El lisboeta Francisco Salgado recuerda perfectamente el momento en el que se enteró que Portugal iba a ser intervenido. “Trabajaba en una tasca bastante cerca del Parlamento”, recuerda el camarero de 43 años. “Una mañana entró uno de los clientes regulares, un funcionario de la Asamblea de la República, y nos dice: ‘Se acabó la broma: me acaban de soplar que [el entonces primer ministro, José] Sócrates ha tirado la toalla. Viene la Troika’. Nos reímos, claro, porque eso se llevaba rumoreando desde hace tiempo, pero esa misma tarde aparecía el premier por la tele para confirmar la noticia”.

Corría la primavera de 2011 cuando Portugal se vio arrinconada al borde de la bancarrota. Se había disparado el interés sobre la deuda pública al 8,55% –los mismos niveles que Grecia tenía cuando pidió oficialmente ser rescatada– y la presión de los mercados ya era insoportable. Tras meses negando que exploraba solicitar a ayuda de la UE, el Gobierno luso tiró la toalla.

“Cuando compareció para anunciar que solicitaba el rescate sentí vergüenza”, declara Salgado. “Durante un año Sócrates nos había dicho que no necesitábamos ningún rescate, que nosotros nos las arreglaríamos. Y, de pronto, ahí aparece un día y nos dice que estábamos arruinados, y ahora tocaba a otros decidir nuestro futuro”.

Días después, representantes de la Troika –compuesta por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional– desembarcaban en Lisboa y comenzaban las negociaciones con el Estado luso. El 16 de mayo de 2011, los ministros de Finanzas del Eurogrupo aprobaban el plan pactado por las partes. A cambio de un rescate financiero de 78.000 millones de euros, Portugal se sometía a un duro plan de ajuste que incluía la congelación de los salarios de los funcionarios y de las pensiones, un recorte del gasto sanitario superior a 900 millones, y la reducción en las prestaciones por desempleo.

Comenzaba el lustro de la austeridad en Portugal, durante el cual el país sufrió algunos de los peores momentos de su historia más reciente. En los tres años inmediatos a su intervención, el PIB luso se contrajo más de seis puntos, y las tasas de crecimiento del país durante los últimos dos ejercicios han estado por debajo de la media europea. La tasa de desempleo llegó a rozar el 18% –un escándalo para un país donde el paro históricamente ha rondado el 5%–, y más de 300.000 portugueses abandonaron el país en busca de mejores condiciones laborales en otras partes de la Unión Europea, o en las antiguas colonias de Angola, Cabo Verde, Mozambique e incluso Brasil. Miles de pequeñas y medianas empresas cerraron sus puertas, entre ellas, la tasca donde trabajaba Salgado.

“Cortaron los salarios y las pensiones, y la gente lo empezó a pasar muy mal, a tener miedo, a evitar gastar dinero”, relata el lisboeta. “El negocio cerró a finales de 2011. Tuve que dejar el piso que alquilaba con mi mujer y mis hijas, y nos fuimos a vivir con sus padres. Estábamos un poco apretados ahí todos, pero era eso o emigrar. Ahora pienso que quizá hubiese sido mejor irme: la situación aquí siguió tan mal que, por mucho que buscara, no volví a conseguir un trabajo hasta el año pasado”.

Pérdida de capital humano

Nuno Garoupa, director de la Fundación Manuel dos Santos, entidad que se dedica a la divulgación y debate sobre la realidad lusa, explica que los últimos cinco años han sido años de duros cambios para el país, “algunos pasajeros, y otros permanentes”.

“Los pasajeros fueron los más evidentes: los cortes en los salarios, las pensiones, la reducción de rendimientos disponibles”. Casi todas estas medidas de dura austeridad han sido eliminadas desde principios de año por el nuevo Ejecutivo del socialista António Costa que, tras un lustro de recortes bajo el conservador Pedro Passos Coelho, ha prometido poner fin a la austeridad. “En estos momentos, lo único que queda inalterado desde 2011 son los elevados impuestos y el IVA del 23%, que evidentemente sigue teniendo su impacto sobre el rendimiento disponible y limita las capacidades de consumo”.

“Los efectos permanentes se miden en términos de ausencias. Los 300.000 portugueses que emigraron, en su enorme mayoría jóvenes muy cualificados, probablemente nunca volverán. Y es probable que, de las personas que perdieron su trabajo entre 2011 y 2013, los que ya tienen entre 40 y 50 años nunca conseguirán reincorporarse al mundo laboral como tal”.

José Neto es uno de los emigrados. El arquitecto de 29 años, originario de Faro, vive en Luanda, Angola, desde 2012. “Mi padre nació aquí cuando esto todavía era colonia portuguesa y se volvió en 2009 para colaborar en unos proyectos de construcción. Cuando cerró el estudio donde trabajaba en Lisboa, me animó a venirme, y desde entonces estoy aquí, diseñando casas”.

