Cruza la plaza parisina de Vosges y abre la puerta del café Victor Hugo. No es habitual cruzarse con un musulmán en el barrio judío de París.

Y sin embargo Maxence Buttey no es un musulmán cualquiera. A sus 23 años tiene una breve carrera política a sus espaldas. En marzo de 2014 fue elegido para representar al Frente Nacional en Noisy-le-Grande, una ciudad de unos 60.000 habitantes a las afueras de la capital. Unos meses después, anunció su conversión al islam y se vio obligado a abandonar el partido, acusado de proselitismo por la dirección.

Buttey cuenta su historia sin tapujos y con dicción acelerada, como quien quiere llegar pronto al final. Su aspecto es fiel a su edad. Lleva unos vaqueros, una chaqueta marrón y una mochila al hombro. Le gusta el cine francés y escucha cualquier tipo de música excepto el rap.

Sin ánimo de ofender y con gesto ingenuo, dice que no se fía de los periodistas. “¿Ha leído el perfil que han hecho de mí en Rue89? La chica que me entrevistó ha pescado las frases que le convenían para decir de mí lo que todos quieren oír”.

Lo que todos quieren oír es quizá una radiografía de la atmósfera que se vive en Francia desde la cadena de atentados que sufrió París en enero de 2014. Un mes después de aquellos ataques, el 65% de los encuestados por la firma Sofres se mostraban a favor de dar más poder a la policía y el 52% consideraba que había demasiados inmigrantes en suelo francés.

Había dos datos especialmente relevantes en la encuesta. El primero, que el 73% de los encuestados afirmaba que no se defienden lo suficiente los valores “tradicionales”. El segundo, que tres de cada 10 se planteaban votar al FN en las elecciones presidenciales de 2017.

A Buttey el partido empezó a seducirle en el verano de 2012, justo después del triunfo del socialista François Hollande. Unos meses después de inscribirse, creó una lista electoral para representar en su ayuntamiento a la formación.

En marzo de 2014, ya era concejal del Frente Nacional. Lo atrajeron al partido de extrema derecha los mismos motivos que atraen a parte del electorado del partido conservador que hoy preside Nicolas Sarkozy.

“Me convencieron su firmeza contra la inmigración y su discurso sobre la falta de seguridad”, afirma mientras levanta con el dedo índice el puente de sus gafas. Después alcanza la cucharilla y caza toda la nata del café bombón que ha pedido en un gesto sorprendentemente infantil.

Buttey en París. ALEXANDRA GIL

El punto débil del FN

Los militantes del Frente Nacional no suelen maquillar las palabras. Pero esa valentía sólo se muestra en petit comité.

“Aunque llegue a avanzar, el Frente Nacional se estancará", dice Buttey. "A nivel local le va a costar mucho organizar una estructura porque sus militantes no se atreven a asumir sus ideas en público”.

Sí existe, desde los atentados de Charlie Hebdo, un ligero cambio de actitud a la hora de defender la política contra la inmigración.

Pero una cosa es quejarse de la inmigración en grupos reducidos y otra “lanzarse a la calle a distribuir folletos del FN”, dice Buttey.

El joven habla con conocimiento de causa: los transeúntes le llamaban fascista cuando repartía panfletos unos años atrás. Aun así dice que la política local es “la más humana” y que es decisiva para la victoria de un partido en cualquier elección.

Una doble traición

Sus padres, católicos y militantes del Frente Nacional, no comprendieron el interés de su hijo por el islam. Al hablar de ellos, Buttey cambia el gesto. Abordar la decepción de sus progenitores le entristece. Su hermano mayor y su hermana pequeña “fueron algo más transigentes”.

“Para ellos es una doble traición: a la religión y al partido. Pertenecen a una formación que lucha contra la inmigración”.

Le recuerdo que él no es inmigrante sino francés. “Pero creo en el mismo Dios en el que creen los inmigrantes”, responde. “A los ojos de los militantes del FN, me he pasado al otro bando. Al convertirme, doy la espalda a los valores católicos que defienden. Es como si quisiera cambiar de vida y no sólo de religión. Marine Le Pen vende el Frente Nacional como una formación abierta. Pero quien se inscribe en el partido no piensa así. Se creen que nos invaden y que hay que echar a todos los inmigrantes”.

Su conversión no llegó a oídos de los altos cargos del FN hasta octubre del año pasado. Pero se produjo tres meses antes, el 25 de julio de 2014.

“El asunto me apasionaba desde hacía un año”, dice Buttey, que conoció a dos jóvenes al terminar el instituto durante un curso de contabilidad. Uno era judío y el otro, musulmán. Éste último tenía una visión “muy científica, muy interesante” del islam.

“Aquello despertó mi interés”, recuerda y dice que llevaba marcada desde hacía años una frase pronunciada por un antiguo compañero de clase: “El islam es como una actualización de un programa informático. Es la última versión. Acepta todas las anteriores”.

