Cuando llega a la playa, el primer cadáver que ve es el de un bebé. “Debe de tener nueve o diez meses, está muy abrigado y lleva un gorro. Un chupete naranja cuelga de su ropa”, describe Ozan Köse, fotógrafo de France Presse desde Turquía, en un blog de la agencia de noticias. Desde allí informa con su cámara sobre la tragedia de los refugiados que buscan una vida mejor en Europa.

Junto al bebé, cuenta, hay otro pequeño. Éste de unos ocho o nueve años. También una mujer adulta. “Quizá su madre”, piensa.

Reconoce que en un primer momento no sabe qué hacer. “Tomo algunas fotos. Recorro la playa, veo el cuerpo de otro niño sobre un peñasco. Más adelante tendré pesadillas, seré incapaz de hablar durante horas, pero en ese instante no siento nada en particular”, cuenta. “Hay tantos cadáveres... No consigo contarlos”.

“Nadie se ocupa del bebé muerto. Así que vuelvo junto a él y durante a lo mejor una hora me quedo a su lado, en silencio”. Köse tiene dos hijos: una niña de ocho años y un niño de apenas cinco meses. Se pregunta qué haría si ese bebé que yace a su lado fuera suyo. “Me pregunto que le está pasando a la humanidad”.

El día anterior este fotógrafo había ido al bosque, donde se encontró a decenas de migrantes y solicitantes de asilo que esperaban a que partiera la embarcación por la que habían pagado “una fortuna” para cruzar el mar Egeo hasta Grecia. “'Entonces, ¿cuándo me subo al barco?'”, preguntaban incesantemente a sus padres”, recuerda.

1.200 euros por persona y por ir hacinados en un barco que no soportó el peso es lo que pagaron las personas que naufragaron, según le cuentan a Köse los supervivientes. Son de Siria, Irak, Afganistán, pero también de lugares más lejanos como Birmania (actual Myanmar) y Bangladesh.

“En el curso de mi carrera de fotoperiodista he cubierto crisis, disturbios, atentados. Ya he visto muertos. Pero esto es peor que todo [eso]”, asegura. “Mirando este pequeño cuerpo me pregunto por qué todo esto. Al final un policía llega, toma al pequeño y lo deposita en una bolsa de plástico. Él también llora”.

Ni siquiera es el final de su odisea, pues dar un final digno a los refugiados y migrantes que no sobreviven a la travesía a Europa es una de las asignaturas pendientes que denuncian diversas organizaciones humanitarias, como narró EL ESPAÑOL. La falta de coordinación entre los países impide llevar una base de datos en la que intercambien información para que al menos sus seres queridos tengan opción de encontrar a sus muertos, poder llorarlos y proporcionarles el último adiós como deseen.

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