“No me arrepiento de haber venido –tengo amigos que se quedaron y han estado malviviendo estos últimos años–, pero reconozco que yo no me fui de Portugal. A mí me echaron. En vez de buscar alternativas para los jóvenes, Passos Coelho dijo que debíamos ‘salir de nuestra zona de confort e irnos más allá de nuestras propias fronteras’. Ahora se quejan que el país está lleno de viejos, que han perdido a los más preparados… Los perdieron porque quisieron perderlos. No es que la situación esté mucho mejor aquí, pero no tengo interés en volver a un país que maltrata a su capital humano de tal manera”.

Reinvención obligatoria

Para muchos de los afectados por la crisis, la decisión de permanecer en Portugal este último lustro implicó reinventarse para sobrevivir. Rita Oliveira llevaba 15 años como jefa de secretaría en una editorial de la capital lusa cuando se anunció el rescate en mayo de 2011.

“Fue como ver un accidente de coches en cámara lenta”, relata Oliveira, que tiene 48 años. “El negocio ya iba regular, pero con los nuevos impuestos y el cierre de tantas empresas, nuestra propia clausura era una cuestión de tiempo. Había una tensión insoportable en la oficina, la gente se echaba a llorar y varias compañeras empezaron a tomar antidepresivos para lidiar con todo aquello”.

Cansada de asistir al lento hundimiento de la empresa, Oliveira decidió que prefería buscarse su vida y tener más tiempo para estar con su hija de 10 años. Renunció a su puesto y se hizo autónoma, haciendo uso de su especialización en filología portuguesa para dedicarse a dar clases de lengua a extranjeros. “Paso el día en la calle porque celebro las clases con mis alumnos en cafés y parques, y yo decido mi propio horario, por lo que ahora siempre puedo recoger a mi hija cuando sale del colegio. No tengo un salario fijo, claro, pero como han bajado tanto los salarios estos últimos años, especialmente para gente de mi edad, prefiero ganar menos pero tener mayor libertad”.

Para Oliveira, la crisis ha supuesto un cambio filosófico a favor del minimalismo. “La crisis ha sido dura, pero también me ha permitido vivir de una manera menos complicada. Antes de que comenzó, mi hija iba a una escuela privada, y ahora la tenemos en la pública, al lado de casa, y francamente creo que es mucho mejor que la otra. Este nuevo chip también ayuda con vistas al futuro”.

“Mi esposo trabaja en Novo Banco [una de las entidades portuguesas intervenidas recientemente] y todo indica que va a haber despidos próximamente. Estamos tranquilos. Hace submarinismo y siempre quiso dedicarse a aquello en su isla natal de Madeira. Si pierde el trabajo nos enfrentaremos a esa aventura”.

Como Oliveira, Frederica Lourenço, arquitecta de 40 años, también se ha reinventado con cierto éxito dentro del marco de la crisis. “En mi estudio nos seguían recortando el salario a la vez que aumentaban las horas de trabajo, hasta que finalmente nos anunciaron que cerrábamos en 2013. Cogí mis ahorros para alquilar un piso en el centro de Lisboa, lo reformé, y empecé a subarrendarlo para turistas a través de Airbnb”.

Hoy en día Lourenço gestiona a seis propiedades repartidos por el centro histórico de la capital. “Fui a una de las mejores escuelas de arquitectura del país y tengo un máster. ¿Me imaginaba pasando el día comprando muebles vintage para decorar los pisos, intercambiando mails con turistas franceses y preparando itinerarios detallados para que se entretengan por Lisboa? No, pero vivo con infinitamente menos estrés que hace tres años, y con bastante más dinero en la cuenta bancaria”.

Un shock colectivo

Para muchos portugueses la crisis y los años de la austeridad no tuvieron un impacto directo más allá de la subida del IVA, pero sí una considerable repercusión psicológica.

“Está claro que el impacto de esta crisis ha sido desigual”, explica el economista João Duque, profesor catedrático y presidente del Instituto Superior de Economía y Gestión. “Cayó el PIB en un 7%, pero esa caída no fue uniforme. Algunas personas se quedaron sin casa y trabajo, otros simplemente tuvieron que hacer pequeños recortes. Quién se quedó sin trabajo, y con deudas, tuvo problemas graves. Quién tenía una pensión grave tuvo un problema brutal, y hubo gente que no pudo pagar sus medicamentos y murió”.

Duque señala que, aunque el impacto social ha sido amplio, no ha generado las manifestaciones públicas de desencanto que fueron tan visibles en otros países del sur de Europa. “Sabemos que manifestarnos no cambia nada. Los españoles también sois muy de aquello, pero pese a ser vecinos, nosotros somos un pueblo mucho más reacio a los jaleos. Se ve en las corridas de toros: en España se mata al toro en la plaza, en Portugal se hace escondido, fuera de la vista de los espectadores”.

