La relación entre las mujeres, sexo y poder nunca ha estado libre de desprecio, insultos y oprobios sobre todo para la parte femenina. Muchas mujeres se vieron obligadas a utilizar su cuerpo para sobrevivir y otras, sin embargo, descubrieron tanto el placer de la sexualidad como los beneficios que les suponía la colección de amantes.

De eso precisamente va 'Pecadoras' (Ediciones Casiopea), el libro de la periodista Victoria Román que recoge la vida de grandes mujeres que utilizaron el sexo o el sexo las utilizó a ellas para llegar a los ambientes de poder cerrados en esa época a la presencia de cualquier mujer salvo que fueras hetaira, cortesana, artista o puta.

"Pecadoras puede ser uno de los términos menos oprobiosos que las mujeres que desfilan por este libro hayan tenido que arrastrar. Un calificativo acusador, como el dedo de los hombres", asegura Román quien insiste que fueron marcadas a fuego con el estigma del pecado "sin haber cometido más falta en muchos casos que tratar de ser libres o sobrevivir del único modo que tenían a su alcance".

Entre estas pecadoras encontramos "mujeres sabias e influyentes que, usando sus armas de seducción, lograron ser tenidas en cuenta y arañar cotas de poder" o "emprendedoras" o "que hicieron avanzar el arte participando en grandes obras como modelos o musas".

1. Aspasia de Mileto

En la Grecia del 450 a. C. el mundo también podía ser femenino, pero sólo a través del sexo, la belleza y la inteligencia. Entre ese triángulo se movió como nadie Aspasia de Mileto, muchos dirían la amante del gran Pericles pero sería más justo, y moderno, decir su pareja y la madre de su hijo. Recibió una esmerada educación, leyendo a poetas y filósofos y aprendiendo de Pitágoras. Llegó a Atenas con 20 años para buscarse la vida y allí encontró a Pericles siendo ya una de esas mujeres de compañía de clase alta.

Sus contemporáneos la acusaron de ejercer una fuerte influencia sobre el líder ateniense, echándole la culpa incluso de instigar el apoyo de Atenas a Mileto, su tierra. Plutarco, en la biografía de Pericles, aseguró que era muy inteligente y astuta en la política, y hasta Sócrates la visitaba algunas veces llevando a sus discípulos para que la escucharan.

En la guerra que emprendieron muchos hombres ricos contra Pericles fue ella la más perjudicada a la que acusaron de corromper a las mujeres atenienses y la juzgaron por impiedad, aunque salió airosa del juicio.

2. Mesalina

De Valeria Mesalina ha quedado su apellido como sinónimo de prostituta y lujuriosa. En este caso, la esposa del emperador más impredecible del Imperio Romano, Claudio, sí fue una amante del sexo, ninfómana y libertina que creyó como millones y millones de hombres en la historia, que podía disfrutar de su cuerpo en total libertad.

Hija del cónsul Marco Valerio Mesala, un prominente político, la ruina de su familia no pudo concederle un matrimonio con alguien de renombre pero su belleza y sus dotes amatorias compensarían todo. Fue amante del emperador Calígula y cuando se cansó de ella pasó a la cama de Claudio, cuyo suerte la llevó a ser la mujer del emperador de Roma. 

Como una de las mujeres más poderosa del momento, conspiró, traicionó y abusó del poder como era habitual en esa época del Imperio. Pero no se le perdonó que fuera una mujer promiscua por lo que ha pasado a la historia como símbolo de depravación.

3. María Magdalena

Si hay un sinónimo internacionalmente conocido de prostituta ese es el nombre de María Magdalena. Sin embargo, no hay en el Nuevo Testamento ni una sola palabra que confirme que esta seguidora de Cristo ejercía esa profesión. Fue la imagen que la Iglesia le adjudicó después, sobre todo, con el papa Gregorio I que la identificó en una homilía con la mujer pecadora que citaba Lucas y a la que Juan llamaba María Betania.

A partir de ahí, las leyendas y las tradiciones dieron por sentado que ella era una prostituta y su nombre quedó unido a la imagen de pecadora arrepentida, sobre todo, tras la Edad Media. En realidad, los últimos estudios hablan de que pudo ser una mujer adinerada de la ciudad de Magdala (de ahí su nombre) que, además, habría puesto sus bienes en manos de Jesucristo, al que siguió como una mujer libre, abriendo el camino a que otras le siguieran. 

