En el 2016 me embarqué en el rodaje de la película La batalla de Mosul con un objetivo: llegar hasta la tumba del profeta Jonás, a través del río Tigris, que está exactamente en la mitad de la ciudad; sin importar los riesgos, obstáculos o peripecias de una guerra en la que nadie sabía cuándo ni cómo terminaría.

Esto fue lo que se hizo.

La última morada, reducida a cenizas y escombros, de quien tengo como el más enigmático y, en el fondo, estimulante de todos los profetas de la Biblia fue el escenario de una de las últimas escenas de la película.

Y cuando decidimos, con mis compañeros de equipo, que la misión había terminado, sentimos una doble satisfacción: haber seguido hasta el final la primera mitad de esta guerra de liberación; y haber encontrado lo que consideramos el último rastro que atestigua que la capital del califato también fue, cuando era conocida como Nínive, un lugar importante del relato bíblico, por ende, de la tradición judía.

Pero entonces.

Golpe de teatro.

La semana pasada recibí una llamada de mi viejo amigo Hugues Dewavrin, vicepresidente de la Guilde du Raid, y me contó todo.

Hay en Mosul un hombre: Omar Mohammed, que es el autor del blog Mosul Eye, en el que publicaba una crónica diaria de la ciudad destruida durante el reino del Daesh. Ese historiador, un ciudadano de gran talento enamorado perdidamente de su ciudad, hizo que todos los periodistas de la región esperaran con ansias sus escritos, que en la época no firmaba, porque sabían encontrar en ellas las informaciones más fiables de la vida cotidiana de los habitantes de Mosul.

Y bien, Omar Mohammed publicó en un post a finales de junio algunas fotos sorprendentes: en el corazón de la ciudad vieja, la misma en que los yihadistas se habían atrincherado para librar su última batalla, una sinagoga apareció de la nada, y nadie sabía de dónde había salido.

"Hola a todos", escribió en su Twitter

"¡Llamen a los expertos, que necesito ayuda!

Encontré unas inscripciones extrañas en hebreo grabadas en unas piedras azules, y me hacen falta voluntarios para transcribir y traducir los textos".

A partir de ahí, ocurrió el milagro de Internet.

Carlos C. Huerta, rabino de los ejércitos durante la invasión americana en Irak del 2003 respondió que las inscripciones le decían algo.

Frida Guitis, periodista de la CNN y experta en las guerras de Irak, Kosovo y Gaza dijo que se trataba de una bendición procedente del libro bíblico Deuteronomio.

Un arqueólogo israelí respondió que ve -¿pero hablan de la misma piedra?- un verso del libro de los Reyes y un homenaje a Yahya Ben Meir y a Meir David Halevi.

Para un especialista británico en la historia judía y árabe de la piedra de Jerusalén se trata más bien de un fragmento del libro de los Proverbios.

El llamado del “Mosul Eye” nos compromete.

¿Queremos salvar a la que es tal vez una de las ciudades más antiguas del mundo? 

Pero según otro estudioso, que reside en la Brookings Institution de Washington, la escritura es de un pasaje del libro de los Números. Un exdiplomático israelí aclaró la discusión cuando publicó fotos de hace un siglo que muestran, en una calle a la misma altura, a unos zapateros judíos reparando los zapatos de sus vecinos árabes.

Parece que solo hace falta algunas horas de conversación inspiradora en las redes sociales para resolver las últimas dudas y llegar a acuerdo, al menos, en este punto: Daesh, en su estupidez abismal e ignorancia teológica, parece que no lo ha entendido, pero ahí había, aunque transformada en un depósito de municiones y proyectiles, una sinagoga de la calidad de esas que podemos encontrar en la parte kurda de Irak (pero que en Kurdistán son reconocidas y honradas como tales).

Este descubrimiento confirma lo que sabíamos de la presencia, hasta su evacuación a principios del año 1950, de una fuerte comunidad judía en Mosul de varias decenas de miles de almas. Y recuerda que los lugares son como los corazones que, para sobrevivir, a veces tienen que esconderse, enterrarse o tomar otra identidad prestada. La mezquita recuerda que pueden existir fórmulas urbanísticas que hagan, algunas décadas después, de escondite. Los mismos yihadistas que destruyeron los templos de la comunidada yazidi, las iglesias cristianas, la antigua mezquita al Nuri y, por supuesto, el mínimo vestigio visible de la historia judía que encontraran, pasaron al lado de un lugar santo donde, en secreto, se hacen alabanzas al Eterno.

Pero, sobre todo, el llamado del “Mosul Eye” nos compromete.

¿Queremos salvar a la que es tal vez una de las ciudades más antiguas del mundo?

¿Unesco pensaba lo que estaba diciendo cuando bautizó su programa de reconstrucción urbana y política: El espíritu de Mosul?

¿Sabremos reconstruir esa ciudad desfigurada en el cruce de pueblos, religiones y civilizaciones que la ha construido por siglos y que su alma eterna quiere volver a ser?

Si la respuesta es sí, hay que escuchar a ese musulmán erudito que en el ojo del ciclón, en el corazón inmóvil de lo que fue el epicentro del yihadismo mundial, llama a rehabilitar la última sinagoga que sigue en pie en la ciudad del profeta Jonás.



Si no, si nos mostramos incapaces de lograr este desafío magnífico y sagrado, si no logramos estar a la altura de este hijo del Corán que quiere recordar que también es heredero de Moisés, entonces adiós a la fraternidad, adiós a la paz y adelante al largo suplicio de la guerra de las religiones y culturas.