“Alá es gay”. Por llevar ese mensaje en una camiseta, con la bandera gay de fondo, hay quien quiere matar a Amed Sherwan. Las amenazas que ha recibido por publicar en sus perfiles de las redes sociales la foto de cómo desfiló hace unos días en la celebración en Berlín del Orgullo Gay se las toma en serio. También lo hacen en la Oficina Estatal de Policía Criminal de Berlín (LKA, por sus siglas alemanas). Por eso, el fin de semana de la fiesta en Berlín la LKA le puso escolta policial. El día del desfile berlinés, este chico iraquí de 19 años iba acompañado de una decena de agentes.

“Tuve diez personas a mi alrededor para protegerme. Cuando iba al baño, lo llenábamos”, dice Amed Sherwan a EL ESPAÑOL. Sólo así de protegido pudo pasear este joven gay por las calles de la capital alemana con su camiseta y sus dos pancartas que, muy caseras, decían sobre la bandera arcoíris: “Ex-musulmanes a favor de la diversidad”, “Solidaridad con los musulmanes LSBTTIQ'S [siglas alemanas de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero, intersexuales y queer, ndlr.]”.

“Antes de ir a la fiesta del Orgullo Gay en Berlín escribí un post diciendo que lo que hacía era para apoyar a la escena musulmana LGBTIQ y que si sus miembros creen en Dios, seguro que creen que Dios puede ser gay. Recibí muchas respuestas positivas, pero también amenazas. Del tipo 'sabemos dónde estarás' o 'Te vamos a apalear'”, cuenta Sherwan. Su paseo rodeado de policías no fue para él algo precisamente agradable. “Recibir las amenazas no me hizo, por su puesto, ninguna gracia, pero me dije que no era tan importante pasarlo bien en la fiesta, lo importante era seguir con mi mensaje”, sostiene.

Al día siguiente de la celebración en Berlín del Orgullo Gay – el pasado 28 de julio –, sólo hubo para él protección policial después de denunciar amenazas. No ya en redes, sino en persona. “El día de después de la fiesta, tenía varias citas con medios de comunicación para hacer entrevistas. Cuando iba de camino por la acera a la Deutschlandfunk, una de las principales cadenas de radio alemanas, un coche se paró cerca de mí y un hombre me amenazó: 'Si vuelves a hablar con la prensa vas a morir'”, rememora Sherwan. “No pude hacer nada para tomar los datos del coche, ni tomar una foto. Había entrado en shock. Llamé después a la policía y la gente de la LKA estuvo conmigo”, añade.

Amenazado por su familia

Posteriormente, la policía le ha confirmado que detrás de muchas de las amenazas que ha recibido de un tiempo a esta parte está la familia Omeirat, uno de los clanes mafiosos libaneses más activos en Alemania. “Es el segundo clan mafioso de Alemania y está detrás de muchas de las amenazas, según la LKA”, subraya Sherwan. Tan en serio como esas amenazas se toma Sherwan las que le llegan desde su propia familia. “Un primo mío está aquí para salvar el honor de la familia. Me ha escrito de todo, me ha dicho que quiere salvar el honor de la familia y que me matará”, dice Sherwan.

“En 2015, mi primo vino a Alemania, pidió asilo político, pero se le rechazó y fue expulsado a Irak. Pero ahora ha vuelto ilegalmente. La LKA lo sabe y lo busca en Alemania”, añade. Según su descripción, su primo, de 23 años, ya ha estado en la cárcel. Ha estado acusado de herir de gravedad y protagonizar ataques con cuchillos y armas de fuego. “Es alguien peligroso”, dice Sherwan. En este punto de la conversación, la voz de Sherwan se entrecorta. El chico respira profundamente. “No lo tengo fácil con mi familia y el segundo clan de Alemania detrás mía”, acierta a decir. Parece estar llorando al otro lado del teléfono.

Sherwan habla desde una ciudad que no da a conocer. No es Flensburgo, en el Land del norte alemán de Schleswig-Holstein. Por “motivos de seguridad”, Sherwan vive ahora alejado de la que ha sido su ciudad de adopción desde 2014.

A Flensburgo llegó después de tener salir que salir de Erbil, en el norte de Irak. En esa, su ciudad iraquí, estaba en peligro de muerte. Sus padres, que le ayudaron a abandonar el país, lo han considerado durante mucho tiempo una “vergüenza familiar”, especialmente después de que, ni siquiera con quince años, tuviera la idea de hacerse un perfil en Facebook en el que escribir sobre su convencimiento ateo.

Torturado por ateo

“De niño, yo era muy religioso. Rezaba con mi padre cinco veces al día. Lo hacía también en la mezquita”, cuenta Sherwan. “Pero un día, con 14 años, me encontré en Facebook cosas críticas sobre el Islam. Lo leí y pensé, '¡Qué!, ¡Qué están diciendo!'. Luego empecé a leer más argumentos críticos con la religión, la evolución y esas cosas”, abunda.

