Kino Verdú
Publicada

A Sylvia Earle la apodan de muchas maneras y todas aluden al líquido elemento. La guardiana azul del planeta la describe a la perfección; o La dama de las profundidades, como una diosa submarina que vigila océanos y mares.

Sus proezas la han hecho merecedora de esos títulos: más de 7.500 horas bajo el agua, ha dirigido más de 100 expediciones y ha descubierto miles de nuevas especies marinas. Héroe del planeta la nombró en 1998 la revista Time.

Vino al mundo en 1935, en Gibbstown (Nueva Jersey). A sus padres, Alice Freas Earle y Lewis Reade, les gustaba deambular por la naturaleza, perderse entre árboles, gozar del aire libre… Y eso caló en su joven hija. Poco a poco, esa filosofía de vida fue moldeando su personalidad. Un río que desembocó en un mar de conocimiento que se fue desarrollando con los años.

Durante su infancia, su familia se trasladó a Dundin, en la costa oeste de Florida. "Para mí todo comenzó a la edad de tres años, cuando fui arrollada por una ola. Desde ese día el océano me fascina", recuerda Sylvia Earle en declaraciones a Rolex, firma que la ha acompañado en su trayectoria desde 1982.

Su sino estaba marcado a fuego en su cabeza, en sus venas. Estudió Biología en la Universidad de Florida (1955) y obtuvo el doctorado en la prestigiosa Universidad de Duke —una de las más prestigiosas del país norteamericano— en 1965. Consiguió lo mismo con la disciplina de Psicología.

Earle expresa lo siguiente como un mantra vital que extiende a cada una de las facetas de su vida: "Haz lo que te gusta. Procura mantener una pasión fuerte por algo que te llegue verdaderamente al corazón".

Pasó un año como investigadora en Harvard y regresó a su querida Florida con el puesto de directora residente del laboratorio Cape Haze Marine.

Con esta nueva oportunidad pidió unirse al Proyecto Tektite, un laboratorio a 15 metros bajo el mar frente a la costa de las Islas Vírgenes. Le contestaron que no. Con sus más de 1.000 horas de inspección acuática acumuladas, Sylvia aguardó impaciente su momento para llevar a cabo una labor que más adelante convertiría en proeza.

La investigadora durante un paseo submarino. Cedida

Un año más tarde, en 1970, dirigió la misión Tektite II, en el que fue el primer equipo femenino de acuanautas. Estuvieron viviendo dos semanas bajo el mar.

Demostró de este modo algo que, por otra parte, no necesitaba de hechos: que las mujeres también podían hacerlo: "Pasamos 15 días buceando entre 10 y 12 horas diarias. Estaba todo tan lleno de vida… Era absolutamente maravilloso", rememora.

Su pasión por aquello que la guía ha logrado remover al mundo a lo largo de su carrera. Ha sido fácil verla a lo largo de los años compartiendo tareas con grupos de jóvenes que actúan bajo su amor por la naturaleza y la preservación de esta. Earle es una especie de mesías de la sostenibilidad y del cuidado del medio ambiente que lleva toda su vida predicando con el ejemplo.

Otro de sus hitos vitales lo logró hace ya más de cuatro décadas, en 1979. Entonces traspasó otro récord al descender sola 381 metros en aguas del Pacífico, cerca de Oahu, sin cable de seguridad, marca mundial que todavía nadie ha superado.

Ella más que nadie sabe de lo que habla y cómo defender con un argumentario de peso su causa, la de la protección de los mares. "He tenido el privilegio de ver lo que otros no pueden. Mi misión es hacer que todos comprendan lo que está en juego si perdemos el océano", confesó a National Geographic, organización de la que es Explorer la mayor distinción desde 1998.

Mucho antes, en 1982, se convirtió en Testimonial Rolex, un honor que la firma otorga a personalidades que encarnan los valores de la excelencia, la exploración y el compromiso con el planeta. Sylvia Earle es nítida respecto al lugar que habitamos: "Sin azul, no hay verde". La investigadora no se anda con medias tintas y nunca lo ha hecho.

Ese mismo año conoció al que luego sería su pareja, Graham Hawkes, ingeniero y diseñador. Juntos crearon Deep Ocean Engineering, una especie de equipo de apoyo y consultoría de sistemas submarinos. En este contexto, construyen Deep Rover, un sumergible que en 1986 se paseó a 1.000 metros de profundidad. No obstante, tuvo que dejar la empresa que fundaron.

En 1990 la nombraron jefe de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los EEUU, la primera científica en ocupar el puesto. Sin embargo, dos años más tarde dio un paso al frente poco habitual cuando alguien se encuentra en según qué posiciones de poder.

Corría 1992 cuando abandonó los despachos y volvió a su verdadero hábitat. "No me dejaban decir lo que sabía y decidí que lo mejor era seguir por libre", explica en una especie de demostración más de la filosofía que siempre la ha guiado, de esa fuerza del mar que la empujó cuando era niña y que logró colarse en ella. Empaparla de pasión.

Esa breve época burocrática le valió un apodo que se sumó a la lista que se enumera al principio, el de 'Sturgeon General' (General Esturión).

"Los seres humanos tenemos la impresión de que el océano es tan inmenso, grande y resistente que no importa lo que le hagamos. Menuda locura", declara para Rolex.

Sylvia Earle se deja la piel y el neopreno en la salvaguarda de los ecosistemas marinos con un objetivo ambicioso: alcanzar el 30% de protección de estos entornos antes de 2030, esa fecha marcada en rojo en los calendarios para tantos hitos que pueden marcar un antes y un después en el devenir del planeta en muchos aspectos.

