Tras una dilatada trayectoria como periodista y escritora, Nativel Preciado (Madrid, 1948) regresa a la novela con El pan de mis hijos (Espasa, 2025), una historia que entrelaza autoficción, humor, memoria y crítica social.
La protagonista —una mujer madura, periodista y madre— recibe una herencia inesperada que podría resolverle la vida, pero también le despierta preguntas incómodas sobre el dinero, la familia y el legado que se deja a los hijos.
Acompañada por un perro que lo ha visto todo, se lanza a reconstruir su presente desde lo emocional y lo económico, con la lucidez y la ternura de quien ha vivido lo suficiente como para haber perdido el miedo a decir la verdad.
"Es la historia que soñé un día, que le pasó a una persona cercana y luego lo he soñado yo y me he puesto en el papel de los sueños", dice su autora.
¿Qué pasaría si de repente te resuelven la vida? Todo el mundo ha soñado con algo así.
Sí. Lo primero que hice fue reunir a mis hijos y hacerles soñar: “¿Qué vamos a hacer? ¿Te quedas con esta casa?”. Yo me voy a no sé dónde, me voy a una isla... En fin, a cumplir los sueños.
¿Tu subconsciente trabaja de noche y te motiva para escribir las historias?
Creo que los sueños son una extensión de la vida y parte de nuestra realidad. Hay sueños que se cumplen, otros que compensan malos días, e incluso pesadillas que ayudan a descargar emociones. Algunos, incluso, pueden ser inducidos por personas con mucha preparación. En mi caso, los sueños son sin duda fundamentales.
La literata posa junto a su nueva novela.
En esta novela te conviertes en tu propia protagonista, narradora, una mujer veterana, periodista y escritora. ¿La autoficción dirías que te protege o te expone mejor?
En esta novela me he expuesto absolutamente, hasta el punto de que mi hija, en un momento determinado, me dice: “Madre, ¿no te da vergüenza exponerte de este modo?”.
Y entonces yo siempre le contesto con una frase que muchos se atribuyen: “Cuando eres joven, te crees que todo el mundo te mira; cuando maduras, te importa poco lo que piensen de ti; y a partir de los 60, que yo he sobrepasado, te das cuenta de que nadie se fija en ti”.
De modo que a estas alturas yo hablo para mis hijos, digo lo que quiero y he perdido el pudor, y en un libro, por primera vez en mi vida, de una manera descarada.
Autoras de palabra con Rosa, Nativel Preciado
¿Qué peso tiene que todo te llegue tarde?
Todos, con el tiempo, pensamos en cómo nos afecta el paso de los años. Yo siento que estoy en una etapa muy importante de mi vida porque he ido sembrando para ser quien soy, eligiendo bien a las personas que me rodean y logrando lo que deseaba.
Me da pena que esta plenitud llegue tan tarde, me hubiera gustado disfrutarla antes, pero también sé que hay quien nunca la alcanza. Ahora tengo salud, que es fundamental, y estoy disfrutando la vida como nunca antes.
A mi edad es evidente que queda menos tiempo, y esa conciencia me da prisa: quiero hacer muchas cosas, hacerlas bien, disfrutar intensamente lo que tengo y, sobre todo, dejar buenos recuerdos a mis hijos, que es la mejor herencia, como la que me dejaron mis padres.
¿Las herencias inmateriales no son, al final, las más valiosas?
Sin duda. Vivimos en una sociedad donde el dinero y el poder lo son todo. Yo he intentado educar a mis hijos en la indiferencia —incluso el desprecio— hacia eso.
He conocido de cerca el poder, y no compensa. En mi primera novela, El egoísta, ya hablaba de eso. He entrevistado a muchos poderosos y, cuando se les pasa el efecto de la droga del poder, lo pasan mal.
Lo material puede tener su importancia en un primer momento, pero en los momentos críticos piensas en la gente que amas, en los lugares donde fuiste feliz. Esa es la herencia que de verdad vale.
Me siento afortunada no por grandes logros, sino por haber hecho cosas pequeñas que han sido esenciales para mí. Me han dado unas cartas y las he jugado lo mejor que he podido. He hecho lo que quería hacer, que es mucho.
¿Qué tipo de madre tuviste?
Mi madre murió muy joven, cuando yo también lo era, y me dejó una herida muy profunda. Me costó muchísimo tiempo superar ese duelo, y escribir fue una forma de sobrellevarlo, más efectiva que muchas terapias.
Era una mujer excepcional, me enseñó lo fundamental en la vida: a ser independiente, a respetar a los muertos y, sobre todo, el valor de la palabra dada. Eso se me quedó grabado para siempre.
Como víctima de la guerra civil, me inculcó la importancia de la paz a cualquier precio. Fue una figura decisiva para mí.
Retrato de Nativel Preciado.
