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Si hay algo que define el boato y la fastuosidad de la monarquía son sus grandes joyas, esas que en España se guardan para ocasiones muy contadas y especiales como las cenas de gala o los retratos oficiales. Y entre ellas, las tiaras siempre son las grandes protagonistas.

En esta recta final de 2025 cobran relevancia; la visita a España del presidente de Alemania y su esposa nos ha permitido ver de nuevo una pieza del joyero real en el banquete en honor de la pareja: la tiara Cartier, que estrenó en 2018 y que recuperaba siete años después.

A principios de mes, otro viaje oficial, el del sultán de Omán, hizo que el look de la reina Letizia, portando la diadema Rusa sobre su cabeza, cambiara en cierto modo las reglas. Y es que, detrás de estas piezas históricas, se esconden reglas de protocolo y secretos que escapan a la vista. Los usos han ido cambiando con el tiempo, pero lo básico se mantiene.

La reina Letizia, con la tiara Flor de Lis, y la reina Silvia de Suecia, con la diadema de los Camafeos. Gtres

“La tiara es, probablemente, el accesorio más simbólico dentro del vestuario de una reina o princesa. Su colocación no solo responde a criterios estéticos, sino también a una cuestión de protocolo y jerarquía. Cada detalle, desde cómo se ajusta hasta la inclinación que adopta sobre la cabeza, comunica algo", empieza explicando Jesús Reyes, periodista experto en moda y Casa Real y autor de Leonor. Estilo de una Borbón y Ortiz.

El protocolo

María José Gómez Verdú, experta en protocolo y etiqueta, explica que esa joya es un signo de rango y representación institucional y su uso se reserva a actos de máxima solemnidad: banquetes de Estado, coronaciones, recepciones diplomáticas o cenas de gala. "Su elección, tanto como la forma en que se lleva, obedece a criterios de jerarquía, ocasión y coherencia estética", especifica.

Por eso, nada es casual y el mensaje siempre subyace. "Históricamente, las tiaras han funcionado como instrumentos de diplomacia visual, portadoras de significados que trascienden la moda. Su uso puede expresar la pertenencia a una dinastía, la vinculación con otra casa reinante o el homenaje a una herencia nacional. Por ejemplo, cuando una reina escoge para un banquete de Estado una pieza vinculada a la historia del país anfitrión está emitiendo un gesto de respeto y de afinidad cultural", explica.

En protocolo, este tipo de gestos se consideran actos de “cortesía simbólica, con un poder comunicativo tan efectivo como un discurso".

La forma de llevarlas

Las tiaras son testigos de la transformación de la Corona y, pese a mantener su regio significado, también se adaptan a los cambios de manera sutil. Así lo explica Jesús Reyes: “Históricamente, se llevaban más altas y hacia el frontal de la cabeza, proyectando autoridad. Hoy, las royals contemporáneas las sitúan más bajas o integradas en el peinado".

Un claro ejemplo de ello lo vemos en la reina Letizia, que ha llevado la floral y la Rusa como diadema con el pelo suelto. "Es un gesto que refleja la evolución de las monarquías: menos distantes, más cercanas, pero igualmente elegantes", dice el experto.

María José Verdú lo analiza desde su campo: "La norma tradicional de peinado indicaba que debía ser recogido o en moño, dejando el rostro despejado y el cuello visible. Este estilo no solo facilitaba la sujeción de la pieza, muchas de ellas pesadas y con estructuras internas metálicas, sino que además transmitía una imagen de compostura, equilibrio y dominio de la postura, virtudes muy valoradas en la etiqueta cortesana".

Debían colocarse ligeramente inclinadas hacia atrás, sobre la parte superior del cráneo, de modo que pareciera coronar la cabeza sin resultar ostentosa. Sin embargo, en la actualidad, se ha extendido el uso de tiaras sobre melenas semirrecogidas e incluso sobre cabellos sueltos.

Cómo se colocan

Y en este punto, resulta especialmente interesante saber la manera en la que se sujetan. Como precisa la especialista en protocolo, esto implica un gran conocimiento técnico. "Estas piezas, especialmente las antiguas, son pesadas y requieren una base estructural discreta que se integra en el peinado", dice.

"Normalmente, se fija sobre una red o banda oculta que distribuye el peso y evita deslizamientos. Los moños, trenzas o postizos ayudan a anclar la pieza con horquillas y pequeños enganches interiores", revela la responsable de la web Protocolo y Etiqueta y autora del libro Protocolo Pop.

Las modernas, por su parte, suelen incorporar sistemas más cómodos y ligeros, "adaptados a peinados menos estructurados. Sin embargo, el objetivo sigue siendo el mismo: que la tiara parezca flotar con naturalidad sobre la cabeza, sin evidenciar su compleja sujeción".

Sin duda requieren la experiencia de los profesionales de la peluquería. Gema Casas, directora de Gema Casas Peluquería Orgánica, ofrece algunos tips. "Lo primero es crear una base sólida: normalmente se trabaja con un ligero cardado o una estructura trenzada que actúa como ‘anclaje’ interno donde se fija la pieza con horquillas invisibles".

