“Me alimento sobre todo de agua con hojas, [pero] el invierno está aquí y los árboles ya no tienen hojas, así que no estoy seguro de cómo sobreviviremos”. Son palabras de Louay, habitante de Madaya, la ciudad cercana a Damasco sitiada desde el pasado julio por las fuerzas del Gobierno sirio, de la que no se puede entrar ni salir. Los 42.000 habitantes de su ciudad están “en riesgo de inanición”, según Naciones Unidas, que asegura haber recibido “informaciones creíbles de personas que mueren de hambre o a quienes matan cuando tratan de huir”.

Este lunes un convoy de ayuda humanitaria de la ONU y la Media Luna Siria ha podido entrar en sus calles tras tres meses de bloqueo. Lo mismo ha sucedido en Kefraya y Fua, en la provincia de Idlib, al norte del país.

Pero ni Madaya es la única ciudad que sufre un estado de sitio que la convierte en una “cárcel al aire libre” como denunciaba la semana pasada Amnistía Internacional, ni el Gobierno sirio es el único que en las últimas semanas ha impedido o dificultado la entrada de alimentos hasta el punto de dejar que los civiles mueran de inanición.

Médicos Sin Fronteras denunció el pasado jueves la muerte de al menos 23 personas por este motivo desde el 1 de diciembre y otras ONG como Human Rights Watch o Amnistía Internacional también han recogido información al respecto. El domingo, día en el que se frustró la acordada entrada de los camiones con suministros, fallecieron otras cinco personas.

“Esqueletos andantes”. Eso es lo que se ve en Madaya, según Mohamed, cuyo testimonio ha sido recogido por las organizaciones humanitarias en los últimos días en Siria. “Cada día me despierto y empiezo a buscar comida. He perdido mucho peso, parezco un esqueleto cubierto sólo por piel. Cada día siento que voy a desfallecer y que no volveré a despertar.” Casado y con tres hijos, asegura que su familia come una vez cada dos días para asegurarse de que lo que compran no se gasta. Otros días toman agua y sal y “a veces” hojas de los árboles.

Un hombre demacrado supuestamente en Madaya en una foto sin datar. Redes sociales Reuters

Um Ayman es madre de cuatro hijos. También ella se ha visto obligada a alimentarlos con hojas. Las hierve y les añade grasa y sal. “Mis hijos se despiertan en medio de la noche llorando porque tienen hambre. Pero qué puedo hacer. No tengo comida que darles”, asegura.

La situación es tal, que algunos médicos han pasado a alimentar a niños con desnutrición aguda a base de jarabes, como “la única fuente de azúcar y energía, acelerando así el consumo de los escasos suministros médicos restantes”, ha advertido Brice de le Vingne, director de operaciones de MSF. “Madaya es en la práctica una cárcel al aire libre”, alertó hace unos días.

Aún se pueden comprar alimentos, pero con gran dificultad y a unos precios desorbitados. Un kilo de arroz o azúcar cuesta alrededor de 100.000 libras sirias, el equivalente a 450 dólares estadounidenses. “¿Quién puede permitirse eso?”, se pregunta Um Sultan, también residente en Madaya.

“Algunos de nosotros han tenido que matar gatos y perros para comer. Otros sólo tienen sal y agua para subsistir”, ha contado Abu Ammar.

El hambre en Siria es la nueva arma de guerra con la que luchan distintos bandos. Si en Madaya es el Gobierno de Bashar al Asad quien ahora tiene el control, en la provincia de Idlib, donde se encuentran las otras dos ciudades sitiadas que este lunes han recibido ayuda humanitaria (Kefraya y Fua) tras las denuncias de las ONG, es Jaysh al Fatah quien tiene el control, una coalición de grupos armados de la que formó parte Al Nusra, aunque según informó el portal especializado Middle East Eye a finales de octubre el grupo terrorista se desmarcó de la alianza.

El suministro de agua y electricidad se suma al de los alimentos. “Algunas personas viven de la comida que conservaron para situaciones de emergencia o de productos que se pueden preparar sin agua y a veces de los suministros que tira desde el aire el Gobierno sirio”, afirma Mazen, que vive en Fua. “Hace tres meses, Jaysh al Fateh ejecutó a dos hombres porque los pillaron pasando comida de contrabando a los pueblos. Sus mezquitas en los pueblos cercanos anunciaron su ejecución y advirtieron de que cualquiera que intentara pasar incluso un solo pan, correría la misma suerte”.

Los rebeldes revisan los camiones de ayuda humanitaria para Fua y Kefraya. Ammar Abdullah Reuters

El 18 de diciembre el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó la resolución 2.254 sobre una hoja de ruta para la pacificación en Siria que entre otros asuntos reclamaba a todas las partes “permitir ayuda humanitaria inmediata para acceder a la gente con necesidades, particularmente en las áreas sitiadas y las de difícil acceso”.

El director de Amnistía Internacional para Oriente Medio y el norte de África, Philip Luther, ya ha advertido de que “estos desgarradores relatos de hambre representan meramente la punta del iceberg. Los sirios están sufriendo y muriendo por todo el país, porque la inanición se está empleando como arma de guerra tanto por el Gobierno sirio como por los grupos armados”.

Cuatro millones y medio de personas en Siria viven en áreas de difícil acceso, incluidas 400.000 personas en 15 lugares sitiados, según estima Naciones Unidas. MSF y residentes de las zonas sitiadas que este lunes han recibido ayuda humanitaria ya han advertido de que con ayuda puntual no se va a resolver el problema de una hambruna acuciante que se extiende por todo el país.

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