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Nepal, el pequeño territorio enclavado entre la inmensidad de China y el gigante de la India, guarda una de las tradiciones más singulares del planeta. Entre montañas sagradas y templos milenarios, su pueblo ha conservado una leyenda que une a dos religiones —el hinduismo y el budismo— y que sigue viva desde hace siglos.

Cuenta la tradición que la diosa Taleju, una de las más importantes del mundo hindú, mantenía encuentros secretos con el rey Trailokya Malla para guiarlo en su reinado. Sin embargo, los celos de la esposa del monarca estallaron una noche, y la divinidad, ofendida, desapareció del reino.

Aquello dejó desolado al mandatario y ella, apenada, regresó brevemente para anunciarle que solo volvería a manifestarse a través de una niña con las 32 señales de perfección que exige la tradición para convertirla en una  Kumari, su encarnación viva.

Una kumari con su maquillaje y vestimenta característica. Getty Images

Desde el siglo XII, esta figura—mezcla de misticismo, poder y pureza— ha sido venerada por budistas e hindúes como símbolo espiritual y guardiana del bienestar del país.

Las diosas vivientes de Nepal

La palabra significa “virgen” o “diosa viviente”. Su elección recae entre las pequeñas del clan Shakya y la comunidad Newari, en el valle de Katmandú. Solo existen tres Kumaris principales: las de Katmandú, Lalitpur y Bhaktapur, correspondientes a los antiguos reinos del valle.

Viven recluidas junto a sus familias o cuidadoras, sin contacto con el exterior, y cualquiera que se acerque a ellas debe evitar el uso de cuero. La de la capital nepalí es la más importante y reside en un palacio con unas personas designadas para cuidarla y es la única que no puede convivir con sus padres.

Kumari con los presentes a su alrededor. Getty Images

Antiguamente, los reyes acudían a ella para recibir su bendición y ser ungidos con la tika, una marca roja en la frente símbolo del favor divino.

El camino hacia la perfección

Ser elegida Kumari significa alcanzar un estado de perfección casi sobrehumano. Las candidatas deben ser niñas premenstruales de alma pura y sin cicatrices. Los sacerdotes evalúan los 32 lachhins —atributos físicos y espirituales— que determinan su idoneidad: un cuerpo como el árbol banyan, el pecho de un león, las piernas de un ciervo, dientes blancos y parejos, una voz clara, cabello y ojos muy oscuros.

Incluso su carta astral debe coincidir con la del gobernante del país. En la selección, las candidatas tienen que demostrar valor, superando pruebas legendarias, como pasar una noche junto a cabezas de ganado sacrificado.

Vestidas con trajes rojos y joyas pesadas, lucen un maquillaje elaborado con ojos delineados y un tercer ojo pintado en la frente. Durante su reinado, no pueden derramar ni una gota de sangre: una herida, por mínima que sea, significa el fin de su mandato. Su dieta, cuidadosamente controlada, se basa en alimentos considerados “puros”.

Kumari siendo llevada por un hombre ya que no puede tocar el suelo con sus pies. Getty Images

Una vida entre paredes sagradas

La existencia de las Kumaris es solitaria y breve. Reinan hasta la llegada de su primera menstruación, momento en que pierden su condición divina. Viven confinadas en templos, sin poder tocar el suelo ni hablar con extraños. Cuando la de Katmandú sale al exterior, camina sobre una tela blanca para evitar el contacto directo con la tierra.

Durante las grandes festividades, como el Kumari Jatra, permanecen completamente inmóviles al recibir a los fieles. Cada gesto o expresión puede interpretarse como un presagio: una sonrisa o una lágrima anuncian la muerte, mientras que la calma promete bendiciones.

Del altar al mundo mortal

Tras la llegada del periodo y según la creencia, la diosa Taleju abandona el cuerpo de la niña, que se convierte de nuevo en mortal. Tras años de adoración y aislamiento, muchas se ven obligadas a aprender a caminar libremente, cruzar una calle o hablar con extraños.

La reintegración no es sencilla: algunos hombres aún creen que casarse con una exKumari trae desgracia, lo que añade un peso social a su retorno. Aun así, ellas conservan una dignidad que no se desvanece, pues han sido las encarnaciones vivientes de una diosa.