“El secreto está en combinar firmeza y discreción: debe quedar perfectamente sujeta, pero sin que se note el trabajo. Además, es fundamental tener en cuenta el peso y la forma de la tiara, porque no todas se adaptan igual", añade.

David Rato, especialista en joyas y responsable del perfil SpanishRoyalJewels, incide en la evolución: "En las primeras décadas del siglo XX, solían fijarse sobre una base metálica rígida, asegurada al peinado con alfileres y numerosas horquillas, lo que exigía recogidos muy elaborados".

Y añade una anécdota: "La reina Silvia de Suecia relató con humor en el documental sobre las joyas de la familia real sueca cómo, en sus primeras cenas de gala, sufría por el peso de las piezas, sobre todo, por la cantidad de pinzas que los peluqueros le colocaban para mantenerlas firmes durante horas".

Hoy en día, según explica Rato, los sistemas de sujeción son mucho más cómodos y adaptados a cada portadora: "Muchas diademas cuentan con peines internos, bandas acolchadas o estructuras discretas que se ajustan al peinado, distribuyendo el peso de manera uniforme y evitando la sensación de rigidez que antaño era inevitable".

Nuevas reglas

Hace unas semanas, la reina Letizia sorprendió luciendo la tiara Rusa con el pelo suelto como si fuera una diadema, lo que supone un cambio llamativo. Aunque es verdad que ya había llevado la floral de este modo, es más pequeña y parece que se adapta mejor a esta nueva posición.

“Es una elección estilística muy acertada: rejuvenece, aporta frescura y, sobre todo, aligera visualmente una pieza de gran peso histórico. Doña Letizia ha demostrado tener un dominio absoluto del lenguaje visual de la monarquía moderna: sabe cuándo reinterpretar una joya sin romper con el respeto a la tradición", dice Jesús Reyes.

Y aun así, resulta importante destacar que esta modificación tiene una lectura simbólica. Así lo explica María José Verdú, para quien el tema es apasionante: "Al llevarla más baja, como una diadema, se atenúa la verticalidad y se relaja la estructura visual del conjunto, proyectando una imagen más humana, más cercana y menos jerárquica. La tiara deja de 'imponerse' sobre la figura y pasa a dialogar con ella".

Si bien no supone una infracción de la etiqueta, sí desafía la noción clásica de la distancia regia y "puede leerse como un gesto deliberado de modernización de la monarquía".

Letizia cambió las reglas llevando la Rusa como diadema con el pelo suelto. Gtres

David Rato, por su parte, considera que es conveniente distinguir estas joyas por su peso y tamaño: "La reina Letizia, durante sus años como princesa de Asturias, solía lucir la diadema prusiana con el cabello suelto, una elección menos convencional. En este caso, la ligereza de la pieza y su diseño más pequeño permitían un uso más relajado. Sin embargo, en el caso de las más imponentes, donde el volumen y la estructura añaden peso, el uso del pelo recogido suele aportar mayor practicidad".

Este tipo de peinado ofrece un soporte más estable y equilibrado para la pieza, porque "ayuda a distribuir mejor el peso sobre la cabeza y hace que su uso resulte más cómodo e incluso menos doloroso para quienes las portan durante largas horas".

Las tiaras en la historia

La joya de la corona de los cofres reales de la monarquía sigue siendo la tiara, pese a que su significado ha cambiado a través de los siglos. "Podría decirse que ha pasado de ser una corona de poder a una corona de significado. Su peso ya no se mide en quilates, sino en la capacidad de expresar equilibrio, continuidad y sensibilidad contemporánea", dice María José Gómez Verdú.

A lo largo de la historia, no sólo ha reflejado el gusto de la época, sino también su forma de llevarse ha ido cambiando. "En el siglo XIX, por ejemplo, se lucían altas y erguidas sobre la cabeza, casi como auténticas coronas. Con la llegada de los años 20 y del espíritu moderno del Art Déco, triunfó el estilo bandeau, que situaba las diademas más bajas, casi sobre la frente, en línea con los peinados cortos y lisos de las flappers. En las últimas décadas, la tendencia ha buscado un punto medio", dice el experto en joyas.

En el caso de la diadema Flor de Lis, en sus primeros años de matrimonio, la reina Victoria Eugenia solía llevarla de manera bastante cerrada, casi como una corona "que coronaba su voluminoso bouffant eduardiano".

Victoria Eugenia, con la tiara Flor de Lis, del lote de pasar, en su boda con Alfonso XIII. Getty

"Eso hacía que la pieza pareciera incluso más pequeña de lo que realmente era. Años más tarde, ya en la década de 1920, la tiara pasó por los talleres de Ansorena para ser modificada: se le añadieron unas charnelas o bisagras que permitían abrirla ligeramente y lucirla más extendida sobre la frente, siguiendo la moda del momento", añade.

No todas las piezas, sin embargo, ofrecen esa posibilidad. "La diadema de perlas y diamantes de la reina María Cristina, por ejemplo, es rígida y se ha lucido prácticamente igual desde su creación. Su estructura no permite modificar la curvatura, lo que la hace más tradicional en su porte, pero también más reconocible por su inconfundible silueta", asegura Rato.

Después de este viaje en el tiempo con la tiara como protagonista queda confirmado su peso histórico, su capacidad de transformación en cuanto al significado y su actual relevancia.