Mencionas el duelo por la muerte de tu hermano, tu marido, tus padres...
Claro, es que para llegar a este camino he tenido mucho sufrimiento, como es natural. O sea que en esta etapa voy a hablar de alegrías, fundamentalmente. Pero sí, es que la gente que me rodea se muere joven.
Mi marido se murió muy joven también y me dejó con mis dos hijos para sacarlos adelante. Le admiraba mucho. Y la admiración es esencial para querer a alguien, para tener una compañía como la suya. Y tengo a sus hijos, que son míos. Pero también me costó mucho superar ese duelo.
En el libro hay un perro, Lennon, que se deja en herencia. ¿Qué representa para ti? ¿Es una prueba moral, un símbolo de lealtad, memoria y ternura, ese primer vínculo que luego se vuelve algo extraordinario? Además, mencionas que te pareces mucho a él.
Ya me gustaría parecerme en algunas cosas a Lennon, que es un Bobtail y está basado en mi perra real, Rita, a la que quise mucho. Todo lo que cuento sobre él es muy real porque lo viví con ella.
Recuerdo estar sola escribiendo en un lugar aislado, con un dolor fuerte por un herpes, y Rita me acompañaba, me lamía y aullaba a mi lado como si entendiera mi sufrimiento.
Para mí, Lennon es una parte esencial de la novela y de la herencia que recibe la protagonista, que, sin pudor, digo que soy yo. Pero el lector debe descubrir qué parte es real y cuál es ficción, porque en el libro hay muchas trampas.
Tus nietos, muy presentes en esta historia.
Los nietos son un regalo de los hijos, que hacen que el futuro cobre sentido real y cercano. Personalizo todas mis preocupaciones en ellos, como cuando me angustiaba por cómo alimentar a un nieto celíaco en una posible crisis.
Para mí, ellos son el verdadero proyecto de futuro, mucho más allá de mis hijos, y con ellos se extiende la responsabilidad de preservar y transmitir la herencia, prolongando así el compromiso con la vida y la sociedad.
La novelista, sumergida en la conversación.
Dices que la imagen que dejamos de nosotros mismos constituye la parte más valiosa de nuestra herencia.
El recuerdo que tengo de mis padres son sobre todo los buenos momentos, porque lo duro se olvida. En la novela cuento que mi madre y mi marido murieron a los 58 años, y cuando superé esa etapa pensé: “Seguiré adelante”.
Aunque no soy supersticiosa, a veces siento que el destino marca de alguna manera. Durante el duelo me revelaba contra la injusticia de que se fueran y les reprochaba haberse ido. Pero una vez superado eso, queda la esencia.
La mente desecha lo negativo y conserva lo mejor de cada uno. Esto vale también para libros y autores. Lo fundamental es dejar lo mejor de ti a quienes amas. Lo demás se esfuma.
¿Cómo influyen los espacios en los que está ambientada la novela?
El ático lo conozco muy bien. Lo he vivido mucho, afortunadamente. Boñar representa mi infancia, un recuerdo esencial que repito con sinceridad aunque sea reiterativo, porque es la base de todo lo aprendido y heredado.
El humor, un equilibrio perfecto en esta historia.
Me cuesta mucho escribir con humor, más que sobre el dolor y la tragedia. Los diálogos con mis hijos me daban miedo, pero ellos lo han tomado con buen humor. En casi todos mis libros suelo ser más seria, y hacer humor me exige esfuerzo y me siento menos cómoda.
Has mencionado que tus hijos te reconocen, otra cosa es que te hubieras inventado otro personaje, y dijeras que eras tú.
Quiero que no sea esto una forma de divagar. Está escrito con buenas intenciones. Una de las cosas que digo de este libro es que no sé cómo va a caer, porque todos los personajes son buenos.
En una época donde estamos rodeados de malvados, donde gobierna la maldad, las guerras, gente verdaderamente patológica, donde se escriben novelas de crímenes y los informativos son desastres, y yo salgo con una historia bondadosa, llena de alegría y de generosidad, pues que el cielo la ampare.
¿Rezas mucho frente al mar?
Mucho. Cada vez que voy al mar rezo a las cenizas que están allí. Rezo al mar, rezo a la naturaleza, que es en lo que más creo, en el sentido de que siempre la he respetado mucho.
No me siento a gusto en ningún templo, ni ante ningún dios determinado, ni en sitios donde es tradicional rezar, pero cuando veo el cielo o el mar me pongo a hablar con los muertos que es una manera de rezar, de hablar con el destino, de meditar.
No hay nada tardío, porque a cierta edad se vive todo con intensidad.
Creo que nada llega tarde. Es que el sentido del tiempo es tan sumamente peculiar, tan se estira, se encoge. En la novela echo muchas cuentas, porque soy realista también. Pero estoy dispuesta a que nadie me amargue la fiesta que estoy viviendo.
