Publicada

Llevo años escuchando a mujeres decir que no tienen fuerza de voluntad. Que si fueran más disciplinadas, pesarían cinco kilos menos. Que si fueran más organizadas, harían batch cooking todos los domingos.

Y siempre pienso lo mismo: no es eso, más bien se trata de exceso de exigencia y falta de escucha. Porque comer bien no empieza con lo que pones en el plato, sino con cómo te hablas por dentro.

Comer no es solo nutrición, es vínculo, consuelo, premio y anestesia. A veces, cuando llegas a casa y te lanzas a por lo primero que pilles, en realidad no sientes hambre. Probablemente, sea cansancio, porque te has pasado el día cuidando de todo el mundo menos de ti.

Tu cuerpo pide algo dulce porque tu día ha sido muy amargo y eso no se arregla con una dieta. Se soluciona aprendiendo a parar y a priorizarte. Y sí, eso da miedo, porque muchas no sabemos ni por dónde empezar.

El coaching nutricional está cambiando, ¡y menos mal! Durante años, el mensaje fue: “Tienes que comer mejor”. Ahora sabemos que no se trata solo de eso, la clave es estar contigo sin atacarte.

Un nuevo enfoque

Ya no va de pesar la avena, hay que entender por qué te la comes directamente del bote cuando te enfadas con tu jefe.

Las preguntas han cambiado:

  • ¿Estás comiendo desde el hambre o desde el vacío?

  • ¿Eliges lo que te cuida o lo que te castiga?

  • ¿Podrías parar ahora y darte lo que realmente necesitas (aunque no sea comida)?

El chip que nos hace creer que “ya que he empezado, me lo salto del todo” es brutal y lo vemos a diario. Este bucle no se rompe con más control, sino aumentando la comprensión.

Debes dejar de pensar en términos de “bien o mal”, y empezar a admitir una escala de grises que incluya algo de “¿Esto me ayuda o me aleja de la vida que quiero?”

¿Qué pasa cuando dejas de luchar con la comida?

Te lo cuento con ejemplos reales (sin nombres, pero totalmente veraces). Una mujer que llevaba 20 años a dieta me dijo un día: “Por primera vez en mi vida, puedo tener chocolate en casa sin que desaparezca en una tarde”.

Otra me contó: “Antes comía por ansiedad. Ahora, cuando estoy nerviosa, me hago una infusión y me abrazo”. Y una madre me escribió llorando después de una sesión: “Gracias por ayudarme a no proyectar en mi hija la guerra que tengo con mi cuerpo”.

Eso es lo que pasa cuando transformas la lucha en comprensión. Se trata de comer desde el cuidado, no desde el castigo. Imagina por un momento que no tuvieras que hacer dieta nunca más, que no necesitaras compensar ni “portarte bien”, que pudieras construir una relación con la comida en la que caben la pizza, el pan y tú.

Todo ello sin culpa, ansiedad ni agobios. Eso no se consigue de un día para otro, pero empieza por hacerte preguntas nuevas. Hay que mirar dentro y bajarse de la rueda de la autoexigencia para subirse al camino del autocuidado.

¿Qué claves reales usamos en consulta?

  • Aprender a detectar tus señales reales de hambre y saciedad.

  • Entender qué emociones estás tapando con comida (y qué otras cosas podrían ayudarte más).

  • Darte permiso para comer desde el placer, no desde la culpa.

  • Redefinir lo que es cuidarte: a veces es un plato de lentejas, y a veces es un helado con tu hija en la playa.

  • Cerrar la nevera y abrir otra puerta

Al final, muchas de las veces que comemos “de más” no tenemos hambre de comida. Más bien necesitamos descanso, cariño, validación... Y mientras no aprendamos a darnos eso por otras vías, seguiremos picoteando cosas que no necesitamos.

La buena noticia es que se puede aprender, que no estás sola, y que no eres débil. Solo estás cansada de pelearte contigo misma.

En conclusión: necesitas (necesitamos) un espacio donde puedas dejar de ser perfecta y empezar a ser tú.