Los expertos resaltan que la acusación de prostituta pudo venir de los que, como Pedro, fundador de la Iglesia, pensaban que las mujeres no deberían de estar en la estructura de los seguidores de Cristo.

Rávena

4. Teodora

Ella sí fue una prostituta que llegó a emperatriz del Imperio Bizantino al casarse con Justiniano. "Según cuenta Procopio, la fama le llegaría a Teodora por su audaz representación de Leda y el cisne, desafiando a la ley con su desnudo y una puesta en escena que simulaba su violación por parte de unas ocas que picoteaban su cuerpo, sobre el que los asistentes arrojaban grano", relata 'Pecadoras'.

Sin embargo, su entrada en la familia real fue bien considerada por parte del tío de Justiniano, lo que le permitió desplegar la inteligencia de quien fue una de las mejores líderes del Imperio.

Está considerada como una de las primeras feministas ya que prohibió la prostitución forzosa, cerrando los burdeles que la incumplían, promovió los derechos de la mujer en caso de divorcio, impuso penas de muerte a los violadores y prohibió el asesinato de las mujeres adúlteras.

5. Verónica Franco

Venecia fue, en una época, el mejor lugar para ser comerciante y el mejor lugar para ser cortesana. Verónica Franco, nacida en 1546, fue educada por su madre, antigua cortesana, con una esmerada educación esperando que le proporcionara una buena boda. Sin embargo se casó con un médico ludópata y borracho que la arrastró más por el fango que por las nubes. En ese momento decidió que ella tendría que valerse por sí misma pero divorciada y pobre, sólo su cuerpo le pertenecía.

Verónica entró en la lista e las 215 cortesanas honestas censadas en la ciudad pero enseguida destacó por destreza para el arte y la poesía. De hecho, fue el regalo de Venecia al futuro Enrique II de Francia y le consiguió con su cita a su ciudad la ansiada alianza con este país.

Su palacio era el lugar de reunión para artistas, poetas y filósofos hasta que la peste y el Concilio de Trento acabaron con esa Venecia disfrutona. Como cortesana, tuvo que hacer frente a un juicio de la Inquisición con un tribunal en el que estaba sentado uno de los padres de sus cuatro hijos. Aunque fue condenada, salió de prisión y creó una casa para enseñar un oficio a las prostitutas que querían abandonar la calle o el burdel.

6. 'Ninon' de Lenclos

En pleno siglo XVII y durante el reinado de Luis XIV, Anne Ninon de Lenclos (1620) brilló como una auténtica estrella con la delicadeza de quien había sido educada en filosofía, poesía, idiomas o historia. Era hija de un gentilhombre al servicio del duque de Turena y de una mujer devota que nunca le habló de cortesanas.

Sin embargo, a los 17 años quedó huérfana y con su herencia compró una vivienda que se convertiría en uno de los salones culturales más álgidos de todo París. A partir de ahí, Ninon acumulará amantes con los que convivía (y no de los que vivía) compartiendo el placer tanto carnal como intelectual.

Por su casa (y su cama), pasarían literatos, artistas y los políticos más importantes de la época, como Coligny, el príncipe Condé o el poderoso cardenal Richelieu, de quien dicen que ella rechazó.

"Y es que Ninon ejercía su control sobre los hombres que la rondaban y si no le satisfacían, como el conde de Choiseul, no tenía empacho alguno en abandonarlos", relata 'Pecadoras'.

Luisa de la Vallerie.

7. Luisa de La Vallièrie

Louise Françoise de la Baume Le Blanc (Luisa de la Vallièrie - 1644), hija del barón de Maisonfor, estaba predestinada a servir a la realeza. Enamorada desde siempre de Luis XIV, éste la convirtió en su favorita después de que la utilizara como pretexto para intentar conquistar a su cuñada, Enriqueta, a la que Luisa servía.

La unión del rey con Luisa se fue haciendo tan oficial que incluso llegó a aparecer al lado del Rey Sol durante las ceremonias por la muerte de su madre, Ana de Austria, humillando a su esposa, la reina María Teresa.

Cuatro hijos y seis años después, el monarca se encaprichó de otra mujer, la marquesa de Montespan, y abandonó a Luisa en un ducado lejos de Versalles. A partir de ahí, ella abrazó con fervor sus antiguas convicciones religiosas e ingresó en el convento de las Grandes Carmelitas, donde pronunció sus votos perpetuos. 

