Rosa Sánchez de la Vega
Publicada

Angélica Morales es escritora, actriz y directora teatral. Su obra literaria, marcada por la memoria, el dolor y la resistencia femenina, ha crecido en torno a mujeres que rompieron silencios y desafiaron su tiempo.

En su última novela, Estás en mis ojos, Morales rescata la figura real de Hélène Roger-Viollet, —pionera de la fotografía documental en Francia y fundadora de una de las agencias más importantes de Europa—, brutalmente asesinada por su marido y socio en 1985, a los 83 años.

Morales entrelaza su propia historia con la de Isabel Santolaria, una inspectora española que investigó su muerte en el París de los años ochenta.

A través de ambas mujeres, la autora compone una poderosa narración sobre el olvido, la culpa impuesta, la violencia machista y el derecho a ocupar el centro sin pedir perdón. Una novela que devuelve luz a una mujer sepultada por su final trágico y da voz a muchas otras que también merecen ser contadas.

La historia de Hélène Roger es tan fascinante como dolorosa. ¿Cómo llegó hasta ti su figura y qué fue lo que te empujó a convertirla en el centro de tu novela?

Supe de Hélène Roger por una noticia que me envió mi agente, y enseguida sentí que había una historia potente. Al investigar, vi que apenas había información sobre ella, y eso me impulsó aún más.

Me conmovió profundamente que, tras una vida tan intensa, muriera de forma tan violenta a manos de su marido, ya enferma y con 83 años.

Lo más doloroso fue ver cómo, tras su asesinato, se borró todo lo que fue: una fotógrafa pionera, fundadora de una agencia, una mujer con visión. Escribí este libro para devolverle su memoria, su lugar y su luz.

Decías que era clave rescatarla también como profesional. ¿Qué destacas de su trayectoria como fotógrafa?

Era una mujer con un carácter muy fuerte, una personalidad arrolladora. Tenía mucha empatía: antes de hacer una foto hablaba con la gente, quería conocerla para poder retratar el alma.

Foto hecha por Hèlene Roger.

No se quedaba al margen: viajaba con soldados, cubría revueltas, procesos de descolonización. Estuvo en Egipto, en Argel, en Cuba. Era una fotógrafa de acción.

También retrató a la bohème, a actores de Hollywood, pero lo que le interesaba era capturar el tiempo, el paso del este, la política, la revolución, el ser humano. Era muy intuitiva, con una mirada muy viva.

¿Cómo era Jean Fisher?

Se sabe muy poco de él. Se conocieron estudiando periodismo, y empezaron a trabajar juntos en un gran periódico de París. Los enviaron a los Pirineos para cubrir las primeras vacaciones pagadas en Francia, algo que aquí aún no existía.

Era un viaje aparentemente bucólico, casi como una luna de miel profesional: retrataban paisajes, hostales y escenas agradables. Pero al llegar a Andorra, Hélène notó algo raro. Su instinto le decía que algo estaba ocurriendo.

Quiso cruzar la frontera hacia España; él no quería, pero ella insistió. Llegaron a La Seu d’Urgell y se encontraron con los primeros exiliados. Fue ahí cuando Hélène comenzó a fotografiar lo que realmente importaba.

Jean siempre iba un paso detrás. Era muy introvertido. El padre de Hélène decía que él tenía "una tempestad en la mirada" y que algún día estallaría.

Esa idea conecta con el título del libro, Estás en mis ojos, que hace referencia a la optografía, una antigua pseudociencia según la cual en los ojos de los muertos quedaba impresa su última imagen. Cuando su marido la mató, ella quedó con los ojos abiertos. Esa mirada, de alguna forma, lo contenía todo.

¿Dirías que él no soportaba el brillo de Hélène?

Sí, aunque quizás se enamoraron, fueron más que compañeros de trabajo. Él no soportaba su protagonismo e inteligencia. Hélène venía de una familia con tradición intelectual y recursos; su padre, por ejemplo, hacía montajes fotográficos con humor negro, como cortarles la cabeza a sus hijas y ponerlas en un plato, algo que ella heredó.

Angelica Morales. José Manuel Ube

Él, siendo extranjero, siempre se sintió desplazado. Durante la guerra se fueron a Argel y él se alistó en la Legión Extranjera para demostrar su patriotismo. Ella cerró la agencia y lo acompañó, renunciando a mucho.

Hélène no era especialmente atractiva, pero tenía carisma, sentido del humor y mucha intuición, algo vital para su trabajo en condiciones tan duras. Su humor y empatía la ayudaron a convertirse en una gran fotógrafa.

¿Por qué crees que, a pesar del tiempo transcurrido y los avances sociales, los celos profesionales y personales siguen siendo una causa frecuente de violencia extrema?

Los celos profesionales son una tragedia constante. A muchos hombres les cuesta aceptar que su pareja sea más talentosa o poderosa. Justo antes de que la matara, ella cambió el testamento. Como no tenían hijos, quiso proteger todo el inmenso archivo de la agencia —miles de películas en esas famosas cajitas verdes que aún se pueden ver en París— y lo dejó a favor de la ciudad.