Bajo el agua, a lo suyo. En la superficie, se ha convertido en una divulgadora incansable a lo largo de los años. Colabora e impulsa a generaciones más jóvenes, imparte conferencias, charlas y graba documentales. Es la encarnación de todo eso que se debería ser.

Con el millón de dólares que recibió por el premio TED Prize "gracias a su visión para prender la mecha de un cambio global" constituyó en 2009 Mission Blue. Esta iniciativa, respaldada por Rolex desde 2014, tiene como finalidad crear una red mundial de áreas marinas protegidas, los Hope Spots (lugares de esperanza). Qué tres palabras tan sugerentes, cálidas.

Sylvia Earle junto a un grupo de jóvenes limpiando una playa. Cedida

Sylvia Earle a menudo expresa que la ciencia necesita pasión y emoción. Hay que vincularse y así lo refleja: "El océano es mucho más que peces. Piensa en el ciclo del carbono, en el clima, en la química del planeta. Todo lo que somos depende de él", una máxima que siempre ha defendido de forma tan intensa como cargada de lógica.

Es una humanista con una concepción de la sostenibilidad (también de los parques naturales terrestres) amplia, de 360 grados… Alguien consciente de la importancia de tomar partido. De mojarse, nunca mejor dicho.

"Tenemos una cantidad ingente de trabajo por delante, pero hay que hacerlo, porque lo que es indiscutible es que un mundo sin océanos es un mundo sin nosotros. Y lo cierto es que vamos progresando. Cabe recordar que en 2006 apenas un 0,65% de los mares gozaba de algún tipo de protección", aclara para Rolex. A día de hoy existen más de 150 Hope Spots esparcidos desde el Ártico hasta el Índico.

Sylvia Earle ha reconocido el apoyo de la firma relojera fundada por Hans Wilsdorf en 1905: "La colaboración de Rolex ha sido de un valor incalculable para sostener las expediciones del programa Mission Blue". Entre esa miríada de áreas marinas protegidas se encuentran las Islas Baleares, Hope Spot en 2015.

Cuando cumplió 84 años recibió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia, en 2018, por su lucha incombustible por la protección de su amado gran azul. En 2011 volvió a las Islas Vírgenes, esos fondos "tan llenos de vida" que la sorprendieron en aquella misión Tektite II… Sintió consternación. Eran un erial, un páramo desolado.

La bióloga marina en una de sus misiones en las Islas Galápagos. Cedida

"En el pasado no conocíamos el alcance de nuestros actos. Hoy sí. Sabemos con detalle cuáles son los efectos causados y cómo revertir la situación", comenta en declaraciones para Rolex.

De hecho, en ese mismo discurso destaca el caso de Cabo Pulmo, en el mar de Cortés, en México: "Es un enclave que se ha recuperado de forma increíble tras su preservación y que hoy va pareciéndose a lo que era hace 50 años".

A sus 90 años —cumplidos el pasado agosto, Sylvia Earle se sigue enfundando su traje de buzo y se sumerge en el agua. Escribe. Enseña. "El océano es el corazón del planeta. Si late con fuerza, nosotros también lo haremos", explica con una voz que enlaza las palabras con la sabiduría de la experiencia y del buen hacer,

Es un ejemplo, una maestra, una referente: "Cada uno de nosotros puede marcar la diferencia inspirando a otros. Con pasión, curiosidad y esperanza, podemos cambiarlo todo. Podemos crear un planeta perpetuo para las generaciones que vendrán", reflexiona en el artículo de Rolex Meet Two Generations of Leading Oceans Protectors.

Incidir en cada uno de los Hope Spots de Mission Blue sería interminable. El golfo de Tribugá, en el departamento colombiano de Chocó, un pedazo de Pacífico altamente biodiverso donde acuden a criar el tiburón martillo o la ballena jorobada y que está amenazado por la construcción de un puerto marítimo justo al lado del Parque Nacional Natural Utría. Por nombrar alguno de los últimos proyectos.

O en las Azores, hogar de 25 especies de cetáceos: "Son un imán para la vida. Realmente es un sitio mágico… Hacer de ellas un Hope Spot tiene todo el sentido, basta con preguntarle a las ballenas", revela Sylvia Earle.

La Península de Osa, en Costa Rica, es un refugio de la especie jorobada, de tiburones martillo, mantarrayas, tortugas marinas... "Estas áreas albergan zonas de reproducción y alimentación para miles de otros organismos. Apoyar su protección total mejorará la vida misma", apunta.

Y la Isla de Malpelo, las Galápagos, el Mar de los Sargazos, el Golfo de Exmouth y de la costa de Ningaloo… "Realmente, entre todos podemos conseguirlo. Aún hay tiempo. Pero el tiempo, como la marea, no espera", espeta Sylvia Earle. ¿Optimista? Más bien pragmática.

A lo largo de nueve décadas, ha demostrado que la pasión puede convertirse en una fuerza transformadora capaz de cambiar el rumbo del planeta. Su vida —entregada a la ciencia, a la exploración y a la defensa incansable del océano— es un recordatorio de que aún hay lugar para hacer las cosas bien.

Ella insiste en que cada gesto importa, que cada persona puede sumar a un futuro más azul. Y quizá ahí resida su mayor legado: inspirar a mirar bajo la superficie, a comprender lo que está en juego y a elegir, sin titubeos, la vida, esa que se escurre a veces ante los ojos.