Está orgullosa la experta en mediación Teresa Arsuaga porque uno de sus hijos acaba de ser padre. Y cuando sabes lo que es eso y cómo suelen ser los primeros días de paternidad y maternidad, te preguntas y le preguntas sobre lo complicado de mediar cuando llega esa divina bomba de relojería que es un bebé. “Es verdad que es una situación muy difícil porque te cambia la vida completamente. Pasas a otra situación completamente diferente. Ya no se es una pareja, sino padres con una responsabilidad gigantesca", confiesa.
Nada tiene que ver con esta entrevista, o tal vez sí, el caso es que ella pone sobre la mesa el gran avance que ha significado la ampliación de los permisos parentales a los padres, porque de esa manera sienten y desarrollan con ese hijo la misma responsabilidad que las madres: “Así, la situación es más llevadera dentro de que el agotamiento es muy grande y eso conduce a veces a discusiones. Yo creo que ayuda mucho que se asuman dos responsabilidades".
¿Cómo llegas a esta especialización?
Estudié Derecho. Hice una tesis en Filosofía del Derecho sobre la relación de leyes y literatura. Luego me especialicé en el de familia, y observé que con él no se conseguía solucionar algunos problemas. Me parecía extraño que se delegara en un juez conflictos que muchas veces se enquistaban para toda la vida y que incluso podían traspasar generaciones y generaciones. Entendí que en ocasiones se trataba de atender, escuchar y reconocer a la otra parte más que ir a un juzgado.
Teresa Arsuaga está especializada en derecho de familia.
Pasaste de divorciar a mediar.
Me di cuenta de que es un complemento fabuloso. De hecho, ahora hay una ley que obliga a demostrar que has intentado llegar a un acuerdo. Y no solamente para desatascar los tribunales, sino porque es un modo más adecuado de resolver los conflictos, porque vas a llegar a soluciones que se adaptan mejor a tus circunstancias concretas. Y en el caso de que la relación continúe, en el futuro será más civilizada.
Imagínate que te peleas con un vecino, gana uno, pierde otro… Salvo que uno se mude, el infierno que espera puede ser terrorífico. Con la mediación, puedes encontrar una forma mucho más civilizada de expresarte, de hablar, de intentar llegar a acuerdos y de explorar soluciones. Aunque los tribunales son necesarios, y esa vía siempre tiene que estar abierta porque garantiza la igualdad de los ciudadanos ante la ley, como sociedades complejas y evolucionadas, tenemos que intentar solucionarlo nosotros.
"Lo que más veo son personas que tienen que gestionar conflictos familiares y que no pueden. Suelen ser asuntos relacionados con los hijos, desacuerdos en la educación..."
En el caso de divorcios, ¿la mediación puede conseguir volver a unir a la pareja?
Lo he comprobado a veces. De repente, se escuchan. La persona mediadora provoca un reconocimiento, una comprensión de lo que realmente es lo que les ocurre. Porque, en ocasiones, una cosa es lo que uno cree que le pasa y otra lo que realmente sucede. Pero incluso aunque se divorcien, la situación va a ser distinta. Sí he visto alguna vez a parejas que se querían separar y que han cambiado el modo de relacionarse. Vienen muchas que están en una situación crítica, pero lo que más veo son personas que tienen que gestionar conflictos familiares y que no pueden. Suelen ser asuntos relacionados con los hijos, desacuerdos en la educación o problemas que se les han hecho bola y los han conducido a una situación muy desagradable que no saben afrontar. Y también hay muchos casos de divorciados y divorciadas que recurren a la mediación por problemas relacionados con los acuerdos.
Qué complicadas algunas rupturas...
A veces entran en una especie de deseo de venganza, en ocasiones sin ni siquiera quererlo. Hay una parte importante también de interpretación. Por ejemplo, imagina una pareja de divorciados que pelean por cómo está hecha la maleta de los niños.... La maleta no es el problema. Detrás de ese objeto puede haber un sentimiento de desprecio mutuo que se ha ido generando y que produce esa violencia, esa emoción tan fuerte y que, además, cada parte la interpreta a su manera. Hay gestos que se van magnificando.
En tu libro hablas mucho de la sobreactuación.
Sí, y de la manera de contar y sobrealimentar las historias. Si tú piensas que alguien te desprecia, a partir de ese momento, todo lo que haga vas a interpretarlo en base a esa idea. Hay personas que llegan dibujando un verdadero monstruo de la otra parte. Y eso puede ser verdad a veces, pero también lo es que nuestra atención se ha centrado en corroborar que es así.
¿Cómo hacéis si os llegan las dos personas en conflicto?
Normalmente viene una parte, porque es muy difícil que se pongan de acuerdo, y menos para ir a mediación. Cuando hacemos trabajo con una de ellas, ya es importante porque si tú varías la manera de actuar o interactuar, normalmente la otra ve que hay un cambio y eso hace que acabe viniendo también.
¿Cuánto tiempo te ha llevado escribir el libro? ¿Cuál ha sido el proceso?
Llevaba dándole vueltas desde hace ya unos años. Empecé a redactar mis notas, me puse a escribirlo y me empezaron a salir historias, así que acabé escribiendo un conjunto de relatos titulado No dramatices. Fue un poco el origen de este. Al final, el libro es fruto de muchos años contemplando a gente peleándose y de pensar qué les pasaba. Siempre veía una desproporción entre los enfados y lo fácil que me parecía resolverlos.