Cuando el concepto de memoria parece perder el sentido y su valor, el calendario se encarga de ponerlo todo en su sitio. El próximo 8 de diciembre se cumplen 100 años del nacimiento de una de las autoras más importantes del siglo XX español y europeo: Carmen Martín Gaite.
De la persona que rechazó sentarse en uno de esos sillones ampulosos de la RAE se ha hablado mucho. Y, sin embargo, nunca es suficiente.
Cada uno de sus detalles vitales es tema de conversación: desde su inteligencia desbordante hasta su empatía, algo que puso en práctica ya en su niñez cuando se encontró en misa con Carmencita Franco. "¿A qué jugaría y con quién?", se preguntó entonces, cuando contempló a esa niña de calcetines calados que, a sus ojos, podía ser una igual.
Martín Gaite fue una autora excelsa. Y también hija, amiga, novia, esposa y madre. Su currículum podría completarse con todos esos papeles que asumió como mujer de su tiempo. Siempre con un punto anacrónico. Igualmente, fue una amante del amor, una especie de brújula que la guio en mitad del caos propio y ajeno.
El arte trasciende los tiempos. Cada obra que se califica como tal encierra algo que tiene la capacidad de remover en los adentros, al margen de fechas y de ritmos. Con el sentimiento mencionado sucede de igual forma.
Sobre esto habló con total libertad en Usos amorosos de la postguerra española (Editorial Anagrama S.A.U., 1994). Este ensayo, —porque la autora, además de ser una gran novelista, también dominó de forma magnífica este género— funciona como una lupa suave sobre las costumbres sentimentales que moldearon a toda una generación.
Reconstruye cómo en aquella España el amor se convirtió en un territorio vigilado. No era tanto un asunto íntimo como una coreografía social en la que se esperaba que todos bailaran al mismo ritmo.
Muestra cómo se fabricaba aquel ideal femenino obediente y romántico que parecía inofensivo, pero que operaba como un mecanismo eficaz de control.
El resultado es un ensayo que ofrece una clave imprescindible para entender cómo lo privado también fue —y sigue siendo— profundamente político.
En la imagen John W. Kronik; Enma Martinell; Carmen Martín Gaite; José Antonio Marina; y Francisco Bobillo.
En mitad de este lanzamiento de flechas de Cupido, queda por saber quiénes fueron los grandes amores de la autora, una cuestión que la guio en lo personal y en lo profesional, a veces fuertemente enlazado.
La familia fue el primer gran trozo del corazón de Martín Gaite. Más tarde llegaría uno en forma de admiración hacia su amigo Ignacio Aldecoa, uno de los grandes escritores de relato corto del país.
Tras él, Rafael Sánchez Ferlosio, con el que mantuvo una relación que se fraguó a base de emoción y desgracias. Por otro lado, siempre en su vida estuvieron presentes las amistades, esas que lograron que su mundo de El cuarto de atrás (Cátedra, 2018) se hiciera carne.
Y, por supuesto, sus hijos. La flecha primero y el puñal más tarde. Dos vidas y dos muertes que marcaron su existir y sus palabras.
El amor incorrupto
Carmen Martín Gaite experimentó este sentimiento de la forma más amplia posible. Fue una mujer, primero una niña, que saboreó la felicidad propia de esta emoción desde casa, desde la infancia.
Echando la vista atrás, parece extraño, casi anacrónico, la naturaleza de la relación con sus padres. En unos años en los que los lazos familiares estaban plagados de misterio, corrección y falta de intimidad, fueron una red de seguridad que la acompañaron incluso tras la muerte.
Esa misma protección de la que disfrutó pretendió trasladarla décadas más tarde a la familia que fundó.
Lo que se observa en la crianza de Martín Gaite es, prácticamente, la devoción de los padres. Unos progenitores que le permitían ser, que a pesar de habitar en tiempos convulsos se preocuparon de abrir una ventana que la llevase a ir más allá de lo que escondían los muros.
Retrato de la autora.
En este contexto nace la idea de El cuarto de atrás —Premio Nacional de Narrativa de 1978—, un viaje íntimo donde recuerdo y fantasía se mezclan sin pedir permiso.
Ese espacio que sirve como título de estas páginas bien podría equipararse a Una habitación propia (Austral, 2016) de Virginia Woolf. Ambos escritos se relacionan en la idea fundamental de que las mujeres necesitan un espacio —físico, simbólico y mental— para escribir y existir plenamente.
La británica lo plantea como tesis feminista; Martín Gaite lo transforma en ficción introspectiva; pero ambas abren puertas al pensamiento crítico, a la memoria y a la libertad creativa femenina.
Es en este punto, que llevaría años más tarde a la sexta novela de la salmantina, cuando en su infancia encuentra en la ficción el refugio tan necesario que la arropará más adelante.