Sherwan tenía un perfil falso, como el resto de usuarios que visitaban esas páginas. Sin embargo, este chico de Erbil se dijo que había que cambiar las cosas. “Tenemos que contar nuestra historia, que estamos aquí y no creemos más”, pensaba entonces. Ahí fue cuando se hizo su perfil con sus datos personales y en el que daba abiertamente sus propias opiniones sobre dios y las religiones. Aquello llegó a oídos de su padre, que lo denunció.

Mi padre me denunció justo una semana después de mi 15º cumpleaños. Estuve 13 días en la cárcel, siendo torturado”, comenta. “Utilizaron electroshocks, me golpearon con cables, me escupían, me pasaron en la cárcel cosas horribles”, agrega. En prisión, sus guardias también lo forzaban a bailar como un mono. Lo hicieron “porque creo en las ideas de Darwin”, ha contado Sherwan en uno de los muchos artículos que ha firmado en la publicación semanal izquierdista Junge World. En ellos da cuenta de su vida en Alemania, pero su doloroso pasado en Erbil está muy presente.

Sobrevivió a un exorcismo

En esos textos, también ha contado como, cuando tenía once años, su madre le llevó a una mezquita de Kirkuk, a unos 100 kilómetros al sur de Erbil, con objeto de someterlo a un exorcismo. Su madre estaba convencida de que un demonio lo había poseído. Esa era su explicación a las carencias de atención y las debilidades físicas que Sherwan venía demostrando en la escuela y en su día a día. En realidad, el chico anda con dificultad por una malformación en las piernas. En Alemania, una psiquiatra le ha dicho que probablemente sufriera siendo niño un trastorno de déficit de atención e hiperactividad.

En Kirkuk, el tratamiento contra el demonio que le dieron fue tumbarlo y que un imán le presionara fuertemente el pecho con la rodilla. “No recuerdo cuánto grité de dolor debajo suya, en el suelo, hasta que finalmente se mostró satisfecho y dijo: 'ah, el demonio está fuera'”, se lee en otro de los artículos de Sherwan en Junge World. El exorcismo no sirvió de nada. “Mis problemas no se fueron. Mi paso por la escuela fue difícil, y ahí se rompió la confianza en mis padres”, abunda Sherwan.

Tres años después, este chico, que ahora es un joven ejemplo de defensa de valores como la libertad de pensamiento en Alemania al que llaman para participar en eventos y mesas redondas, descubría el ateísmo por Facebook. Aquello le acabó llevando, primero a la cárcel y, después, pasado por Turquía y la ruta de los Balcanes, hasta un centro de refugiados para menores no acompañados en Flensburgo. Allí vivió algunos días felices. Pero las amenazas y las represalias por ser un ateo activo sólo le abandonaron durante un corto periodo de tiempo.

Amenazas de muerte 

“Cuando vine, quería tener simplemente una vida normal. Pero un año después de llegar escribí un artículo sobre lo feliz que estaba por estar en un país donde existe libertad de religión, la igualdad y esas cosas”, sostiene Sherwan. “Tras escribirlo, recibí una amenaza de muerte. El autor era un hombre que estaba trabajando como voluntario en la acogida de refugiados. Me quejé y no me hicieron caso, porque la otra persona era un adulto y yo todavía no lo era. Después se me prohibió temporalmente estar allí”, abunda este joven.

Todavía recuerda con rabia el ver cómo la causa a favor del ateísmo que casi le trae la muerte en Irak también ponía su vida en peligro en Alemania. “Él me dijo en la cara: voy a cortarte la cabeza. Y todo lo que pase después me da igual”, rememora Sherwan.

Desde que tuviera aquellos problemas en el centro de acogida, una asociación se ha ocupado de dar cobijo a Sherwan. El caso de este joven, que también es gay y tiene novio, recuerda al de los homosexuales y transexuales que tienen que ser acogidos en centros especializados porque no pueden no ser tolerados entre compatriotas. Pese a vivir bajo serias amenazas, Sherwan no se deja influenciar. Tiene proyectos. Del que más habla es del libro en el que trabaja y cuenta toda sus duras vivencias. Ya tiene acordada la publicación con una editorial.

“Tengo mucho que contar, y no cabe ni en un blog ni en una entrevista. Mi historia no es la típica de los otros refugiados que vienen a Alemania. La mía está cargada de contenido político”, reconoce Sherwan. Y tanto, aunque la dureza de lo mucho que ha vivido este chaval tampoco le hace ser serio y reflexivo todo el tiempo. Alguno de sus textos lo ha terminado así: “Gracias a Alá, me he hecho ateo”.