“Una de las cosas que se ha internalizado ha sido el impacto psicológico de los acontecimientos de los últimos cinco años. Ya nadie tiene confianza en las instituciones, el Estado, la Banca. La idea que teníamos el dinero, que llegaría la pensión, los salarios… Esa idea desapareció. Antes de la crisis, aquí no fallaban los bancos, eso nunca había pasado aquí. Era impensable que el Estado se quedara sin dinero para pagar los salarios”.

Antonio Almeida, analista financiero de 35 años, reconoce que aunque la crisis no le impactó directamente, ha dejado su huella. “Para mucha gente aquella comparecencia en la que Sócrates anunció que íbamos a pedir el rescate fue algo así como la famosa conferencia de prensa en la que un aquel ministro de la RDA inesperadamente anunció la apertura del Muro de Berlín, pillando a todos por sorpresa. En el banco donde trabajo se veía venir el rescate desde al menos 2010”.

Pese a anticipar sus efectos, Almeida dice que los últimos cinco años implicaron “una especie de shock colectivo. Gano un salario decente y estoy soltero, no tengo grandes obligaciones, pero ahora tengo muchísimo más cuidado con mi dinero. Mantengo un presupuesto personal inalterable y sólo compré mi piso una vez pude pagarlo casi todo en efectivo. No quiero deudas”.

Recuperación tímida

Media década más tarde, Portugal está en una situación económica infinitamente mejor que hace un lustro. Los recortes impuestos por el Ejecutivo conservador de Passos Coelho fueron detestados por la mayoría de los portugueses, pero la austeridad agresiva del Gobierno permitió que Lisboa cumpliese con los requisitos de la Troika y saliera del programa de rescate con éxito y antes de lo previsto en 2014.

El desempleo ha bajado al 12,4%, y el déficit público de 2015 fue del 4,4%, con previsiones para el 2016 situándolo por debajo del 3%, conforme con las exigencias de Bruselas. El país también registra una mejora sustancial en el déficit comercial, cuyo saldo positivo es de más de 3.000 millones de euros gracias a las ventas al exterior y el boom del turismo en ciudades como Lisboa y Oporto.

“Cinco años más tarde, los portugueses no viven ni con optimismo, ni con pesimismo”, dice Garoupa, de la Fundación Manuel dos Santos. “Viven simplemente con una gran expectativa acerca de lo que podría acontecer. Todos sabemos que nunca volveremos a vivir tan bien como vivíamos antes, y que el país vive una especie de estancamiento indefinido”.

“Claro, esta crisis es sólo una parte de una mucha más amplia, pues Portugal vive una desaceleración desde el año 2000. Quizá por eso reaccionamos relativamente bien ante la crisis. Es España creo que fue mucho más traumático, porque os iba bien, pero aquí ya había la perspectiva de un país empobrecido”.

¿Fue necesario vivir la crisis y el periodo de austeridad? 

Según el economista Duque, “Portugal no podía vivir como estaba. Pero podía haber sido diferente. Había espacio para que Europa ayudara para que no fuera tan brutal. La cuestión es que si los Alemanes hubiesen estado dispuestos para pagar más impuestos para que nosotros sufriéramos menos. Entiendo que la señora Merkel tenga que responder ante sus votantes”.

Duque afirma que, aunque hay una mejora en la economía, esta ha llegado con una cesión total de protagonismo nacional. “La economía lusa haya pasado a ser mucho más abierta hacia el resto del mundo, los extranjeros no están invirtiendo en crear nuevas empresas, sino comprando entidades lusas que ya existen”.

“Se han vendido muchas empresas nacionales, y otras mismas han sido adquiridas y destripadas por extranjeros. La falta de capital nacional hace que nuestros gobernantes tomen decisiones en la medida que sean las que quieren los inversores y accionistas extranjeros. No tenemos protagonismo en nuestra propia economía, y el país se han convertido en un campo de batalla de extranjeros, como fue evidente en la lucha entre los españoles de CaixaBank y la familia angolana de Isabel dos Santos para hacerse con el control del Banco Portugués de Inversiones (BPI)”.

“La situación es un poco como aquel final de la Champions entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid, que se jugó en Lisboa en el 2014”, ríe Duque. “La bola es nuestra, el campo es nuestro, pero vosotros sois los que están divirtiéndose y los que se llevan la copa al final de juego, mientras nosotros observamos desde la grada sin poder hacer nada”.

Duque también señala que aunque las cosas han mejorado un poco, Portugal está inmersa en una crisis perpetua. “Somos un país sin consumo interno y sin atractivos para generar inversiones extranjeras. A no ser que se encuentre una forma de rentabilizar el mar, sólo es cuestión de tiempo hasta que se produzca otra crisis”.

“En este país sin jóvenes, cada vez más envejecido, sólo hay un sector en el que vale la pena invertir dinero, y los americanos ya han logrado monopolizarlo: el de las funerarias. Han analizado el sector, han comprado las empresas locales e incluso han logrado convencer al Gobierno para que apruebe una ley que limite el número de funerarias nuevas. Se van a forrar”.

Noticias relacionadas