Desde entonces, la Carmen niña, debido a su contexto, tiene muy presente la necesidad de encontrar la felicidad en mitad de la desgracia, se llame esta guerra, pérdida familiar o ver cómo el amor se evapora como el agua de lluvia de una tormenta de verano.
La autora fue una especie de nepobaby. Sin embargo, ella nunca dejó de reconocer su privilegio. Su padre, José Martín, la educó en casa. No quería que acabase en un colegio religioso que le coartara según qué libertades. Unamuno, amigo de la familia, fue una especie de padrino.
Antes de que Ferlosio cuestionase sus palabras escritas, lo hacía don José, que fue uno de sus lectores más exigentes.
Uno de sus grandes amores, su padre, fue el encargado de inculcarle otro: el de la escritura, como aclaran en el segundo capítulo del recién estrenado pódcast Expediente Martín Gaite, publicado por la Fundación Juan March, escrito y narrado por el periodista Daniel Ramírez García-Mina y diseñado por La Máquina de la Luz.
En cuanto a su madre, la gallega María Gaite Veloso, lo era todo. Fue, precisamente, como mencionan en este mismo espacio, la persona que la enseñó a querer incondicionalmente. "Carmen querrá a sus hijos como su madre la quiere a ella", mencionan en el programa, disponible de forma gratuita en todas las plataformas, incluida Spotify.
De su mano acuñaría el concepto de 'mujeres ventanita', aquellas que miran y admiran la libertad desde un encierro impuesto por la sociedad y que encuentran desde su posición, tras los visillos, ese cuarto para escapar, esa habitación propia. La muchacha en la ventana de Dalí. Un vistazo a la vida soñada que se exploraba con el alma.
José Luis Borau y Carmen Martín Gaite en un encuentro en la Fundación Juan March.
Cuando su madre falleció, Martín Gaite se asomará a uno de estos huecos que muestran el mundo y escribirá pensando en María y en Marta, cuando ambas ya no estaban en cuerpo, pero sí en ella misma. Una especie de Santísima Trinidad. El principio y el fin de todo.
En la vida y en la obra de la escritora, José Martín representaba lo terreno, la excelencia, la teoría. María Gaite, por su parte, lo onírico, la magia. La confluencia de dos mares que dan lugar a un océano encarnado hace 100 años.
"Cuando sus padres murieron, ella los imaginó para siempre al otro lado de la máquina de escribir", cierra Ramírez en el segundo episodio del pódcast.
El amor anhelado
Hoy en día se olvida que uno de los mayores componentes de este sentimiento es el de la admiración. Sin duda, Martín Gaite se dejó llevar por este detalle cuando puso su mirada en Rafael Sánchez Ferlosio.
No obstante, antes lo hizo Ignacio Aldecoa, un chico de Vitoria al que conoció en la facultad y que le llamó la atención por sus rarezas y cuestionamientos, impropios de una época que encorsetaba la vida.
Es entonces cuando explota su mundo. Su creatividad, antes encerrada en El cuarto de atrás y reservada a la intimidad de su familia, comienza a salir a la luz. Por fin comparte su rutina con iguales.
En aquella época, Carmen y sus amigas tomaban la publicación satírica La Codorniz como forma de medida para ver con qué chicos merecía la pena relacionarse.
La pregunta que comenzaba a desatarlo todo era sencillo, "¿Te gusta?". Si la respuesta era no, mal. Parece ser que Sánchez Ferlosio dio un sí como contestación, ya que entró en el radar de Martín Gaite.
En esas reuniones y conversaciones se comenzó a gestar un grupo que años más tarde sería conocido como la Generación del 50. Sin embargo, y como refiere Guillermo Altares, jefe de Cultura de El País, en el pódcast de la Fundación Juan March, Expediente Gaite, "de entre todos aquellos, la más exitosa, entendiendo el éxito como la obra que sobrevive a la muerte y al tiempo, fue y es Carmen Martín Gaite".
En ese contexto comienza el acercamiento entre la pareja. Una relación que, como destacan en la propuesta de audio, "se construyó sobre largos paseos, una irreprimible vocación literaria, la fiebre por publicar, las lecturas en común y el cine".
Tras un noviazgo de unos tres años llegó la boda. Raquel Paz, amiga de la escritora, habla en el pódcast de Ramírez sobre los inicios del idilio:
"La España de entonces era muy gris y esta gente con estas capacidades, como eran Ferlosio, Aldecoa y todos ellos, pues eran su mundo. Y te enamoras. Debía ser un tío muy guapetón y muy atractivo, porque sí, yo creo que sí que lo era en su juventud. Y le atrajo. Era parte de su vida. No se iba a enamorar de un abogado gris de un despacho de funcionarios del franquismo", comenta.
Como el resto de decisiones de su vida, el enlace tampoco fue típico de aquellas fechas. Paz habla así de aquel evento: "Creo que fue a las siete de la mañana. Sin gente y sin vestidos para la ocasión".
