Cuando pienso en Alemania, pienso en una desnazificación valiente y, al final, bastante exitosa.

Pienso en su duelo como un arte que pocos pueblos han practicado con tanta firmeza y exigencia. El crimen fue único, por supuesto; fue literalmente sin precedentes; pero también lo fueron el luto y el trabajo de memoria y voluntad para no dejar entrar nunca más a ese antisemitismo monstruoso, que es el verdadero semillero del nazismo.

Pienso en el momento en que Beate Klarsfeld, esa gran alemana, abofeteó al canciller Kiesinger. Después del primer instante de estupor, la mayoría de los alemanes aprobó su acción.   

Pienso en Jan-Philip Reemstma, ese gran alemán, que organizó hace veinte años una exposición itinerante de fotos en las que se veía a los soldados de la Weermacht en el frente del Este humillar, torturar y matar a judíos pogromistas. Me hacían pensar en los cientos de miles de alemanes, tal vez millones, que corrían de ciudad en ciudad para identificar con horror a sus envejecidos pero reconocibles padres, abuelos o vecinos.

Pienso que Israel ha tenido, en las últimas décadas, pocos aliados tan constantes, duraderos y fieles como Alemania.

Pienso que Europa, esa máquina para impedir el regreso del nazismo, ha encontrado en Alemania uno de sus dos primeros motores que, hasta hoy, ha sido una de sus murallas más sólidas.

Pienso en una conversación con Joshka Fisher, el antiguo izquierdista que se convirtió en ministro de Asuntos Exteriores, en la que me explicó que el recuerdo de la Shoah es el verdadero pedestal y suelo de la república alemana. Y yo, después de reflexionar en su convicción, pienso que el recuerdo de la Shoah es el verdadero resorte de su intransigencia política y moral hacia los crímenes contra la humanidad cometidos por Serbia en Bosnia y Kosovo.

Israel ha tenido, en las últimas décadas, pocos aliados tan constantes, duraderos y fieles como Alemania

Cuando pienso en Alemania, yo pienso en los países que en la misma época, en 1999 me parece, se desgarraban en torno a las palabras de Martin Walser cuando atacaba al presidente de la comunidad judía en Alemania, Ignatz Bubis; algo parecido a lo que ocurrió en Francia un siglo antes por el caso Dreyfus.

Pienso que hubo ese año en Alemania un gran debate nacional, uno solo: no fue sobre la creación del Banco Central Europeo; ni el regreso de Macao a China; ni la dimisión de Boris Elstine; ni el nacimiento de un zar político llamado Putin; ni la hazaña de llegar a ser seis mil millones de habitantes en este planeta; ni la llegada del año 2000. El gran debate nacional lo provocó la inquietud por saber a qué debería parecerse, y de qué pudiera servir un momento como la Shoah.

Cuando pienso en Alemania, pienso en uno de esos países raros que, con Francia, han considerado que la negación de la Shoah no es una opinión, sino un delito.

Cuando pienso en Alemania pienso -no es la misma cosa pero...-  en los países de Europa que han afrontado la crisis migratoria estos últimos meses y años con más humanidad, generosidad y, para hablar como Joshka Fisher, precisión moral.

Pienso en Chemnitz también, por supuesto.

Pienso en todos los nostálgicos del fascismo que, en Chemnitz y en otros lugares, unen sus fuerzas en torno al AfD para expresar su odio hacia los refugiados y extranjeros.

Cuando pienso en Alemania pienso en los países de Europa que han afrontado la crisis migratoria estos últimos meses y años con más humanidad y generosidad

Y pienso en todos los que han intentado, hasta en el seno del Gobierno y en la cumbre de las agencias de inteligencia, minimizar la violencia que tuvo lugar en las manifestaciones de Chemnitz.

Pero también pienso que ninguna de esas maniobras; ninguno de esos pasos hacia atrás han, hasta hoy, hecho tambalear la roca de sabiduría y de determinación que es la canciller alemana Angela Merkel. Pienso, sobre todo, que lo que fue perdurará, y que aun si ella misma reculara; si tuviera la idea de ir contra sus propios gestos y de volverse más pequeña de lo que es, nada eliminará la grandiosidad de esa frase: “Wir Shaffen Das” (podemos hacerlo) que pronunció el 31 de octubre del 2015 en el calor del momento como un reflejo o un credo, que, a mis ojos, es lo mismo.