Quedó recluida como Luisa de la Misericordia y escribió un importante legado filosófico "Reflexiones sobre la misericordia de Dios", donde hablaba del pecado y el arrepentimiento. Fue una figura que fascinó a historiadores y novelistas, hasta el punto de inspirar una obra de Alejandro Dumas, que la convertiría en una heroína.

8. Catherine 'Skittles' Walters

Nacida en Liverpool en 1839 de una madre que murió en el parto y un oficial de aduanas alcohólico reconvertido en posadero, fue una avispada prostituta que hipnotizó a los hombres de las más altas esferas y marcó tendencia entre las mujeres con su forma de vestir. Es decir, una pionera de las influencers, que se labró una carrera sin la más mínima educación ni suficiente pan para llevarse a la boca.

Primero trabajó colocando bolos —de ahí el apodo de Skittles, juego de bolos— hasta que a los 16 años huyó a Londres de la mano de su acaudalado amante —un mindundi si nos fijamos en un historial en el que aparece el rey Eduardo VII, quien le escribió unas 300 cartas—. Conoció a los mejores sastres de la ciudad y comenzó a enfundarse vestidos decorosos. Pero saltó a la fama por su ropa de montar a caballo, tan ceñida que arremolinaba en Hyde Park enormes cantidades de testosterona masculina. Una arriesgada apuesta para la época pero que empujó a sus contemporáneas a desprenderse de algunos de los prejuicios de la vestimenta femenina.

9. La Bella Otero

Ni hija de un oficial griego ni nacida en el teatro. La Bella Otero es gallega (de Valga) y se llamaba Agustina del Carmen. Nacida en 1868, fue hija de madre soltera que vendía quincalla y alfarería por los pueblos. Un hecho marcó toda su vida: con sólo 10 años, un zapatero de su aldea la violó salvajemente, arrastrándola a un pinar cercano al camino. Destrozada por dentro y por fuera, tardó años en recuperarse físicamente pero siempre arrastró "el pecado" de haberlo provocado ella.

Tras huir de su aldea y entrar en un compañía de baile, tuvo suerte de que un banquero la arrancara del maltratador Paco y la llevara a Marsella, donde empezó a triunfar como bailarina andaluza de origen gitano, mezclando todos los estilos en un batiburrillo de fandangos y danzas exóticas.

Después vendría su verdadero creador, el estadounidense Ernest Jungers, director artístico del Eden Musée de Nueva York, que le enseñó danza, idiomas y canto y le inventó una biografía con estilo que la convirtió en una estrella gracias a su fuerte sensualidad. Cuando la Bella Otero abandonó a Jungers, este se suicidó.

Símbolo de su poder es que fue capaz de reunir en la misma mesa, en el Café París, para su 30 cumpleaños, al príncipe Nicolás de Montenegro, al príncipe Alberto de Mónaco, al gran duque Nicolás de Rusia, al príncipe de Gales y futuro rey Eduardo VII y al ya rey Leopoldo II de Bélgica. Faltaban en su lista de amantes admiradores el emperador Guillermo II de Alemania y el rey Alfonso XIII de España.

Llena de joyas y de vicios, se refugió en Niza, donde poco a poco fue perdiendo todo hasta que murió pobre a los 96 años.

10. Victorine Louise Meurent

Es la modelo, la musa de Édouard Manet, pero también una pintora talentosa en un mundo del arte que invisibilizó a la mujer. De hecho, solo se conserva una obra con su firma. Creció desde 1844 con el olor del óleo en su casa de París y posó por primera vez para su tío, que era retratista. En su estudio, mientras tocaba música en los cafés y ejercía la prostitución en uno de los burdeles más codiciados, comenzó a instruirse en el mundo de la pintura.

A los 19 conoció a Manet, su maestro y amante, a quien le sirvió de modelo en al menos ocho lienzos, especialmente en el que figura como Olympia, recostada elegantemente desnuda, con solo una pulsera y un cordel al cuello.

Victorine serviría de arquetipo tanto para el impresionista como para algunos de sus colegas, como Edgar Degas y Alfred Stevens. Pero al mismo tiempo desarrolló una trayectoria pictórica destacable exponiendo en varias ocasiones en el prestigioso Salón de París.