No obstante, tal y como narran en el pódcast, la decadencia de la relación comenzó en el propio viaje de novios, a Roma, cuando el escritor decidió hacer alguna que otra escapada fuera.
A su vuelta, se instalaron en una casa frente al Retiro que sus amigos recuerdan como el vivo reflejo de Martín Gaite. "Ha sido una casa de amistades, de relatos, de vida", dice Paz. Altares, por su parte, tiene un vivo recuerdo de la cocina, una de las salas que la acogió en los momentos más duros, al igual que la gran terraza del piso, que se convirtió en su ventana.
Miguel, el primogénito, llegó al matrimonio como una especie de salvador, pero la alegría, tan frenética como siempre, fue corta debido a su muerte, que además supuso casi el resquebrajamiento total de la pareja.
Y quizás, en esa relación con altibajos, en la montaña rusa emocional del amor entre Ferlosio y Gaite, también intervinieron los celos literarios. Él gozaba de tiempo para su arte. Ella lo veía reducido a apenas dos horas con la crianza de sus hijos.
En el pódcast, Ramírez cita una entrevista de Tico Medina a la autora en la que mantienen una conversación que bien puede ser un reflejo de cómo encajaban en las letras.
Tras la pregunta de si su marido la había corregido alguna vez, la respuesta fue clara, "muchas", replicó Gaite. Algo que acompañó refiriendo a que en Entre Visillos (Austral, 2012) —novela con la que ganó el Nadal— no había sucedido así, porque ella no le dijo nada. "Desde luego, si se lo digo, me lo prohíbe —su participación— y le hubiera desobedecido", destacó de forma franca, valiente.
La conversación por unos derroteros que llevaron a Martín Gaite a decir que ella también le aconsejaba a él sobre sus escritos, pero que siempre le quedaban más cosas por hacer en la cocina.
Al igual que Ferlosio tuvo claro su papel como escritor y como marido, la autora no tuvo dudas de su rol. Para ella, su pareja fue una especie de musa, papel pasivo que tradicionalmente siempre ocupaban las mujeres. Sin duda, ambos retroalimentaron su arte, pero ella quedó presa, en ocasiones, de ese cliché femenino que tanto había detestado.
A mediados de los 60 su relación estaba rota.
El amor puro
Hacia sus hijos. El que logró romperla con la muerte de Miguel. El mismo que la recompuso con la llegada de Marta. Aquel que la arrinconó con su fallecimiento.
En ellos volcó el sentimiento que ella misma había vivido en casa, junto a José y María. Y también Ana María, su hermana, con la que mantuvo una relación de grandísimo aprecio que a veces vaciló con los celos fraternales.
La llegada de sus vástagos doblegó el instinto creativo de Martín Gaite. Hizo que este se quedara encerrado entre las ocho de la tarde y las diez de la noche. Sin embargo, ¡es tan complejo ponerle límites a aquello que no cabe entre cuatro paredes! Sobre todo cuando se dispone de una ventana para soñar.
La escritora vivió durante la crianza lo mismo que sigue sucediendo ahora: su plano profesional se vio mermado y la calidad de su relación de pareja también. Su propia naturaleza.
Cuando Miguel murió, dejó a unos padres obcecados y rotos, como especifica José Teruel, biógrafo de la escritora: "Cuando nació Marta estaban obsesionados por sus cuidados inmediatos para que no le pasara nada. Como si la meningitis hubiera sido culpa de ellos".
La crianza de Marta fue libérrima. Ferlosio y ella dejaron que la pequeña tomara decisiones tan importantes como si quería recibir su enseñanza en la escuela o en casa, que fue lo que sucedió finalmente. Esa tónica de libertad marcó toda su vida y fue tal que ese punto de descontrol desembocó en su adicción a determinadas sustancias.
Madre e hija en viaje a Nueva York.
La Caperucita en Manhattan (Siruela, 2022) falleció a causa de SIDA y su madre volvió a volcar en las letras, como ya sucedió en determinados cuadernos, el estado de su mundo tras tal devastación. Ferlosio apenas alude a ellos en sus obras.
Usos amorosos
Fue en 1987 cuando el ensayo llegó a las librerías. Unas páginas que hablan de la posguerra, del concepto del amor en la misma, vio la luz cuatro décadas más tarde. Ahora, casi 40 años tras su publicación, el contenido sigue vigente. La vida y el plano romántico de Martín Gaite, también.
A 100 años de su nacimiento, su figura sigue iluminando la forma de mirar este sentimiento, el recuerdo y la libertad.
Su obra, siempre atravesada por la lucidez y la ternura, recuerda que los afectos son también un territorio histórico donde se disputan identidades y futuros.
Frente a los guiones sentimentales heredados, Gaite propuso una mirada crítica pero profundamente humana, capaz de rescatar la verdad de los gestos mínimos. Su legado permanece como una invitación a pensar el amor sin ingenuidad ni cinismo: con conciencia, con valentía y, sobre todo, con memoria.