Maxence me explica que una persona contribuyó especialmente a su apego por el estudio de esta religión: Frédéric, el padre de uno de sus amigos.

Al ponerme en contacto con él, me explica que prefiere guardar el anonimato pues sigue desempeñando funciones dentro de la comuna. Subraya que Maxence es “un poco joven” y matiza que “tiene la audacia de la juventud, algo interesante, pues cuando somos demasiado razonables dejamos de hacer cosas importantes para forjar nuestro camino”.

Le explico que Buttey habla de él como uno de sus mentores: “Siempre he considerado que no hay una única verdad, me intereso por escuchar al otro, soy abierto. Yo soy cristiano pero mi mujer es musulmana. Maxence y yo hablábamos de la religión desde este punto de vista conciliador”.

Frédéric no fue la figura relevante en la conversión de Buttey. Su pareja de entonces era cristiana y le animó a estudiar Teología de manera autodidacta. “Hasta me regaló un libro sobre la historia de las religiones”, confiesa. “Ella creía que así terminaría de convencerme el cristianismo porque sabía que era escéptico. No quería ser cristiano sólo porque mis padres lo fueran. Era algo demasiado simplista”.

Durante los meses que precedieron a su conversión, la relación con aquella pareja fue enfriándose: “Ella veía venir mi conversión. Recuerdo que tomaba como una provocación que sacara el Corán de la mochila. Dos días después de convertirme, me dejó”.

El joven musulmán. ALEXANDRA GIL

Así fue su conversión

“No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”. Con esta frase, el joven Buttey se convertía en presencia del imán de su mezquita, en Noisy-le-Grand.

“En un primer momento solo fui a la mezquita para preguntarles cómo podría aprender el árabe literario", explica. "Yo quería leerme el Corán en árabe literario antes de convertirme. Me dijeron que eso tomaría demasiado tiempo”.

Me cuenta que charló con él un rato sobre lo que sabía del islam y sobre sus prácticas cotidianas. “En ese momento ya iba dos o tres veces al día a rezar a la mezquita. Los fines de semana iba cinco”, aclara. “El imán me dijo que ya era un musulmán como tal y que podía convertirme. Así que al día siguiente volví y lo hice. Recuerdo que fue durante el Ramadán y que no se lo dije a mis padres”.

Los primeros problemas en el partido llegaron cuando Buttey dejó de comer cerdo y de beber alcohol en comidas y cenas. El joven recuerda que los comentarios de sus compañeros de partido sonaban a broma en un principio.  “¿Qué pasa? ¿Ahora eres musulmán? No nos traiciones”, le decían.

Los milagros del Corán

No fue necesario escuchar que defendía su fe en Alá para sentenciar su incompatibilidad con los ideales del partido. Bastó con un rumor sobre su presencia en la mezquita del barrio en el que fue representante del FN.

Ocurrió unas semanas antes de la comisión de conflictos en la que lo suspendieron de militancia del partido. Buttey explica que los del Partido Comunista quisieron provocar a los ultraz de la lista del FN. “No habléis muy alto”, les dijeron. “Tenéis a musulmanes en vuestras filas”. Didier Labaune, entonces miembro de la oficina peovincial del FN llamó al joven Buttey y le preguntó si eran ciertos los rumores sobre su conversión.

“No veía nada malo en asumirlo”, explica. “Recuerdo que durante esa llamada Labaune me dijo que no le importaba, que prefería tener a creyentes en el partido, que era mejor que tener ateos. Pero al día siguiente le envió un correo electrónico diciendo que era intolerable que fuese musulmán, que no era compatible con los ideales del FN”.

En aquel correo estaban en copia varios contactos de prensa: Le Parisien, Radio France, Le Nouvel Observateur... Entrevistado días después por Metronews, Didier Labaune defendía así su postura: “Es una persona sobre la que es fácil influir. ¿Quién puede asegurarme que no va a convertirse en un terrorista?”.

Fue entonces cuando Buttey se decidió a hacer frente a la situación y envió un correo electrónico a sus compañeros de militancia. Explicaba que había sentido “un cierto odio hacia el Islam” desde que corrió la voz sobre su conversión y que eso podría deberse “a la tendencia de los medios a vincular islam y terrorismo”.

Unas líneas más abajo, puntualizaba que el islam era la primera religión de su ciudad y recordaba que “médicos, ingenieros o astrónomos” se habían convertido también.

El final del correo incluía un vídeo y explicaba por qué: “Puesto que tenéis la costumbre de recibir las caricaturas más estúpidas del islam, aquí os envío un vídeo que espero os ayude a comprender esta religión”. Junto a esta frase, el enlace al vídeo titulado Los milagros del Corán.

A lo largo del metraje, una voz extrae frases del libro sagrado del islam relacionándolas con descubrimientos científicos y sentenciando: “La ciencia confirma todos los versos del Corán uno por uno”.

