El general chileno Sergio Arellano Stark, uno de los edecanes del dictador Augusto Pinochet (1973-1990) y comandante de la tétrica "caravana de la muerte", ha muerto este miércoles a los 94 años en Santiago de Chile.

Apenas bombardeado el palacio de La Moneda y asesinado el presidente constitucional Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, el tirano convocó a su subordinado y le encomendó una operación secreta.

Unos días después, el 30 de septiembre, el general partió en un helicóptero Puma del ejercito de tierra desde el aeropuerto de Tobalaba encabezando una patrulla de 12 oficiales -mayores, capitanes y tenientes- armados con fusiles y ametralladoras.

La misión impartida era dar una lección ejemplificadora a los comandantes de cuarteles en provincias sobre cómo debían tratar a los prisioneros políticos, dirigentes y militantes de la derrocada coalición de izquierdas Unidad Popular.

El primer vuelo incluyó escalas en las guarniciones de las ciudades de Rancagua, Curicó, Talca, Linares, Concepción, Temuco, Valdivia, Puerto Montt y Cauquenes, en el norte y sur de Chile. Y la segunda etapa de la operación abarcó las bases militares de las ciudades de La Serena, Copiapó, Antofagasta, Calama, Iquique, Pisagua y Arica, al norte del país.

En sólo dos semanas, el emisario plenipotenciario de Pinochet y sus colegas asesinaron al menos a 75 prisioneros políticos de forma sumarísima. Y en muchos casos los enterraron en el desierto de Atacama para que los cadáveres desaparecieran.

Pero la naturaleza les jugaría una mala pasada: la sequedad de la arena y el salitre era tal que conservaron los cadáveres intactos durante décadas, hasta que en los años noventa, ya recuperada la democracia, los deudos y testigos se animaron a buscar en el desierto y, en muchos casos, los exhumaron.

Aquellos cuerpos demostraron cabalmente la salvajada que había perpetrado aquella patrulla bautizada entonces como "la caravana de la muerte". Antes de fusilarlos, a algunos les habían arrancado los ojos, capado los genitales, quebrado la mandíbula, amputados orejas y extremidades.

La aparición de los cuerpos sirvió de evidencia del crimen para imputar Arellano y sus camaradas. En 2006 el juez Víctor Montiglio condenó al exjefe castrense a seis años de prisión. Pero su defensa consiguió que nunca ingresara a la cárcel porque padecía Alzheimer. El Supremo de Chile, finalmente, lo sobreseyó por razones de salud.

Sin embargo el cabecilla de la "caravana de la muerte" nunca jamás reconoció sus crímenes, alegó siempre inocencia y culpó a sus subalternos de haber actuado a sus espaldas. En julio de 2006, el juez Montiglio también procesó a Pinochet por aquellos crímenes pero también terminó sobreseído. El dictador en 2006 y ahora su verdugo murieron impunes.

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