A la gran mayoría del público Itziar Ituño le resulta inmediatamente reconocible como Lisboa, uno de los personajes centrales de La casa de papel. Sin embargo, detrás de la máscara con el rostro de Salvador Dalí y el icónico mono rojo hay una trayectoria mucho menos conocida, marcada por el trabajo industrial, la precariedad y una temprana conciencia de clase.
Nacida en Basauri en 1974, Itziar Ituño creció en un entorno obrero. Durante años, su futuro laboral parecía claro: un empleo fijo en fábrica, un salario estable y la promesa de una vida laboral larga y previsible. Esa fue la realidad que conoció cuando empezó a trabajar en Fagor, una de las cooperativas industriales más emblemáticas del País Vasco, junto a su padre.
Aquella experiencia, lejos de ser anecdótica, marcó su manera de entender el trabajo, el esfuerzo y, más tarde, las desigualdades del sistema laboral. Desde la cadena de montaje, Ituño observó los límites de un modelo que exigía una entrega física y mental constante, pero cuya retribución no siempre estaba a la altura de ese sacrificio, una realidad que comprendió cuando le ofrecieron su primer trabajo como actriz.
La realidad de los oficios técnicos
Itziar Ituño no tiene ningún problema en recordar cómo fue su paso por Fagor, la fábrica donde trabajó al terminar la carrera, colocando piezas y haciendo neveras. No era un oficio desconocido para ella, y es que como contó a Eldiario.es, su padre ya se dedicaba a ello.
Entre herramientas y maquinaria, Ituño aprendió la disciplina del horario, la importancia del trabajo colectivo y la dureza de un empleo que no deja demasiado margen para la vida social. Aunque reconoce que tener un trabajo así era un privilegio que no todo el mundo podía permitirse, también admite que no se veía a sí misma repitiendo ese gesto mecánico durante décadas.
El punto de inflexión llegó casi por casualidad y, como ella misma ha contado, a escondidas. Mientras trabajaba en la fábrica, decidió escaparse para presentarse a un casting. Un gesto aparentemente menor que terminaría cambiando el rumbo de su vida y desembocando en su primer contrato como actriz.
Sin embargo, no fue ese primer contrato lo que le sorprendió, sino el dinero que iba a cobrar por ello. No solo no tendría que trabajar todos los días, sino que iba a cobrar más que su propio padre, que llevaba años en la fábrica. "Se me caía la cara de vergüenza los primeros meses de decirle a mi padre: 'papá, cobro más que tú'", ha relatado Ituño.
La reacción de su padre resume bien el choque entre dos modelos laborales. "Pero esto es un trabajo para toda la vida", le respondió él, apelando a la seguridad que, en teoría, ofrecía la industria. Sin embargo, el tiempo terminó demostrando que esa estabilidad tampoco era inamovible. Con los años, la planta de Fagor en la que trabajaban cerró.
No obstante, el testimonio de la actriz pone sobre la mesa una comparación incómoda entre los salarios del sector industrial y los de profesiones que ganan dinero en función de su consumo, como las nuevas creadoras de contenido y los ya conocidos actores.
Tradicionalmente, los sueldos en fábricas españolas han estado ligados a convenios colectivos, con salarios medios que, incluso en los mejores años, rara vez superaban cifras en comparación con otros sectores. A cambio, ofrecían una cierta regularidad y derechos laborales claros.
En contraste, el trabajo actoral se mueve en un terreno mucho más inestable, donde los ingresos dependen del proyecto, la popularidad y la demanda, pero que puede generar remuneraciones muy superiores en periodos cortos de tiempo.
Para Ituño, esa diferencia fue evidente desde el principio. Cobrar más que un trabajador industrial veterano siendo una actriz novel le resultó injusto, no desde el privilegio, sino desde la conciencia de que el esfuerzo físico y la dedicación de su padre no se veían reflejados en su salario.
Es por este motivo que la actriz ha insistido en varias ocasiones en la importancia de estos trabajos y en cómo muchas personas habrían deseado conservar un empleo como el que ella tuvo. No obstante, ella ha sido clara al reconocer que "no se veía poniendo piezas toda la vida".