Hélène ya se veía mayor y quería asegurarse de que ese legado, que incluía también el trabajo de su familia, no se perdiera. Amaba París y su historia, por eso tomó esa decisión, sin avisar a Jean Fischer, dejándolo fuera del testamento.

Imagínate a él, acumulando celos y resentimientos durante años, y descubrir que no solo lo había dejado fuera, sino que ella había tomado el control sin contar con él. Él siempre estuvo a la sombra de ella, y eso lo humillaba. Además, llevaba una vida paralela con amantes yendo a burdeles, mientras ella estaba enferma y al frente de la agencia.

Roger tampoco aceptaba las nuevas tecnologías, ni trabajar en color, y él actuaba a sus espaldas negociando con otras agencias. Estaban en una tensión constante. El cambio del testamento fue la gota que colmó el vaso: sentirse excluido y humillado lo llevó a matar.

Intentó hacer pasar el asesinato por un suicidio. De hecho, antes de suicidarse en la prisión de Fresnes, nunca admitió haber matado a Hélène Roger, pero la violencia con la que actuó revela toda la ira contenida que llevaba dentro.

¿Querías mostrar con Isabel lo difícil que ha sido para muchas mujeres romper el silencio y ocupar espacios de poder en mundos dominados por hombres?

Isabel es joven y extranjera, y representa a muchas mujeres emigrantes: solas, sin familia, sintiéndose fuera de lugar y buscando apoyo entre ellas. Aunque está casada con un policía que la quiere, mantiene una relación extramarital con un compañero violento y controlador.

Al investigar el asesinato de Hélène —a quien admira por su talento como fotógrafa— comprende que, si no cambia el rumbo de su vida, podría acabar como ella. La muerte de una se convierte en la salvación de la otra.

Isabel también refleja lo difícil que era ser mujer en un entorno masculino como el policial, especialmente en 1985. Entonces el acoso sexual se vivía en silencio: no se podía denunciar, y las víctimas sentían que la culpa era suya.

Recién ascendida, se enfrenta a compañeros que no aceptan que una mujer les mande, como le ocurrió a Hélène. Antes, cuando lo contabas te decían: "Pues no haberte enredado con ese tipo". Eso deja una huella muy profunda en la mente y en el corazón.

Autoras de palabra con Rosa, Angélica Morales

¿Qué papel juega para ti esa contraposición entre París y los Pirineos?

París debía estar porque es la ciudad de Hélène, pero también quería llevar la historia a mi tierra. Vivo cerca de los Pirineos y la montaña, con su fuerza, refugio y grietas, refleja a las protagonistas. Me interesaba hablar de la emigración, de sentirse una pieza suelta, como Isabel. La idea surgió también por una casa real, la del poeta Emilio Gastón.

Me atraen las contradicciones: mujeres discretas que aprenden esperanto y viajan solas. En un pequeño pueblo pueden esconderse secretos enormes, y en una ciudad como París todo puede reducirse a una relación tóxica. Me gustaba que lo grande se hiciera pequeño y lo pequeño, grande.

¿Qué aspectos personales compartes con Isabel y con Hélène?

Con Hélène comparto ser pequeña, y eso influye en cómo nos movemos por el mundo; desde niñas sentimos que debemos demostrar más. También compartimos el sentido del humor, que a mí me ha salvado la vida, igual que a ella en su difícil relación: reírse y darle la vuelta a todo.

Ella era intrépida; yo no tanto en la vida, pero sí en la literatura, donde me lanzo sin miedo. Las dos somos valientes en lo profesional y más frágiles en lo personal.

De Isabel comparto una herida más profunda: el maltrato de mi padre, que me marcó hasta su muerte. Cuando escribo, lo hago desde esas heridas reales; aunque la novela sea ficción, tiene que tener verdad para conectar con los lectores.

Lo veo en los clubs de lectura y en pueblos pequeños, donde muchas mujeres me confiesan traumas que han callado años, y eso me conmueve. Escribo para liberar a esas mujeres, para que se sientan menos culpables y menos solas.

Nos han cargado con culpas que no son nuestras, desde niñas, con la idea de cuidar a todos y ponernos al final. El cristianismo nos dejó la manzana del pecado y la culpa, y muchas llegamos a mayores con la espalda rota por tanta carga. Creo que ya es hora de soltarlas, para que las nuevas generaciones crezcan erguidas, orgullosas de sus heridas y orígenes.

Por eso escribo también sobre las mujeres de la guerra y la posguerra, que sufrieron y callaron mucho. Hay que decirles: "No pasa nada, tú no eres culpable; la vergüenza tiene que cambiar de bando".

¿Qué le dirías a Hélène si la encontraras?

Le diría que se separara ya de Jean Fischer, que es una gran artista y mujer, y le agradecería todo lo que hizo por París y el arte. Sus fotos, que pueden verse en internet, son maravillosas, aunque ella no se consideraba artista. Le diría que escape, que sea libre, que puede valerse por sí misma sin él.

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