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Los mensajes motivacionales y diferentes "recetas de la felicidad" que en los últimos años han inundado nuestro día a día, terminan cayendo en saco roto, no porque no sean eficientes o estén constatados por los diferentes campos de la medicina y la ciencia, sino porque el problema realmente radica en el diseño del cerebro humano.

La explicación nos la da la psicóloga Alba Cardalda, especializada en neuropsicología, quien afirma que esa voz interna que nos alerta de peligros, nos hace imaginar desastres y se clava en cada pequeña preocupación, no es fruto de un contratiempo o un carácter pesimista. Es el resultado de miles de años de evolución: tu cerebro está programado así.

"Nuestro cerebro se va a lo negativo, porque está más diseñado para sobrevivir, que para hacernos felices", explicaba la experta en una reciente colaboración con el podcast Tengo un plan. Una afirmación que, respaldada por años de evolución y estudios en neurociencia, desmonta la idea que muchos buscamos desesperadamente en que la felicidad es el estado natural del ser humano.

Para entender esto, tenemos que remontarnos a nuestros orígenes como especie. Hace miles de años, nuestros antepasados vivían rodeados de peligros reales: depredadores, climas extremos, hambre, enfermedades. En ese contexto, sobrevivía quien estuviera más alerta, quien detectara el riesgo antes que los demás, quien supiera anticiparse al peligro.

Ese sistema de alerta temprana se quedó con nosotros, y aunque hoy los "peligros" no son tigres ni tormentas incontrolables, nuestra mente sigue funcionando igual. Por eso, ante cualquier señal de amenaza (aunque sea una mirada rara en una reunión o un comentario ambiguo en WhatsApp), el cerebro enciende todas las alarmas.

Las emociones que dominan son desagradables

Cardalda lo explica con un dato demoledor: de las seis emociones universales básicas que todos los humanos compartimos (miedo, tristeza, asco, ira, felicidad y sorpresa), cuatro son negativas. Solo una es claramente positiva: la alegría. Y la sorpresa es ambigua, puede ser buena o mala.

Pero, ¿por qué esta descompensación? Porque esas emociones desagradables cumplen una función protectora.

  • El miedo nos prepara para huir.
  • El asco nos aleja de lo tóxico.
  • La ira nos da energía para defendernos.
  • La tristeza activa la necesidad de ayuda y cuidado.
  • ¿Y la felicidad? Es un pequeño premio, un estímulo momentáneo para seguir adelante. Pero no es el objetivo del cerebro. La prioridad número uno siempre será la supervivencia, no tu bienestar emocional.

Si te fijas, de estas seis emociones universales básicas, cuatro de ellas son desagradables (el miedo, el asco, la tristeza y la ira). Una de ellas solamente es agradable, que es la felicidad; y hay una, que es la sorpresa, que puede ser agradable o desagradable.

Pero solamente hay una sensación agradable. El resto está para alertarnos de peligros, y eso consigue que el cerebro logre preocuparnos, imaginando escenarios que podrían pasar que, finalmente, más del 90% nunca ocurre.

El cerebro fabrica preocupaciones

Este diseño cerebral tiene un efecto secundario bastante frustrante y es la tendencia a imaginar escenarios negativos. Según Cardalda, el cerebro genera pensamientos del tipo "¿y si…?", como forma de adelantarse al peligro. Y aunque más del 90% de esos escenarios jamás ocurren, nuestra mente insiste.

Ese hábito mental es lo que conocemos como rumiación o pensamiento catastrófico. Te imaginas que tu pareja te va a dejar, que te van a despedir, que vas a enfermar... Y aunque nada de eso sea real, el cerebro activa las mismas respuestas de estrés como si lo fuera.