso es innegable. Sin embargo, la administración actual está intentando lentamente eliminar los derechos por los que trabajamos tan arduamente”, añaden.

La muerte de Matt Shepard puso en evidencia la existencia de dos EEUU diferentes. Uno, cada vez más abierto y tolerante en las grandes ciudades; y otro, interior, rural y muy hostil hacia los homosexuales. Matthew Shepard lo sufrió en primera persona. A sus 21 años estaba fuera del armario y acababa de matricularse en la Universidad de Wyoming. Aunque su vida era aparentemente normal, arrastraba tendencias depresivas desde que tres años antes, en un viaje del instituto a Marruecos, fue atacado y violado, según desveló su madre posteriormente. 

Aquella mala experiencia no le impidió hacer lo que se espera de cualquier alumno de primer curso, irse de marcha con sus amigos. Eso fue lo que le llevó a salir el 6 de octubre de 1998. Aquella noche se encaminó al Fireside Bar & Lounge de Laramie, donde se topó con Aaron McKinney y Russell Henderson, dos jóvenes de su edad, que se ofrecieron a llevarle a su casa. Según trascendió en el juicio posterior, los dos chicos hicieron pensar a Matt que estaban interesados en él, si bien su verdadero propósito era asaltarle. 

Los asesinos de Matt.

Se lo llevaron en su camioneta, le golperaron insistentemente con una pistola, le insultaron, le robaron la billetera, los zapatos y su documentación, y lo dejaron atado a una valla de madera en medio del campo. En las horas posteriores, se metieron en otra pelea, lo que llevó a su detención. Fue ahí cuando la policía encontró el arma, ató cabos y los acusó del asalto al joven que apareció horas después inconsciente y moribundo. 

Los golpes fueron tan severos que Matt permaneció en coma cinco días antes de fallecer el 12 de octubre. Los responsables de su muerte fueron condenados por asesinato en primer grado y recibieron dos cadenas perpetuas. No obstante, no se les aplicó el agravante de crimen de odio, ya que la ley de Wyoming no lo contemplaba. Así empezó la lucha de esta fundación y de otras organizaciones LGBT por conseguir una legislación federal que protegiera a los colectivos discriminados de ataques como éste. 

La tortura de los padres

Los padres de Matt se encontraban en Arabia Saudí por motivos profesionales cuando se produjo el crimen. A la vuelta no sólo tuvieron que enfrentarse a la pérdida de un hijo. Se encontraron con un pueblo dividido entre los que estaban horrorizados por el suceso y quienes acusaban a los medios de comunicación de exagerar lo ocurrido y de retratar a Wyoming como una sociedad retrógrada, poco formada y homófoba.

Eso no fue lo peor. Un grupo religioso baptista organizó protestas durante el funeral de Matt y durante el juicio de sus asesinos. Decenas de personas portaban letreros con lemas del tipo “Matt al infierno” o “Dios odia a los maricas”, según recogió la prensa local. Sus padres pudieron oír las consignas homófobas durante la ceremonia. La tensión era tan elevada que prefirieron no enterrar a su hijo para evitar posibles ataques.

La revista Vanity Fair acudió al año siguiente del asesinato a Laramie para realizar un retrato del escenario de aquel monstruoso caso. La publicación dejó al descubierto la homofobia latente que existía en aquella localidad. “No tenemos fobias, tenemos valores”, decía un vecino, mientras que el autor del reportaje destacaba cómo muchas personas se burlaban de los reporteros homosexuales enviados para cubrir el crimen. 

Como se ha mencionado anteriormente, los EEUU de los noventa no son los de hoy en día. Según varias encuestas nacionales publicadas por Statista, en 1994 solo un 46 por ciento de los estadounidenses consideraba que la homosexualidad debía ser aceptada por la sociedad, un porcentaje que se elevó al 58 por ciento en 2011. Por otro lado, en 2001, el 53 por ciento de los encuestados consideraban estas relaciones moralmente incorrectas, mientras que en 2017, esta cifra cayó hasta el 33 por ciento. 

Otro dato para valorar la evolución de la sociedad norteamericana es la aceptación de la legalización de los matrimonios entre personas del mismo sexo. En 1996 sólo el 27 por ciento de los encuestados estaba a favor, frente al 68 por ciento que se mostraba contrario. En 2017, la realidad era bien diferente. El 64 por ciento los apoyaba, frente a sólo el 34 por ciento que seguía sin estar de acuerdo.

La homofobia, en caída libre

Desde la Fundación Matthew Shepard creen que todo lo ocurridio en 1998 contribuyó a este cambio. “Gracias a este caso, más personas conocen la difícil situación de la homofobia en EEUU y más gente cononce la historia de Matt. Cuando pones cara a un crimen o a un colectivo, te es más difícil odiarlo. Gracias a la historia de Matt y al trabajo de sus padres, ahora hay una ley federal para proteger a estos colectivos”. 

Este cambio social ha animado a la familia Shepard a dar el paso de enterrar a Matt. “Hemos pensado mucho en el lugar adecuado, y creemos que que la Catedral Nacional de Washington, de culto episcopaliano, es la opción ideal, ya que Matt amaba a la iglesia episcopal”, señala su madre Judy Shepard en un comunicado. Matt descansará junto a otras 220 personalidades de la historia de EEUU, como el presidente Woodrow Wilson o el almirante de la Armada George Dewey. 

Esta ceremonia pondrá punto y final a dos décadas de sufrimiento de la familia Shepard, si bien, lo cierto es que aún hay dudas sobre lo ocurrido en 1998. 

A pesar de que los medios y las organizaciones sociales convirtieron a Matt en un mártir de los derechos LGTB, lo cierto es que en 2004 trascendieron una serie de detalles que pusieron en tela de juicio toda la teoría del crimen de odio. 

La otra versión del crimen

Aquel año, la cadena ABC realizó una investigación sobre el suceso, entrevistando a varios conocidos de los implicados y al mismo asesino, Aaron J. McKinney, que estaba en prisión cumpliendo su cadena perpetua. Según este trabajo periodístico, Matt tenía cierta relación con la venta de drogas y McKinney lo sabía, por lo que decidió secuestrarle para robarle. El móvil, según su versión, era el dinero, y no tenía nada que ver con su homosexualidad. De hecho, varios entrevistados sugirieron que el propio McKinney era bisexual y que incluso había estado relacionado con Matt. De la víctima también trascendió que era VIH positivo y que había comentado a algunos amigos que se había planteado el suicidio.

La familia de Matt nunca asumió esta versión y, en cualquier caso, poco va a cambiar ya el punto de inflexión que supuso este suceso para los EEUU. En 2009, el presidente Obama rubricó una legislación nacional que permite perseguir federalmente como delitos de odio los ataques motivados por la orientación sexual de las víctimas, garantizando una protección incluso en estados conservadores que se negaban a regular estos crímenes. También en Wyoming. Esta ley lleva el nombre de Matthew Shepard.