Washington DC

Cuando hace algo más de un año Donald Trump peleaba por ganar la presidencia de los EEUU en los debates contra Hillary Clinton, el entonces aspirante republicano dejaba ya entrever que daba por perdida la batalla de los rebeldes sirios contra el gobierno de Bashar al-Assad, calificando a Alepo como un “desastre” que iba a caer en manos del régimen -como pasó pocos meses después- y culpando de todo a la administración Obama. El magnate iba más allá y se mostraba dispuesto a colaborar con Rusia -el principal soporte del dictador-, para acabar con el conflicto y derrotar definitivamente al autodenominado Estado Islámico.

Hace seis meses, sin embargo, ya como presidente tomó la decisión de bombardear una base aérea del gobierno sirio tras detectar un ataque con armas químicas contra su propio pueblo, devolviendo a Washington a la primera línea en el tablero geopolítico de Oriente Próximo. El mensaje a Damasco y a Moscú parecía claro: EEUU no iba a mirar hacia otro lado ante las barrabasadas del régimen como había ocurrido durante la etapa demócrata, cuando en 2013 Obama amagó con un intervención en represalia por un episodio parecido, para finalmente dar marcha atrás.

Aquel movimiento del pasado abril disparó los niveles de popularidad de Trump -acosado ya por las acusaciones de complicidad con Rusia durante la campaña- y llevó a los analistas internacionales a especular sobre una posible vuelta a una estrategia de mano dura en Siria. No en vano, podía suponer un importante giro en la política estadounidense, ya que a principios de año la CIA había dejado de suministrar armas a las tropas opositoras moderadas que luchaban contra Al-Assad. Sin embargo, aquel golpe sobre la mesa quedó en poco más que una advertencia.

Esta semana está quedando gráficamente claro que la Casa Blanca ha cedido su papel de árbitro internacional en la zona a Vladimir Putin, quien no sólo controla la batalla sobre el terreno físico, sino también sobre el político, conduciendo desde la turística ciudad rusa de Sochi la posguerra y el reparto de influencias en la futura Siria.

Con un abrazo. Así recibía allí este lunes el presidente ruso a Bashar al-Assad para debatir sobre el futuro del país, una vez que el conflicto armado entra en la fase final. La foto no pasó desapercibida para los medios estadounidenses, no sólo por la presencia del dictador, al que retratan como responsable de centenares de miles de muertes y de más de seis años de guerra, sino por la ausencia norteamericana.

El martes, el Kremlin realizó una ronda de llamadas oficiales para informar a los líderes internacionales sobre sus pasos y buscar una postura consensuada. Además de hablar con Arabia Saudí, Israel o Qatar, Putin contactó con Trump, con el que ya se había visto la pasada semana en Vietnam, durante la gira asiática del presidente americano. Allí realizaron una declaración conjunta sobre Siria y la lucha contra el terrorismo, sin entrar en profundidad en las negociaciones de la posguerra.

Este miércoles, la Cumbre de Sochi continúa con Putin reuniéndose con el presidente de Irán, Hassan Rouhani -que respalda al régimen sirio-, y con el líder turco, Recep Tayyip Erdogan -que apoya a la oposición-. En esta foto tampoco está Trump.

Más allá de conversar sobre la futura paz, lo que se está negociando en Sochi es el reparto del poder regional y el 'botín' de la explotación económica y petrolera de la Siria de posguerra. Al inicio del encuentro, el líder ruso ha pedido “concesiones y compromisos de todas las partes, incluido obviamente del gobierno sirio”. El Kremlin insiste en incluir a Al-Assad en la resolución del conflicto, complicando así un acuerdo internacional amplio con las potencias occidentales, que rechazan al presidente sirio. Moscú insiste en que el dictador está dispuesto a iniciar un “proceso político, una reforma constitucional y las elecciones presidenciales y parlamentarias”, tal y como comunicó el martes a Trump.

EEUU quiere frenar a Irán

Mientras que Trump ha dado por perdida la guerra desde antes de poner un pie en la Casa Blanca, insinuando incluso que Al-Assad podría ayudar a derrotar a ISIS, sí que ha mantenido serias diferencias con Rusia sobre la posguerra y el papel de Irán. Ahora que los opositores están casi derrotados y el Estado Islámico en retirada del territorio, es el momento de comprobar si está dispuesto a plantar cara al Kremlin.

La postura es clara. Washington no quiere que Teherán expanda su influencia ni ostente “ningún tipo de liderazgo” en la zona, tal y como manifestó el pasado septiembre en la ONU la embajadora de EEUU, Nikki Haley.

Josh Rogin, analista internacional de The Washington Post, advertía en un artículo titulado ‘EEUU debe prepararse para el próximo movimiento de Irán en Siria’ de que Teherán está listo para la extensión de su influencia por el país, una decisión cuyo éxito “dependerá en gran medida de si EEUU reconoce y luego contrarresta esa estrategia”. A su juicio, la Casa Blanca “necesita dejar claro que permanecerá sobre el terreno y en el aire para garantizar que el Estado Islámico no resurja y que Assad no retome todo el país, y para proporcionar seguridad para la reconstrucción”.

El experto, que reconoce que Trump heredó una situación complicada, insiste en no caer en los fallos del pasado. “La política de la administración anterior de dar un apoyo poco entusiasta a los rebeldes sirios y aplicar la diplomacia sin el respaldo de una influencia política condujo a la situación de hoy. Trump no debe repetir los errores de Barack Obama”.

Sin embargo, parece complicado que la Casa Blanca vuelva a una oposición de fuerza militar contra Damasco, teniendo en cuenta que desde que se produjo el ataque con armas químicas, ha habido pocas declaraciones pidiendo a Rusia que se desvinculen de Bashar al-Assad.

Aún queda una batalla en Ginebra

Pese a todo, Putin necesita contar con la aquiescencia de EEUU para cualquier proceso de paz en Siria, lo que todavía deja abierta una vía para que Trump consiga concesiones a cambio del apoyo estadounidense.

“Putin quiere ver si es posible algún tipo de acuerdo internacional que ponga fin a la guerra civil siria y que bendiga su victoria”, explica en la revista Político Ilan Goldenberg, ex asesor del Pentágono durante la etapa Obama para asuntos de Oriente Próximo. “La pregunta es si Trump es lo suficientemente inteligente como para hacer que Putin pague por eso o si se lo dará gratis”, concluye.

Mientras las conversaciones siguen en Sochi, la oposición siria busca en Riad consensuar una postura común que defender en la próxima conferencia de paz de Ginebra que se celebrará el 28 de noviembre, auspiciada por la ONU. Una nueva oportunidad de para que EEUU reivindique su papel internacional.