El correo propició la suspensión temporal de Buttey e hizo que su teléfono sonara sin parar.

Marine Le Pen. PASCAL ROSSIGNOL / REUTERS

"Marine me defendió"

Los medios franceses querían saber más sobre aquel cargo del Frente Nacional que había puesto a prueba la tolerancia del partido en un asunto tan sensible.

“No contestes a ninguna solicitud de la prensa”, dice uno de los correos electrónico que le envió Nicolas Bay, secretario general del Frente Nacional. “Anula tu entrevista de esta tarde [con Le Parisien]”.

Le pregunto si ha recibido insultos o amenazas por parte de militantes y miembros del partido. “Por supuesto”. El joven accede a facilitar algunas de las pruebas del acoso del que fue víctima. Enseña el dossier que se vio obligado a presentar ante la comisión de conflictos del Frente Nacional un mes después de su suspensión. Allí estaba Marine Le Pen.

Buttey saca de su mochila un archivador repleto de correspondencia, fotografías y correos impresos. “Aquí está todo”. Abre una de las cartas que recibió en su propio domicilio y despliega un papel. Es una fotografía de un yihadista que sostiene en su mano la cabeza decapitada de un occidental. En bolígrafo rojo y mayúsculas, se lee: “ON NE VEUT PAS DE ÇA CHEZ NOUS” (No queremos esto en nuestro país).

De otra de las cartas saca un recorte de periódico. Se le ve sonriente y con gesto inocente. Junto al titular Un miembro del Frente Nacional se convierte al Islam hay una nueva pintada esta vez sobre su rostro. “Cabrón lamentable”, se puede leer.

Un correo electrónico de dos líneas dice: “Como mujer, me considero islamófoba. También en vistas de la actitud que en el mundo y en Francia ha tomado esta secta”. La autora, Elisabeth Courtial, sigue desempeñando responsabilidades en el Frente Nacional y representó a la formación en las elecciones locales que se celebraron en marzo de 2015 como cabeza de lista de la comuna de Montreuil-2.

“En el Frente Nacional falta rapidez a la hora de reaccionar. Es necesario que la prensa recoja declaraciones antisemitas o islamófobas para que esas personas dejen de ejercer cargos”, dice Buttey, que recuerda el caso de Adrien Desport, segundo del FN en Seine-et-Marne (París) y condenado a tres años de prisión después de incendiar 13 coches en abril para denunciar “la inseguridad” de su comuna. “Tuvo que salir en la televisión para que le echaran del partido”, sentencia Buttey.

Ni la respuesta ni el vídeo sobre los milagros del Islam convencieron a los militantes y se celebró una reunión extraordinaria el 17 de octubre del año pasado. De esa reunión el concejal salió con una sensación agridulce. “Marine me defendió”, dice citando el nombre de pila de la líder del Frente Nacional. “Dijo que a ella le daba igual la religión de la gente y dio órdenes de controlar a quienes habían reaccionado así”.

Pero no todo iba a ser tan sencillo. El número dos del partido, Florian Philippot, llamó unas horas después a Buttey para anunciarle la deliberación de la comisión de conflictos. Su suspensión había sido anulada pero era una decisión envenenada: “Has sido readmitido, pero no quiero que te tomes esto como una victoria”.

El dichoso tuit

Un mes después de la comisión, el 25 de diciembre de 2014, Buttey compartía en una cuenta de Twitter que ya no existe el tuit que terminaría con su carrera política en el Frente Nacional. En respuesta a un internauta que compartía con él un vídeo relacionando lapidación e islam, el joven respondía:  “Ya lo he visto. La historia de la mujer lapidada es muy interesante pues es ella la que pide la lapidación al profeta”.

Captura de una cuenta que ya no existe.

Buttey aún dice que es un tuit sacado de contexto: “La persona que me envió eso por Twitter lo hizo para provocarme y yo contesté aludiendo al hadith en el que se aborda la lapidación. Por supuesto que la condeno”.

Esta vez Marine no defendió al joven militante, que fue expulsado del partido unos días después. Hoy Buttey estudia para acabar la carrera, hace natación y dentro de un mes se pondrá en serio con el aprendizaje del árabe. Ya casi no tiene tiempo de ir a la mezquita. “Rezo en casa”, dice.

Si quiere comenzar una nueva andadura política, Buttey deberá esperar al menos un año. Acusado por una candidata de Les Républicains de haber inscrito su nombre en la lista del Frente Nacional de un modo fraudulento, fue inhabilitado por el Consejo de Estado durante un año y no puede presentarse en ninguna lista electoral. “Por supuesto que voy a recurrir esa decisión”, asegura.

“Oiga”, me dice antes de irse... “¿Puede hacerme una foto? Dicen por ahí que me he dejado crecer la barba y que estoy camino de Siria”.

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